Cosas buenas de pelis malas: ‘Xanadu’ (1980)

Xanadu

De vez en cuando descubres una película de la que te preguntas cómo has podido vivir toda la vida sin conocerla. Es más, hay películas que ni siquiera sabías que necesitabas… una de ellas es Xanadu. Hazme caso y libera al hortera que llevas dentro (Créeme… lo llevas).

Lo más grande de Xanadu es que no busca ser friki, ni camp, ni kirtsch, ni nada. Es todo eso, sí, pero a Greenwald le tuvo que coger de imprevisto. Porque lo que Xanadu busca es simplemente actualizar el musical de toda la vida y para rematar el disparate, Greenwald tenía como referente el cine más elegante jamás rodado. Y el resultado es la película más hortera de toda la historia de la cinematografía universal. Me temo que la palabra Hortera me la vais a leer una y otra vez en esta entrada. Xanadu es como querer organizar la gala de los Oscar y que te salga la boda de Farruquito. Hay que ser grande para que te pase eso, no me digáis que no.

Porque Xanadu tiene cinco razones que la hace ser muy, muy grande:

Nadie puede negar que no se dejaron la piel

Vale que esto no se pueda aplicar al guionista ni al coach de actores, pero el equipo de esta película estaba completamente on fire. Las coreografías serán horteras, los efectos especiales y de iluminación serán horteras, el encargado de vestuario será hortera, el de maquillaje lo mismo, otro hortera… (Sé que el castellano es un idioma rico en adjetivos y sinónimos… No es por no buscar otro, es que ningún calificativo puede definirlo mejor). Lo que decía… todo es una horterada de dimensiones bíblicas (O mitológicas, que ella es una Musa, ¿Veis? Otra horterada argumental), pero el trabajo que hacen es espectacular. Se dejan la piel y sería completamente injusto no resaltarlo.

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Yo lo que creo es que en los primeros vistazos del material rodado, Greenwald se dio cuenta de que la elegancia y la clase de los musicales de los años 40… como que no… vamos, que se le había ido la mano. Así que, como ya era tontería, les dijo a todos que para poca salud, ninguna, que ancha es Castilla y que mejor que hierva a que se quede en aguachirri. Xanadu es el ejemplo perfecto de que es mejor ser un hortera que un cutre.

Es hipnótica

La música, esas cortinillas con efectos sonoros al unísono, esas coreografías, esos patines que parecen más de Dora La Exploradora que de los treintañeros que eran ya (Y no digamos Gene Kelly), esos efectos especiales a medio camino entre Tron y Violetta… Será el paradigma del mal gusto pero eres incapaz de retirar la vista de la pantalla. Y eso es talento. Talento para el mal… pero talento.

Robert Greenwald es al cine lo que Henri Rousseau a la pintura

Xanadu es arte naif aplicado al cine. Greenwald deja que su niño interior dirija la película. Todo es inocente, simplón, colorista, juguetón y guasón en esta película. Hasta el hecho de que los números musicales sean sobre patines refuerza la idea de que todo es un juego de niños. Es otra manera de hacer cine. Si Rousseau está hoy en día en el museo de Orsay, exijo que Xanadu lo esté también.

Es un documento histórico

A mediados de los años setenta, el cine sufrió una de las mayores evoluciones que había dado en toda su historia. No fue un paso obvio o motivado por un salto tecnológico. No es algo comparable al cambio de mudo a sonoro o de blanco y negro a color. Estamos hablando de una cuestión conceptual, de intenciones. A mediados de los setenta, el cine cambió de estilo, de movimiento. Fue el equivalente del paso del arte medieval al renacentista. O del renacimiento al Barroco, que quizá seria una comparación más acertada: Nació el cine postmoderno. Hoy en día, todos los cineastas han nacido, criado y aprendido de este lenguaje, pero, en 1980, el cine clásico aún era el cine de referencia. Al fin y al cabo, en los años setenta, Billy Wilder y Alfred Hitchcock seguían en activo (‘La Trama’ sólo tiene cuatro años menos que ‘Xanadu’ y la última película de Wilder es incluso posterior a ésta). Todavía el cine estaba en una etapa de transición. Lo vemos en películas como Primera Plana, Victor o Victoria, El Golpe y Quién teme a Virginia Wolf, películas contemporáneas pero aún realizadas con vocación y lenguaje clásico.

5 Cosas Buenas de Pelis Malas, ‘CHOCOLAT’ (2000) y ‘PSYCHO’ (1998)

Primera plana es del mismo año que La matanza de Texas, El padrino II y Chinatown. Victor o Victoria es del año de ET, Blade Runner y Poltergeists. El golpe se realizó el mismo año que Serpico, el Exorcista y American Graffitti. Incluso Quién teme a Virginia Wolf, que es la más antigua de todas, es coetánea de 2001, La semilla del diablo y La noche de los muertos vivientes. Xanadu no es una película clásica. En absoluto. Sin embargo, parece como si Robert Greenwald aun no fuera consciente de que ya el cine había cambiado para siempre, que el tiempo de las catedrales había terminado. Xanadu está concebida como la evolución natural entre el musical clásico y el posmoderno (La escena Dancin’ es el mejor alegato sobre esa idea).

Xanadu es la ceremonia en la que Gene Kelly le cede el testigo a Olivia Newton-Jonh, pero Greenwald no terminó de ver que la cosa era algo más compleja. El asunto no consistía sólo en cambiar de estilo musical y estilo de ropa. Ya no se podía hacer cine clásico adaptado a las modas del momento porque el cine clásico había muerto. Por eso es tan importante Xanadu como documento histórico de ese momento de transición entre dos movimientos cinematográficos justo en el momento en el que aun no sabían que estaba pasando.

En el fondo, estuvo a un paso de hacer historia.

Pero le faltó una cosa: que terminemos la película tatareándola y encontrando Xanadu en el menú del karaoke del barrio. Lástima que no haya tenido esa canción que quedara en el recuerdo. Sólo eso. Al final todo se resumía en haber dado con un «You are the one that i want» o un «Hoplessly devoted to you». Ni siquiera el tema principal es esa canción que hace historia. Si hubieran dado con la tecla (Y nunca mejor dicho). Porque vamos a ser justos: Pongámosle estas mismas canciones a Grease. ¿A que ya no nos parecería tan buena?

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