Antes de entregarse al thriller político y criminal más magistral, Rodrigo Sorogoyen empezó su andadura en la dirección en solitario con Stockholm, una historia de amor más oscura de lo que podía parecer a simple vista.
Es inevitable: siempre hay una película que se me resiste de mis directores favoritos. Si tardé años en ver Death Proof de Tarantino, con Insomnia de Nolan me pasó lo mismo. El poco entusiasmo que despiertan las películas menos populares de cualquier director siempre crea prejuicios en el espectador. Con Rodrigo Sorogoyen me pasa algo similar, aunque su ópera prima sea considerada por muchos como una gran película.
Antidisturbios (2020): Nacido para remover
Stockholm fue la primera película íntegramente dirigida en solitario por Sorogoyen; en 2008 dirigió 8 Citas con Peris Romano como codirector. La ópera prima del director de obras magnas del cine español como Que Dios nos perdone o El Reino narra la noche y posterior mañana de un chico y una chica sin nombre conocido (en los créditos son bautizados como «él» y «ella»). Ambos se conocen en una fiesta y durante la noche se enamoraran de una forma muy particular. Nada que no hayamos visto en las típicas películas de amor, pero esta no es la típica historia de amor, y eso queda patente en la mañana posterior a esa romántica noche.
VER STOCKHOLM EN FILMIN
Stockholm es muy diferente a las posteriores obras de Sorogoyen. El montaje dinámico y los grandes angulares de las cámaras en sus últimos proyectos aquí pasan a ser largos planos fijos con un montaje mucho más pausado. A pesar de las evidentes diferencias, vemos elementos que se repiten a lo largo de su trayectoria detrás de las cámaras. No por nada es el rey del plano secuencia, y aquí lo vemos de un modo mucho más sobrio que en sus posteriores obras. Largas secuencias donde el diálogo y la actuación de ambos intérpretes convierten un plano fijo en algo con muchísima vida y fuerza. Sorogoyen empezó a perder el pulso con Que Dios nos perdone, y en Stockholm fue la última (y primera, realmente) obra en la que se mantuvo calmado detrás de la cámara.
Otro aspecto que veríamos en los posteriores guiones de Peña y Sorogoyen es la cara B del ser humano. Esa llena de mentiras, manipulación y premeditación que oculta nuestro lado bueno para tomar el control de nuestras acciones. Si en El Reino veíamos esta maldad representada en personajes tan «diferentes» como los políticos, en Stockholm la vemos en personajes tan mundanos como nosotros. Lo que podía parecer el inicio de una bonita historia de amor acaba degenerando en un conflicto donde las mentiras, la manipulación y la locura hacen acto de presencia.
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Resulta tremendamente curioso visionar Stockholm después de conocer la filmografía de Sorogoyen. Incluso podríamos afirmar que estamos ante un director totalmente diferente al que ha acabado siendo. Ver Stockholm es como presenciar el primer nacimiento de un director que se reinventaría en Que Dios nos perdone. Un nacimiento traumático y oscuro que daría pie a una segunda etapa más excesiva, artificiosa y genial.