Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen estrenan Antidisturbios, una radiografía de la sociedad española escrita y dirigida con magistralidad. El tándem más en forma del cine español actual llega a la pantalla pequeña con un ejercicio de tensión brutal que irrita a quién tiene que irritar.
No hay afirmación más pedante, ridícula y patética que «el cine español es una basura». Habitualmente extendida por ignorantes que se mueven al ritmo de corrientes populares, esta idea se viene abajo cuando te quitas esa venda de los ojos y te entregas a Sorogoyen, Rodríguez, Almodóvar, Monzón, de la Iglesia… Me parece increíble tener que insistir en ello en pleno 2020. El cine español no es ni mejor ni peor que cualquier otra industria. Hay talento y roña, como en todos lados. Intentaré no insistir en este aspecto porque desvirtuaría el propósito de este artículo.
De entre todos los grandes autores de este país, siento predilección por Rodrigo Sorogoyen. Desde que vi Que Dios nos perdone en el Festival de Sitges 2016 me quedé cautivado por su poderío visual. Pocos realizadores he visto en mi vida con un estilo tan único e hipnótico como Sorogoyen. Aquella película protagonizada por unos superlativos Roberto Álamo y Antonio de la Torre me daría a conocer el director que dos años después estrenaría la que es una de mis obras preferidas: El Reino.
Todo aquello que vibraba en Que Dios nos Perdone, El Reino consiguió multiplicarlo por diez. La que es a mis ojos la gran obra maestra del cine español contemporáneo es un thriller político con un Antonio de la Torre en el papel de su vida (palabras mayores). El Reino es la perfecta mezcla entre el cine de gángsters, la acción, la política, la propaganda (prensa) y el thriller. Es una obra inconmensurable que gana poder en cada visionado.
Un año después, Sorogoyen estrenó Madre, una continuación del corto homónimo que llegó a los Oscars en 2019. Era otro tipo de registro que no se acercaba a la excelencia de El Reino, pero que aún así suponía un notable ejercicio dramático con un papel femenino protagonista brutal interpretado por Marta Nieto. La carrera de Sorogoyen es meteórica y va al alza con cada nuevo proyecto, por lo que Antidisturbios apuntaba a ser otro bombazo.
Producida por Movistar +, Antidisturbios sigue a una unidad de antidisturbios y a una tenaz agente de Asuntos Internos en la Madrid de 2016. A través de seis episodios vemos cómo las cloacas del Estado manipulan a su antojo el relato para lograr rédito de cualquier tipo. La corrupción, la manipulación mediática o los abusos de poder son temas muy presentes en una serie de tv que sigue la estela de los anteriores trabajos de Sorogoyen, tanto por temática como por estilo.
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A pesar de ser una serie en formato «mini» (tan solo seis episodios), Antidisturbios, más por estilo que por narrativa, tiene tres fases claramente diferenciables. Los dos primeros episodios son lo mejor de la obra, y la escena fuerte del primero es de lo mejor que ha rodado nunca Sorogoyen. Es abrumador cómo juega con el montaje y la cámara para componer verdaderos hitos del thriller. Está reinventando un género que en el cine español es el rey. Los posteriores dos episodios presentan un bajón sustancial, pero no dejan de ser notables. Ambos están dirigidos por Borja Soler, habitual colaborador de Sorogoyen, y aunque no consiguen emular al director de Que Dios nos perdone, están dirigidos con solvencia. La tercera y última fase son los dos últimos episodios. Sorogoyen vuelve a la dirección y se consolida como el rey del plano secuencia.
Quiero pararme aquí para comentar ambos planos secuencia. Que un mismo realizador haga dos secuencias de semejante nivel es insultante, pero que entre ellas existan tantos matices es más poderoso. El primer plano secuencia evoca a la ya mítica casa de Andorra de El Reino y es un despliegue técnico y visual comparable al mejor Cuarón. La cámara sigue al grupo de Antidisturbios por una batalla campal entre ultras de fútbol que pone el corazón del espectador en un puño. El poderío visual de la escena gracias a la fotografía de Alejandro de Pablo convierte en poesía una escena espantosamente violenta.
El otro plano secuencia es una exhibición actoral de los seis magníficos actores que componen la unidad de antidisturbios. Durante la friolera de 15 minutos vemos una escena ininterrumpida donde las lágrimas, la rabia, el humor, la hermandad, la tensión, la frustración y el dolor hacen acto de presencia. A la altura de la magistral escena del balcón de Luis Zahera y Antonio de la Torre en El Reino.
Antidisturbios sirve para muchas cosas. Es a la vez una serie de tv y un documental; un thriller y un drama; un paso adelante y una consolidación. Rodrigo Sorogoyen se desmarca como el mayor talento de su generación y del actual cine español con una obra poderosa y apabullante. Con apenas seis producciones en su haber ha conseguido crear un estilo único que enamora a todo aquel que no se deja llevar por ignorantes supuestos. Tomemos conciencia del enorme autor que tenemos en nuestras manos y dejemos de darle la espalda en lo que a premios se refiere. Un genio así debe ser reconocido como se merece.
La polémica suscitada alrededor de Antidisturbios solo demuestra que Peña y Sorogoyen han hecho justo lo que tenían que hacer. Tenían entre manos una historia que si no fuera polémica no sería nada. He llegado a leer críticas negativas a la serie alegando que «no se ajusta a la realidad». Es una serie de ficción, eh. Puede tener (y tiene) similitudes con la vida real, pero no deja de ser un mundo creado por dos talentos únicos que potencian con cada nueva obra una marca que da sentido al concepto «cine».
CRÍTICA DE LA VOZ HUMANA (2020): JUSTICIA POÉTICA
Series como Antidisturbios dignifican un formato que abre puertas que el cine no puede (y viceversa). Que haya salido una obra así para televisión también supone que ignorantes habituales tengan más facilidad para hacer acto de presencia, pero nada que el pedestal moral no pueda tapar. Mientras haya autores con ganas de molestar, el cine no pasará nunca de moda, y Sorogoyen es un experto en eso. Un autor nacido para remover lo que los demás no se atreven ni mirar.