Sorogoyen explora el sufrimiento y el dolor con As Bestas, una radiografía sutil y delicada del ser humano y su pasado.
El tándem Sorogoyen-Peña sigue retratando las miserias de España. En este caso, dejan de lado el thriller policiaco y político para mostrar al ser humano en su forma más primitiva y despreciable. Tampoco veremos una gran urbe como Madrid o Valencia, sino un remoto pueblo rural de la Galicia interior. En él, un drama trágico con tintes de thriller sacudirá la vida de sus protagonistas, una pareja de franceses que notan como no son bien recibidos en el pueblo.
As Bestas, antes que nada, es una película de personajes humanos. No hay héroes ni villanos, solo seres humano actuando como precisamente eso: seres humanos. Tal y como retrató Julie Ducournau con su brutal Titane, no somos blancos o negros, sino grises, y gran culpa de ello la tienen el espacio y el tiempo que nos ha visto crecer. Esos elementos son esenciales para formarnos como personas con capacidad de raciocinio y empatía por nuestros semejantes. Sorogoyen y Peña escriben una historia, al igual que sus personajes, muy humana, llena de matices y con un sufrimiento real y crudo que conecta rápidamente con el espectador menos predispuesto.
La historia tras As Bestas la hemos visto mil veces. Se podría decir, incluso, que es, junto al amor, la historia principal del ser humano: la relación entre nosotros cuando somos diametralmente opuestos. La pareja protagonista, francesa de origen, intenta convivir e integrarse de la mejor manera posible en una localidad que ha visto crecer a personas tristes y frustradas que jamás han salido de los limitados kilómetros que ocupa su mundo. La convivencia, a grandes rasgos, no es mala, pero encontrará en unos hermanos su mayor obstáculo. Estos dos seres humanos despreciables, apáticos y fríos son la viva imagen de uno de los principios básicos de la humanidad: el sentido de pertenencia.
El sentido de pertenencia es el eje central de la psique de ambos hermanos (unos bestiales Luis Zahera y Diego Anido). Consideran que al haberse criado en el lugar en el que han vivido durante medio siglo tienen mayor poder de decisión sobre sus tierras que cualquier extranjero. No malinterpretemos el significado de estas líneas: el sentido de pertenencia no es malo, es humano, y todo lo humano es complejo. En este caso, los personajes de Zahera y Anido representan su peor vertiente. No es racismo ni xenofobia, es algo peor, tan arraigado dentro de sí mismo que provoca un desprecio inconmensurable.
Ese sentimiento de desprecio por el otro viene dado por un espacio, un tiempo, una vida ajena a toda clase de empatía o educación. «Olemos a mierda», dice el personaje de Zahera en un plano secuencia magistral. Ese «olor», muy en la línea de Parasite de Bong Joon-ho, es la diferencia entre personas. No todos venimos del mismo sitio, no olemos igual. Sorogoyen y Peña cogen esa idea y la plasman en forma de tragedia. Ese sentimiento de frustración que la vida rural conlleva acaba siendo pagado con el urbanita, el culto, el que ha viajado…
El guion de As Bestas es tremendo, muy en la línea de los anteriores trabajos de ambos escritores, pero la fuerza del film está, como es habitual en el cine de Sorogoyen, justo detrás de la cámara. El director de El Reino, Antidisturbios o Que Dios nos perdone vira hacia sus proyectos más intimistas como Madre en aras de retratar una historia pausada y reflexiva. Si vas a ver As Bestas esperando montajes frenéticos, grandes angulares y acción, no es tu película. Incluso Madre tenía más dinamismo que As Bestas, cuya máxima es aprovechar el tiempo para integrarnos en la vida rural. La España interior no es como la de las grandes ciudades, por lo que sería contraproducente retratarlas de la misma manera.
El cine de Sorogoyen, aunque de forma sutil, queda patente en la dirección de As Bestas. En esta ocasión, tenemos dos planos secuencia en la línea de la conversación final de Madre o el restaurante del último episodio de Antidisturbios. Son planos secuencia de pura conversación, sin florituras ni fuegos artificiales. Simplemente una cámara entregándose a unos actores en estado de gracia.
Y si hablamos de esta admirable técnica en As Bestas, es imposible pasar por alto la escena de la barra del bar. En ella, vemos una tensa conversación entre Denis Menochet y Luis Zahera ante los perdidos ojos de Diego Anido. Los tres intérpretes, en consonancia con el resto de la película, están excelentes, pero lo de Luis Zahera es avasallador. Gana, sin ningún lugar a dudas, un duelo interpretativo de primer nivel. Su mirada, su voz, su cuerpo… todo sirve a un mismo fin: incomodar. Dar a entender que antes de esa escena ha habido una vida de frustración y odio.
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No será ni la representante de España en los Oscars ni, probablemente, la ganadora del Goya de este año (Alcarrás parece destinada a ser su mayor pesadilla). Ni tan siquiera diría que será recordada como una de las mejores películas de Sorogoyen, pero porque eso serían palabras mayores. As Bestas es un intenso film humano que potencia la cara B de Sorogoyen y Peña, dos cineastas tan superiores al resto que en cualquier registro despuntan.