Pennyworth llegó como spinoff, permitidme el término, un tanto innecesario de la finiquitada Gotham. Batman vende, y mucho, pero en este caso… la suerte del murciélago se quedó en la batcueva.
En Pennyworth retrocedemos a la Londres de los años 60 donde las vidas de un joven multimillonario Thomas Wayne (Ben Aldridge) y de un antiguo soldado de la SAS (Jack Bannon) se cruzan. Todo ello sazonado de misterio, ritos satánicos, ciencia, y sexo a borbotones.
La ambientación es exquisita, pero poco más salvamos de este drama de espías. El ritmo de la serie y la amalgama de temas que toca son cuanto menos pedantes.
En Pennyworth, la suspensión de incredulidad un acto obligatorio, y sumamente complicado. Pasas por que Alfred lo sepa todo, pasas también por la inverosimilitud, pasas también por el aro de la política, pero no entiendes los elementos místicos (brujas y Satán incluidos). Tampoco entiendes que un caballero inglés, cambie de amante como de calzoncillos… pero intentas descontextualizarlo, y pensar que Alfred es muy moderno…
Sin embargo resulta curioso, que pese al buen material del que disponían, el resultado final haya sido tan raso. El casting es bastante adecuado (huelga decir la gloria celestial que es escuchar ese acento en versión original), y sobresale especialmente el apartado de los villanos. Son villanos de cómic, para bien y para mal… Jason Flemyng y la cantante, ahora actriz, Paloma Faith se marcan unas actuaciones de bandera, y en el caso de esta última un temazo del tracklist.
Como siempre resulta inevitable comparar a DC, con su enemiga acérrima: Marvel. Y en esta ocasión Peggy Carter le pega una somanta de hostias, y de buen gusto al pobre Alfred… Sin embargo, Pennyworth continuará en una segunda temporada, en la que SPOILER ALERT, veremos si sigue de «prácticas» con su Majestad la Reina.
Review de Agent Carter (2015-2016): ¡No te merecemos, Peggy!
A la pregunta sobre dónde verla en nuestro país… Starz es tu sitio. Si eres amante de los cómics, adelante. No va a robarte el corazón, pero puede ser un pequeño guilty pleasure.