SEGUNDO ARTÍCULO DEL ESPECIAL DEL MAQUILLAJE MAS ICÓNICO, PERO IGNORADO EN LOS OSCARS. TENEMOS DE TODO: BIOPICS, TRANSFORMISTAS, MONSTRUOS Y CLÁSICOS PARA TODA LA FAMILIA. ¡Y AÚN QUEDA LA TERCERA ENTREGA!
Sabemos que esta sección os gusta, y la verdad es que si ha habido un sector vapuleado en cuanto a nominados en los oscars, ha sido el de peluquería y maquillaje, esta segunda entrefa y al tercera que tenemos en el horno lo prueban.
EMPEZAMOS:
El loco del pelo rojo (William Tuttle y Sydney Guilaroff)
Hay muchos tópicos sobre los Oscars. Realmente hay muchos tópicos sobre todo, pero alguna vez dan en el clavo. A poco que hayas seguido un poco las galas, sabrás que un actor tiene medio Óscar en el bolsillo si hace un cambio radical. Un acento, una deficiencia física o mental o la transformación en un personaje histórico.
Pues en maquillaje pasa exactamente lo mismo. La merma física del SIDA sobre Matthew McConaghey y Jared Leto en Dallars buyers club se hizo con los dos premios interpretativos… y tambien su maquillaje. Las mimetizaciones de Meryl Streep y Gary Oldman como Tatcher y Churchill les proporcionaron la estatuilla… y a sus maquillajes también. Marion Cotillard hizo historia ganando el Óscar por su recreación de Edith Piaf. Y su caracterización lo consiguió también. Incluso Frida ganó por hacer a Salma Hayek ligeramente menos agraciada. Y la mexicana fue nominada como actriz. Al igual que el recorrido vital de Brad Pitt como Benjamin Button culminó con el galardón al maquillaje y la nominación al maquillado. Y con la Elizabeth de Kate Blanchet pasó exactamente igual.
Por eso parece mentira que una de las recreaciones más icónicas de la historia del cine se les pasara por alto. El cine le debe más a la pintura de lo que puede parecer. La madurez de un lenguaje tan joven se debe a todo el aprendizaje de sus hermanas mayores. La pintura ha ido perfeccionando la composición, la luz y el color desde las cuevas de Altamira. Cuando llegaron los Lumiers tenian todo ese camino aprendido. De no ser por la pintura (al igual que por la literatura), el cine habría necesitado siglos para dar las obras que crea hoy. Por eso al cine le encanta homenajear a la pintura. Mr. Turner recreaba la obra del acuarelista inglés hace un par de años. Hace una década, La joven de la perla se rodó mimetizado las atmósferas de Vermeer.
Hace medio siglo, fue John Houston quien puso en movimiento la pintura de Tolouse-Lautrec en Moulin Rouge. Si, hubo un Moulin Rouge antes de Luhrman. Si te preguntabas por qué le añadían un signo de admiración al final, esa es la razón. Ese título ya se lo habían pedido en 1952. Tres años después, Vincent Minelli homenajeaba a su tocayo holandés. Podrás pensar que tampoco es para tanto. Que Kirk Douglas y Vincent Van Gogh ya se parecían y el mérito de maquillaje se limitó a encontrar el tono exacto del Farmantint. Pero la verdad es que no. Douglas y Van Gogh no se parecen. No se parecen casi nada. El que hoy pensemos que eran clavados es lo que hace que el trabajo de sea historia del cine. Y en este caso, también del arte occidental.
Tacones lejanos (Gregorio Ros)
El gremio de maquilladores suele acordarse a menudo del trabajo de sus colegas extranjeros. España, sin ir más lejos, ha tenido un cierto recorrido en esta categoría. Venció con El laberinto del fauno y se quedó en candidatura con Mar adentro. Pedro Almodóvar seguramente no sea el genio que está convencido que es, pero nadie le va a negar que creando iconos está a la altura de los más grandes. El número de planos y escenas que han pasado a la historia del cine son apabullantes. No digo del cine español. Digo del cine de cualquier lugar del mundo. Tendrá un ego incompatible con la autocrítica (y, por tanto, con aprender de los errores) pero al Cesar lo que es del Cesar, y a Billy Wilder lo que es de Billy Wilder.
Y no es fácil lo que concibió en Tacones lejanos. Femme Letal (Miguel Bosé) es un homenaje a Becky del Páramo (Marisa Paredes). Esa es la clave. Siempre que hemos visto a un transformista en cine, hemos visto una parodia. No me refiero a que se rían de ellos. Pocas veces hemos visto más amor hacia un personaje como en Las aventuras de Priscilla… pero eran una caricatura. Femme Letal es un trabajador del mundo del espectáculo, como cualquier otro, con una admiración enorme hacia una gran actriz y se inspira en ella en su oficio. Hay una dignidad en el personaje de Bosé que rara vez ha reflejado esa profesión en el cine. Y más aún. Hay normalización, y eso sí que no lo habíamos visto antes. En personajes transexuales sí, pero en transformistas no. Porque un transformista solo es un currito. Lo que haga al bajarse del escenario y los tacones, ya es cosa suya. Una proeza cinematográfica más: en Femme Letal hay elegancia. Y estamos hablando de Almodóvar, que a lo mejor no es el primer adjetivo que se te viene a la cabeza al oír su nombre.
Pero no nos engañemos. Pensar que Tacones lejanos hubiera llegado al Dorothy Chandler Pavillion era básicamente una utopía. La película no fue ni siquiera nominada como film extranjero. Y eso que partía como fija en la categoría (había sido nominada al globo de oro). Si Almodóvar no despertó mucho entusiasmo en la academia, menos lo iba a hacer su maquillaje el año de Terminator 2, Hook y Star Trek VI.
El mago de Oz (Jack Dawn)
Un Óscar especial al maquillaje podría haber compensado la intoxicación por metales que sufrió el hombre de hojalata, pero no. El mago de Oz podría haberse convertido en la película con más Oscars de la historia de no haber tenido la mala suerte de haber competido el año de Lo que el viento se llevó. 1939 fue el año de Lo que el viento se llevó, La diligencia, Ninotchka y Cumbres borrascosas. Cualquiera de ellas podría haber arrasado en la gala, en el año con seguramente más obras maestras de la historia de los Oscars. Con semejante competencia, al final se hizo con los dos estatuillas musicales (ojo, el año de Lo que el viento se llevó) y muchas de sus virtudes se quedaron desdibujadas ante la vorágine de sus competidoras. Podríamos estar horas hablando de El mago de Oz. Por ejemplo, de cómo estuvo a punto de quedarse sin su tema principal porque sus (¡cinco!) directores decian que hasta la llegada a Oz no podía haber música. O de que la script se debió pasar medio rodaje en el catering, porque no hay dos escenas en la que Garland tenga las coletas igual. Y hablando de la la protagonista, ya con 17 años estaba demasiado crecida para el papel, por lo que el resto del reparto tuvieron que buscarlo altísimo para que ella pareciera más pequeña. Y mi favorito de todos: la huelga de los enanos cuando se enteraron de que el perro Totó cobraba más que ellos. De todos modos, si El mago de Oz está en este artículo es por la Bruja del Este. Puede parecer que su maquillaje es de lo más convencional, que esa caracterización está en cualquier tienda de disfraces de Halloween. Ese es el mérito de Dawn. Convirtió a su creación en el standard de lo que serían las brujas a partir de entonces. Color verde incluido… lo que nos lleva al siguiente icono de la historia del maquillaje cinematográfico ignorado en los Oscars
La noche de los muertos vivientes (Bruce Capristo)
Otro de los títulos de los que más se ha escrito en toda la historia y razones hay de sobra. Incluso en cinéfilos frustrados ya hemos debatido largo y tendido sobre algunas de sus proezas.
(En efecto, mi principal referencia soy yo mismo) Pero hoy no vamos a hablar de su relevancia en la normalización racial ni de cómo inventó un género. O sí, en cierto modo si, porque el trabajo de Capristo fue tan hito como el de Romero. Si el cineasta inventó la tipología de zombie podrido que aún sigue viva (valga la incongruencia), el maquillador le dio forma. Todo muerto viviente desde 1968 es una recreación del trabajo de Capristo. Ya sea en cine, en televisión, en videojuegos o en aplicaciones para tablet. Y te estarás preguntando… ¿y los zombies verdes que salen en plants vs zombies? ¿También son mérito de Romero? Pues sí, también se lo inventó el, esta vez en la secuela (El amanecer de los muertos) y muy a su pesar. Y lo digo así porque sería más preciso apuntar que fue “mérito” de la total falta de comunicación entre el departamento de maquipelu y el de cámara. Los cadáveres andantes no tenían que aparecer verdes. Ese color se les iba a aplicar para que en cámara se vieran grises. Qué ocurrió? Que o bien el director de fotografía no quiso reconocer su error y cuando los vio con un chute de clorofila tiró para adelante sin decir ni mu, o bien no hubo tiempo de repintar a todos los figurantes y se tuvieron que comer con papas que salieran de ese color o bien fue un fallo en el positivado de la película. Lo cierto es que hasta equivocándose fueron capaces de hacer historia de la cultura occidental.
Hellraiser (Sally Sutton)
La única mujer de todos los maquilladores de los que hemos hablado hoy fue la responsable de crear una de las imágenes más terroríficas de toda la historia del cine. Además, consiguió que sus cenobitas transmitieran perfectamente la idea de la película. Nos aterra, y sin embargo no podemos evitar sentirnos atraídos hacia el. Nacido siguiendo la estela de los Slasher (pero sin serlo) la imagen de Pinhead es tan icónica como la de Jason, Freddy o Leatherhead. Toda su cabeza agujereada por clavos que no sabemos si realmente pertenecen a su cuerpo, como ese piercing que te encantaría ponerte pero no te atreves a hacerlo. Por el dolor, porque te convences de que eso no es para ti o por el qué dirán. De hecho, uno de los aciertos de la caracterización de los cenobitas es jugar con la idea judeocristiana de la culpa. Incluso llevan sotanas de cuero. Sadomasoquismo clerical. De haber un Óscar a la idea más burra se lo hubieran llevado de calle. Puede que Pinhead sea el estandarte de la saga, por algo es el líder de los cenobitas (y el diseño que le quedó más acertado a Sutton) pero no forzosamente el más influyente. Al otro lado del mundo, un diseñador de videojuegos se inspiró en chatterer para crear uno de los malos malísimos más famosos del “ocio interactivo”. Una pista. La saga es de terror, empezó en la PlayStation original y dio el salto al cine con Milla Jovovich. ¿A que ahora sí?