Especial años 80: The Rachel Papers (1989)

Dirección y Guión: Damian Harris | Producida por: Andrew S. Karsch | Reparto: Dexter Fletcher, Ione Skye, Jonathan Pryce, James Spader | Música: Chaz Jankel, David Storrs | Duración: 95 minutos.

Seguimos confinados y en Cinéfilos Frustrados a lo nuestro: una nueva entrega en este Especial años 80 basado en comedias juveniles que bajo su apariencia liviana, y todos los tópicos del género, esconden algo más. Algo de lo que hablar 30 años más tarde.

Hace una semana inauguramos sección con aquella Admiradora secreta de 1985: una comedia juvenil estadounidense que se mostraba muy honesta (horrible y manido concepto para describir nada en el cine pero… Inevitable, en este caso) y eficiente en los momentos que debía. Eso genera algo letal en un servidor: la llamada resonancia emocional. Esto es, aquello que a uno le rebota en alguna parte de la cabeza hasta el punto de mantener una conexión emocional con dicho film. Y atendiendo a que son seres humanos quienes realizan estas películas es crucial afirmar que nada es casual. Hoy nos vamos cuatro años más tarde y cruzamos el Atlántico para revivir una comedia juvenil británica de 1989 que, tal vez, es aún menos conocida y recordada que la anterior. Hoy toca The Rachel Papers o, tal y como la llamaron en España, Seducir a Raquel. Sí, no sólo cambiaron -para variar- la intención original del título real (en el que reside la voluntad del autor y tal) sino la nacionalidad de la chica. Fascinante.

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The Rachel Papers, como la basta mayoría de comedias de este tipo (aunque nos esperan sorpresas en esta sección) no reviste originalidad en su premisa: Charles Highway (Dexter Fletcher, futuro director final de Bohemian Rhapsody y director de Rocketman) tiene todo bajo control. Es joven, atractivo, feliz, inteligente, culto y todo un experimentado en el arte del ligoteo. Hasta que conoce a Rachel y se inicia la rueda ya conocida en el género de la comedia romántica: se conocen, todo va bien, tienen algo, ese algo se rompe y él trata de recomponer la situación. Incluso con una escena final llena de prisas por atraparla antes de que desaparezca de su vida para siempre.

Pero The Rachel Papers es mucho más. Por ambos lados del asunto: por arriba, en lo formal, y por abajo, en el fondo (sí, esa resonancia emocional). De entrada es un film distinto a los habituales del género ya que está producida y rodada en Inglaterra. Su ambientación en la Londres de 1989 no es un dato más: esa Londres no es fácil de recuperar en el recuerdo. Es posterior a la Londres gris de la posguerra pero anterior a la Londres pija y multicultural de los años 90. Mantiene los aires de la primera aunque ya despunta la segunda. De hecho es en ese contexto donde el film encuentra su sitio: todo es profundamente británico, desde los modales y la idiosincrasia cultural de Charles, pasando por cualquier recorrido visual por Londres y sus alrededores de campiña. Hasta que entra en escena Rachel, que es estadounidense y está de visita. No se hace especial mella en el contraste cultural pero la presencia de Rachel, en el mundo de Charles, tiene un punto alienígena.

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Porque, como siempre, todo depende de que nos creamos aquello que nos cuentan, que resuene de una forma personal. Charles no es un tipo perfecto, ni siquiera supera un leve análisis de su personalidad sin que nos caiga fatal: en su afán de perfeccionarse como as del ligoteo se dedica a analizar todas sus citas y parejas utilizando ficheros y comentarios alojados en su ordenador (hablamos de 1989 por lo que uno debe prepararse para pura arqueología tecnológica ahí). Es fácil advertir un comportamiento cruel y superficial en su trato con las mujeres. Para él son casi proyectos de clase: estudia lo que debe decir, de que manera, analiza que ha ido bien y que ha ido mal, e intenta dar con las claves de la victoria sexual a través del estudio y el trabajo de campo. Hasta que Rachel hace saltar todo eso por los aires.

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Por supuesto: ahí es donde Damian Harris, guionista y director, introduce la génesis de la comedia romántica sin caer en la repetición formal de la misma. Charles, consciente e inconscientemente, inicia un camino de humanización al darse cuenta de que Rachel no es como las demás o, dicho de otra forma, se enamora como un idiota. Rachel (Ione Skye) corresponde a Charles, antes de que todo se vaya al garete, claro, pero nuevamente The Rachel Papers se mueve finamente por ambos lados de la premisa. La química (oh, de nuevo algo tan manido y explotado…) entre ambos actores y personajes es letal, creíble, y la sensación -de algún modo placentera- voyeristica de contemplar aquella primera gran relación que tanta gente experimenta con quien cree sumamente especial se convierte en la gran experiencia del film.

The Rachel Papers no pisa, decíamos, el terreno habitual, y no lo hace ya desde su escena inicial: un halo elegante, intelectualmente curioso y casi etéreo, domina todo el film. Charles se dirige al espectador, utilizando recursos como la voz en off o hablando directamente a cámara. La ruptura de la cuarta pared no es sólo un recurso narrativo sino un vehículo para la complicidad con el espectador. Y la ejecución a veces es deliciosa: Charles, consciente de que nosotros estamos ahí, rompe la cuarta pared de forma directa cuando está solo pero, sin embargo, lo hace de forma sutil y disimulada cuando está con Rachel. Algunos gestos recuerdan muy explícitamente a ese mismo recurso utilizado por Phoebe Waller Bridge en Fleabag. Ignoro si ella es fan de este film pero, sinceramente, no lo descarto en absoluto.

El ingrediente cómico no se abandona en todo el film, por supuesto, en especial a través del desconcertante y divertido novio de la hermana de Charles: un Jonathan Pryce (Juego de Tronos) absolutamente desbocado. Sin olvidarnos de la pareja inicial de Rachel interpretado por James Spader.

Ah, claro, queda algo más: ¿ochentea mucho The Rachel Papers? Por supuesto: no sólo hay música pop, sino una banda sonora propia de Chaz Jankel y David Storrs, absolutamente deliciosa, basada en teclados y sintetizadores de los que te llevan a otra parte. Tampoco cojea en cuanto a momentos audiovisuales muy sugerentes. Y sí, este film medio termina con la clásica persecución, pero a su vez tiene un epílogo precioso, absolutamente precioso, maduro e inesperadamente satisfactorio como conclusión alejada de la habitual dosis de azúcar. Este film es una pequeña delicia.

Especial años 80: Admiradora secreta (1985)