En Cinéfilos Frustrados inauguramos nueva sección centrada en algunas de las comedias juveniles de los años 80 que contienen algo más de lo que su liviana apariencia puede sugerir. Algunos de estas películas lograron trascender más allá de su género y otras muchas han quedado prácticamente olvidadas o pasto de la nostalgia kitsch. Nuestra intención es recuperar algunos de esos films y contaros porque, bajo toda esa capa de laca, pop y tópicos, se esconden algunas sorpresas la mar de agradables. ¡Empezamos con Admiradora secreta!
En la década de los años 80, reivindicada -a veces en exceso- recientemente en en el mundo del cine y la televisión con aproximaciones llenas de todo tipo de detalles, surgió un género que no obtiene tanto crédito en la -a veces- tóxica nostalgia. Los años 80 que Steven Spielberg ya idealizaba en tiempo real en sus películas, y los años 80 del pop incesante, suelen aglutinar casi todas esas recreaciones: Stranger Things, Halt and Catch Fire, el episodio San Junipero de Black Mirror… Pero la comedia juvenil ha quedado, de momento, relegada. En su basta mayoría eran películas de calidad media, basadas en una fórmula repetida ad nauseam, repleta de tópicos y, hoy en día, terriblemente envejecidas por puro avance social. Algunas de ellas obtuvieron gran prestigio (Risky Business, El club de los cinco…), y otras, como la que hoy nos ocupa, Admiradora secreta, pasaron sin demasiada pena pero tampoco demasiada gloria. Algunas de ellas, pese a lo que parecen en su exterior, encierran algo más. Algo que motiva, sin duda, esta sección y todas las películas seleccionadas.
Admiradora secreta fue una comedia juvenil estrenada en 1985 y dirigida por David Greenwalt (futura mano derecha de Joss Whedon en Buffy además de co-creador y showrunner inicial de su spin off, Angel). Su trama, admitámoslo, no es nada del otro mundo: Toni (Lori Loughlin), está enamorada de su mejor amigo Michael (C. Thomas Howell, uno de los ciclistas de E.T.), por lo que le escribe una carta anónima contándole lo que siente. Los amigos de Michael le convencen de que la carta procede de Debbie, la chica top del instituto y por la que Michael anda, claro, coladísimo. Tori, anteponiendo su amistad a sus sentimientos, aconseja a Michael que le escriba una carta a Debbie. Pero la misma es tan mala que Toni decide reescribirla y, en el proceso, Michael y Debbie terminan viviendo un romance. Y por si fuera poco: la carta inicial, y las siguientes, circulan entre los padres de Michael y Debbie generando una trama B en la que cada padre cree vivir una aventura o, peor, cree notar unos bonitos cuernos sobre su cabeza.
David Greenwalt, que como decíamos antes estaba destinado a convertirse en Buffy en parte de un arsenal de guionistas capaces de calzar todo tipo de sentimientos bajo premisas aparentemente livianas, empaqueta un film más redondo en lo emocional de lo que uno pudiera anticipar en parte gracias a los pequeños detalles. Lori Loughlin interpreta a una Toni que no necesita presentación ni maniqueismo en el guión: es una chica perfecta para Michael (de hecho, probablemente, es demasiado para Michael) su química con él es instantánea, creyéndonos sin problemas su amistad. De la misma forma nos creemos al grupo de amigos de Michael y la, mucho más cómica, trama B con ambos matrimonios implicados en el enredo. Unos divertidos Dee Wallace Stone ( la madre de Eliott en E.T. como ), Cliff DeYoung, Leigh Taylor-Young y Fred Ward. El acierto cómico de todas sus escenas suprime el riesgo de añadir adultos a un film como este.
Debbie (Kelly Preston) es la clásica valley girl, la buenorra del instituto, y ahí Greenwalt y su co guionista Jim Kouf, rozan el límite del tópico absoluto: Debbie es, en apariencia, superficial, creída, sus aficiones parecen ser ir de compras y, por supuesto, el novio cachas universitario que conduce un descapotable. Pero no necesitamos demasiadas escenas para ver que, probablemente, bajo su fachada es una chica que persigue alcanzar la imagen que los demás tienen de ella. Del mismo modo cada uno de los siete personajes principales (el trío del enredo y los cuatro adultos) se establecen como plausibles, humanos, creíbles, huyendo así del tópico como artimaña para anclar una idea en el espectador.



La escena que abre Admiradora secreta encapsula los dos ingredientes de esta película: el factor emocional y su ADN puramente ochentero. Los créditos iniciales (en azul neon, claro) se inician con la escritura de la primera carta y el fabuloso tema instrumental que podemos identificar con Toni y Michael. En cuanto Toni termina la carta entramos en el instituto, suena uno de esos temas pop que te dan ganas de llamarte Michael y vivir en la California de 1985 (la de Regreso al futuro), y correr como un poseso por todo el instituto para interceptar a Toni y a su mejor amiga. Como ejemplo del género juvenil de los años 80 la película está vendida en apenas cinco minutos.
Admiradora secreta es merecedora de entrar en nuestra lista por algo terriblemente cursi: Greenwalt consigue, de forma escandalosa, que nos invada la sensación que siempre se persigue en estos films. Esto es: desear, con todas nuestras fuerzas, que Michael se de cuenta de que hace eones que tiene a la chica perfecta a su lado. Y por supuesto lo hace aunque sea a costa de darse cuenta, tras varias citas con Debbie, que no sólo no es la chica de ensueño que creía, sino que ella no es Toni.
Como comedia juvenil de los años 80, Admiradora secreta cuenta, claro, con un fondo de armario repleto de música: ajena y propia. Es esta última la que le da a la película el ingrediente emocional más letal de todos. De ello se encarga el checo Jan Hammer, por entonces compositor en Miami Vice, especialista en el uso de teclados y sintetizadores con un estilo ciertamente personal. Admiradora secreta consigue así pasajes musicales para el recuerdo: desde el tema central, otro de tinte romántico y un par que deben elevarnos en el acertado tramo final del film: Michael, por fin, ata cabos y se lanza a retener a una Toni que se dispone a pasar el último año se instituto en un barco. Esa persecución por Long Beach y la escena final en el puerto son la puntilla emocional última de un film más que decente.