Escuela de genios, película juvenil ochentera protagonizada por el mismísimo ‘Iceman’ Val Kilmer, protagoniza nuestra siguiente entrada en nuestro especial años 80. Un repaso a películas en apariencia livianas pero que aportaban algo más.
En plena pandemia, y muchas horas encerrados en casa, en Cinéfilos frustrados, inauguramos una sección llamada Especial años 80: un repaso, tal y como indica la entradilla, a películas del género juvenil pero que eran algo más. La equivalencia, por su huida a los límites del género cinematográfico otorgado, a lo que sería un Exorcista (terror), El Apartamento (comedia romántica) o Harry el sucio (acción policial). Ok, lo admito, nos hemos pasado tres pueblos con los ejemplos pero entiéndanme. Esa es la idea: Escuela de genios es, por supuesto, una película más del inacabable género juvenil de los años ochenta. Pero es algo más: y lo encontramos ya en su misma premisa.
Si en entregas anteriores encontramos esos extras en forma de emociones (Admiradora secreta), razones formales (Risky Business) o simplemente un guión excepcional (The Breakfast Club), en Escuela de genios lo que tenemos es un volteo inicial clave en la premisa: sí, se trata de un montón de universitarios liándola en la fraternidad pero en este caso tenemos a superdotados enrolados en una facultad de alto nivel orientado a ciencias. Así que aquí no hay cachondeo a costa de ser un vago: hay cachondeo (con bromas, fiestas, masculinidad en busca de diversión fémina etc) pero venida de cerebros privilegiados capaces de, por ejemplo, construir una pista de patinaje en los dormitorios con un hielo especial que se disuelve en estado gaseoso y no deja ni rastro.
¿Y de qué va? Mitch Taylor (Gabriel Jarret), un adolescente superdotado, ingresa en una universidad repleta de estudiantes de ciencias. Su cometido, además de estudiar, será ayudar al estudiante más talentoso, Chris Knight (Val Kilmer) en la construcción de un láser de gran potencia. Lo que desconocen es que dicho proyecto pertenece en realidad a los planes secretos de la CIA para construir un arma capaz de aniquilar a una persona desde el espacio.
Escuela de genios, más allá de la premisa, basa su ritmo en unos diálogos ágiles y divertidos, así como en unos personajes carismáticos (lo de la tridimensionalidad ya es mucho pedir y casi que no toca en un film de este tipo). Chris Knight (Val Kilmer) cae bien pese a ser el clásico bromista que encima es rematadamente atractivo. El tipo mola. Mola mucho. Mitch Taylor ya es más soso pero es el Scottie Pippen (¿fans de los Bulls y de la NBA por aquí?) de Knight. Jordan Cochran (Michelle Meyrink) es completamente adorable: su incapacidad para estarse quieta mientras inventa todo tipo de artilugios y sobre todo sus intercambios, nerviosos y asociales, con Mitch son oro puro.
¿Y el adorno ochentero? Presente y de disfrute asegurado ahora que esos ochenta están tan de moda. La banda sonora propia de Thomas Newman opta por un instrumental del tipo synth wave, similar al modelo Tangerine Dream de Risky Business (aunque su presencia es limitada). Los inevitables momentos musicales en los que el montaje de escenas se mezcla con temas pop del momento (entonces eran del momento, sí) tienen una dupla destacable: el Number One de Chaz Jankel, cuanto están todos estudiando para los finales al tiempo que intentan terminar el láser, y el número final (no meteremos spoilers) que comentaremos más tarde.
A modo de remate, y nunca mejor dicho en este caso, Escuela de genios remite a su prólogo y a su premisa para ejecutar un tercer acto vibrante y entretenido. El momento en el que se dan cuenta de su éxito, y para que lo va a utilizar el gobierno, revierte en una suerte de contraataque de guerrilla urbana pasada por el filtro de estos gamberros superdotados. La última secuencia, posiblemente lo más famoso de Escuela de genios, con los millones de palomitas emergiendo de la casa es de obligado visionado. En ese momento se da, claro, el montaje musical definitivo con una Everybody Wants To Rule The World, de Tears For Fears, al tiempo que los niños juegan lanzándose encima de las palomitas cual mañana nevada. Y piensas que ver esta película ha valido la pena.