

Circuló como rumor durante años. Era obvio. Inevitable. La muerte prematura de una estrella del rock, una leyenda multiplicada por tan trágico final y una era en la que los estudios aprovechan cualquier oportunidad de explotación. El cóctel debía materializarse en un biopic no exento de polémica ni teorías varias sobre quien era el actor idóneo para dar vida a Freddie Mercury. Hemos visto Bohemian Rhapsody y os contamos porqué tú también deberías verla.
Ha anochecido en Aurora, Illinois. Wayne se dispone a disfrutar de la noche del viernes con Garth y un par de amigos. En el coche propone escuchar Bohemian Rhapsody y en apenas unos instantes los cuatro amigos están disfrutando de cada fase de tan magna canción: la balada inicial, la sección operística y finalmente el desenfreno heavy que les induce a un inevitable momento de air guitar.
Aquella apertura de Wayne’s World (Penelope Spheeris, 1992), y su impacto en las emisoras estadounidenses, fue una de las muchas sacudidas que acontecieron en el mundo del rock tras la trágica muerte de Freddie Mercury aquella mañana del 24 de noviembre de 1991. Un legado, y una inevitable explotación comercial, que debía incurrir tarde o temprano en el inevitable biopic.
Bohemian Rhapsody, dirigida por Brian Singer y completada por Dexter Fletcher, apuesta por un recorrido cronológico por la historia de Queen, desde sus inicios como Smile, sus primeros éxitos en Inglaterra, el impacto de Bohemian Rhapsody o las frustraciones de todo fenómeno musical cuando el ego, y la fama, distancian al millonario artista del mundano ser humano que era antes.
Como fan de Queen, reconozco, Bohemian Rhapsody tiene suficientes momentos para disfrutar sin tapujos del marco musical, dejándote llevar por todos aquellos anclajes emocionales que derivan de las canciones del grupo. Posiblemente los últimos quince minutos, de probable tedio si uno no suele degustar Queen, resultan un fan service extrañamente satisfactorio.
El casting, liderado por Rami Malek como Freddie Mercury, se divide entre los esfuerzos dramáticos de este y el simple parecido de Joseph Mazzello (John Deacon), el más dudoso de Ben Hardy (Roger Taylor), el asombroso de Gwilym Lee como Brian May, al que calca en gestos e incluso en la voz. Bohemian Rhapsody gira entorno a la vida de Freddie Mercury, protagonista absoluto del film, dejando a un lado (y de forma comprensible) al resto del grupo así como a otros personajes importantes en su historia.
Asumiendo eso, por su mayor fama, porque ya no está entre nosotros, y porque la tragedia es lo que ha vendido este biopic, Rami Malek dibuja un Freddie Mercury inesperadamente interesante, misterioso, aquel dote del genio que no intuyes que demonios está pensando pero apuestas tu vida a que será una genialidad.
Por contra, Bohemian Rhapsody, además de innecesarias licencias históricas desordenando cronológicamente algunos hechos, decide dramatizar una suerte de crisis que tampoco fue tal (o tan aguda). Se advierte la idea de basar en ello el mayor drama del film, casi que un McGuffin emocional, pero el film probablemente se valía por si mismo sin acudir a ello.
El buen gusto (o tal vez la presencia de May y Taylor como consultores), y la decisión de no acudir a los detalles más amarillos, debe reconocerse como uno de los mejores atributos del film: no hay necesidad, ni motivo, para recrearse en las índoles del exceso atribuido a las estrellas del rock; la sexualidad de Freddie forma parte de la trama, no del morbo historicista; y sus últimos años, permítanme decirlo, quedan fuera del film.
En 1992, cuando se anunció el concierto tributo a Freddie Mercury en el Wembley Stadium de Londres, los miembros supervivientes de Queen bromearon con que casi podían oír a Freddie diciendo «será este estadio lo suficientemente grande, querido?». Probablemente para este film hubiera requerido aparecer radiante. Lo estás, Freddie, lo estás.