La última ganadora del Gran premio del jurado en Berlín no es solo una historia acerca de un monstruo sexual y el silencio colaboracionista de la iglesia católica. Es también el reflejo de una sociedad enteramente más garantista con un depredador de lo que él lo fue con sus presas. Y, por encima de todo, un retrato de una victimas con infinita más calidad humana que su verdugo.
François Ozon es, con diferencia, uno de los directores más apasionantes del cine actual. No lo es por lo intachable de su obra, porque no lo es. El francés tiene auténticas maravillas como En la habitación, películas más que interesantes como El amante doble o Joven y bonita, alguna que no está mal pero tampoco va a cambiar la vida como Franz y verdaderas mamarrachadas como Potiche, Las mujeres al poder o (¿u?) 8 mujeres.
Aunque a priori no tienen mucho que ver (excepto las dos últimas, muy a su pesar), todas tienen un hilo conductor: Están realizadas por una persona apasionada por el cine. En sus propias palabras, no deja de rodar porque no hay nada que le guste más (No es una forma de hablar, fue algo que escuché de sus labios).
¿Se nota? Desde luego que sí. Especialmente porque no estamos ante un autor de firma, de esos que se nota con un sólo fotograma que la película sólo la ha podido rodar él.
François Ozon no es un cineasta personal en ese sentido. Lo que le diferencia es que todo lo que le resulta interesante en la vida merece ser contado en una pantalla. Ya sea (generalmente) un libro o una simple frase: «Gracias a Dios, los crímenes del sacerdote Bernard Preynat ya han prescrito».
Esa «perla» efectivamente salió la boquita de piñón del cardenal Babarin en una rueda de prensa. Ningún guionista se atrevería a escribirla porque el espectador no se creería que alguien pudiera decir algo así. Al final, la realidad imita al arte.
Quizá el referente cinematográfico más próximo que te venga a la cabeza sea Spotlight. O no, ahora que lo pienso, porque pocas ganadoras del Oscar han sido olvidadas tan rápidamente (¿Alguien ha dicho Green book?)
Sea como sea, dos películas tan similares en la trama no pueden ser más diferentes. La cinta de Thomas McCarthy está contada desde el punto de vista de la prensa y, por tanto, del observador objetivo (me ha dado la risa escribiendo objetivo, pero tú ya me entiendes). La cinta de François Ozon la cuentan sus víctimas. Esto crea un abismo entre ambas, puesto que Spotlight evita la implicación emocional del espectador, al igual que el cronista no se involucra en la noticia. Por esa razón es una película que olvidas a los diez minutos de haberla visto. Gracias al cielo, por el contrario, te las vas a llevar a casa durante días.
El mayor acierto de su director es el enfoque humano. No es sensiblero ni sensacionalista. No se coloca en la posición del dios omnipotente que juzga al culpable ni del narrador aséptico que te muestra los hechos sin (aparente) subjetividad. François Ozon tiende la mano al espectador para que acompañe tanto a las víctimas como a sus circustancias. Esa cercanía da un calor humano dentro de la tragedia con la que el espectador conecta emocionalmente desde el primer plano.
Y hablando de la aparente objetividad de algunos directores. Huye de aquel cineasta que diga la manida frase de «Yo no juzgo a mis personajes. Los muestro ante el espectador para que sea él quien tome la decisión») Es imposible decir algo más tópico y más falso. En el preciso momento en el que un director elige un tema y no otro, decide qué parte muestra y manera en la que lo hace… de objetivo no tiene nada. Cinesastas del mundo, repetid conmigo…¡ESTÁIS JUZGANDO! Eah, ya lo he dicho, sigamos con Ozon.
Gracias a Dios es compleja sin ser complicada. Un hecho tan básico o animal como es el abuso de poder contra alguien indefenso, produce una multiplicidad de consecuencias anímicas, no sólo en los damnificados. Padres, parejas, hijos, amistades… todos terminan heridos por el zarpazo del monstruo y cada uno reacciona como puede, quiere o le dejan. O, a veces, no reacciona. Ozon recrea toda esta complejidad de sentimientos y porque, por encima de todo, Gracias a Dios es una película terriblemente humana (y aquí el adjetivo le va ni que pintado).
La estructura del libreto va pasando la voz a sus tres protagonistas. No es una narración fracturada, sino que va fluyendo de uno a otro. Tampoco la estructura en tres capítulos, sino que hay continuidad narrativa pese a pasar de una historia a otra. Ozon consigue con ello es que el espectador sienta la continuidad sin fisuras en el tiempo de los abusos sexuales del clero. Es una manera muy sutil de contarlo, pero también muy efectiva. El guión, del propio director, contiene frases que descolocan al espectador como que perdonar al cura te hace ser su víctima de por vida o que el exceso de inteligencia es una enfermedad.
Aún sosteniéndose con un material literario muy sólido, Ozon no descuida la puesta en escena. Atento a la secuencia en la que uno de los protagonistas, el único que no ha abandonado la fe cristiana tras su violación, lleva de paseo a sus hijos por un anfiteatro romano. El detalle de la localización, en la que los mismos que antaño fueron víctimas los que hoy son los verdugos y son los propios niños los que están ahora en la arena del sacrificio, es magistral.
PD: Quizá sea esa pasión que pone en su obra lo que hace de Ozon una persona magnética. No sé si has visto una imagen suya, pero parece más una estrella de Hollywood que un director de cine europeo. Y no me refiero a una estrella de las que destrozan habitaciones de hotel y son fotografiados saliendo colocados de un garito de moda, no… estrella… Estrella. De los que sólo te los imaginas con un martini en la mano en una terraza de Saint Tropez. O anunciando Nespresso, que en los extraños tiempos que corren parece ser lo mismo.