En La Maison Ana Girardot interpreta a una novelista demasiado entregada en su investigación sobre los entresijos de los burdeles. Estreno el próximo 23 de junio.
La entrega de Cinéfilos Frustrados al cine francés es ya un ritual movido por todo lo que hace posible un film como La Maison. Basado en la novela autobiográfica de Emma Becker, La Maison debe jugar sus cartas con una novelista metida a prostituta, la ciudad de Berlín y muchas colegas de profesión de variada procedencia geográfica y el obvio, pero necesario, momento de catarsis que uno anticipa ante tal premisa. Y todo ello encaja de fábula en el cine francés con ese punto medio entre lo latino y lo euro.
Emma es una joven escritora estancada en su vida tanto laboral como personal en el Berlín contemporáneo. Buscando nuevas motivaciones decide iniciarse como prostituta en un burdel con la idea de recabar información para su próxima novela en la que pretende escribir sobre el mundo de la prostitución desde sus mismísimas entrañas desde un punto de vista basado en la experiencia personal. Y se le va de las manos: de lo que se supone debía ser una estancia limitada, Emma se integra en su nuevo trabajo y se queda ahí durante dos años al tiempo que debe lidiar con la incomprensión de su hermana, amigos y hasta de su novio.
La Maison no sólo relata ese viaje, ya conocido en el cine, de la inmersión excesiva en determinado ambiente hasta perder el norte de la motivación inicial. El espectador accede a los pensamientos de Emma en primera persona merced a su diario personal, esas notas que se presuponen son para su futuro libro. De ese modo el viaje no es sólo visual, con los distintos encontronazos sexuales de Emma, sino psicológico y ese punto La Maison se convierte en un film más tridimensional de lo anticipado.
Anissa Bonnefont, que también firma el guión, conduce de forma natural (y en sintonía con la apertura feminista del cine y la televisión actuales) la premisa hasta llegar a la cota en la que Emma se sumerge en su nueva vida a través de sus compañeras de trabajo (entre las que destaca una políglota Rossy de Palma) al tiempo que sufre las peores situaciones (violencia, drogas) en un supuesto rol de infiltrada que deriva en un completo enganche en forma de adicción.
En un film como La Maison, de calibre urbano y euro deprimente, Ana Girardot canaliza literalmente todo: es la protagonista, la novelista, la prostituta, la narradora y el punto de vista. Una película en el que el desafío está en que, hablando del cine francés y no hollywoodiense, la caída en el infierno, la inevitable catarsis y por encima de todo el relato personal en forma de narradora, se contemplan con cierta frialdad, incluso feísmo, que se beneficia de un realismo plausible que huye del histrionismo dramático.
En lo puramente erótico, o pornográfico, advertimos que La Maison se decanta por un punto intermedio entre lo expositivo y lo sutil, sin que jamás la atención sobre la premisa se vea entorpecida por un exceso en lo mostrado y, especialmente, en el tiempo dedicado a ello.