Año: 2020 / Título Original: Dime Quién Soy / Dirección: Eduard Cortés / Guion: Piti Español, José Manuel Lorenzo, Julia Navarro (Novela: Julia Navarro) / Música: Lucas Vidal / Fotografía: David Omedes / Producción: DLO Producciones, Movistar+, Telemundo International Studios / Distribución: Movistar+ / Duración: 9 episodios / Reparto: Irene Escolar, Maria Pia Calzone, Pablo Derqui, Will Keen, Pierre Kiwiit, Oriol Pla, Stefan Weinert, Lana Vlady, Valeria Alonso, Juan Martín Gravina, Jochen Hägele, Sergi Martínez, Ciro Miró, Vasileios Papatheocharis, Jordi Planas, Anthony Rotsa, Alberto Ruano, Maximilian Anthony, George Mendel, Mariola Sanz, Matthias Zera / País: España
La cuarta entrega de Dime quién soy ya ha sido emitida en Movistar+ y es, sin duda, la más emotiva hasta el momento. Arranca en Rusia y termina en Madrid, mostrando las dos caras ideológicas de la moneda, a la par que sus similares mecanismos.
La petición de los intelectuales da su fruto y Amelia consigue noticias de Pierre, aunque son las peores y llegan edulcoradas. Su muerte, acompañada de la presión ejercida por Albert James, supone la libertad de Amelia. Su etapa en Moscú finaliza y el fin de la Guerra Civil en España hace posible su vuelta a casa, aunque no a su hogar.
El cuarto capítulo de Dime quién soy nos sitúa en el inicio de la posguerra española, en el Madrid de 1939, pero la ciudad que nuestra protagonista dejó no tiene nada que ver con la que la ve volver -como tampoco su familia-. Nada queda de la sociedad previa a la Segunda República, del hedonismo ni de la vida acomodada que algún día tuvo, pero por suerte o por desgracia tampoco de la chica que era entonces, una clara ventaja a la hora de enfrentarse a los duros tragos que le vienen encima.
Los puntos fuertes de este episodio son la fotografía, la interpretación de Irene Escolar y la emotividad que genera. La impotente y majestuosa fotografía impacta desde la primera escena, como el impecable trabajo de Escolar, que consigue emocionar sin necesidad de mediar palabra. Conecta con el espectador a través de su mirada y el calor de sus ojos, cargados de verdad, dolor, resignación y fuerza.
Vemos a una Amelia consecuente, consciente del daño que causó en la vida de los demás y dispuesta a asumirlo sin fustigaciones. No aspira a recuperar su vida, pero sí a encontrar su sitio de nuevo, adaptándose a las necesidades del resto con una gran predisposición. Vuelve tarde para muchas cosas, como para reencontrarse con su madre, pero en el momento más oportuno para otras.
Este capítulo está cargado de dolor, de emotividad, de deber, de muerte y, en consecuencia, de luto. A pesar de lo vivido en Rusia Amelia no parece haber perdido las ganas de luchar, asume con entereza la situación familiar y toma la iniciativa. Aparece como un destello de luz – y como tal igual es fugaz- en la vida de sus primas para devolverles a su padre, aunque no llegue a tiempo para el suyo.
Esta cuarta entrega muestra a una Amelia comprometida, dispuesta a asumir la carga de la reconstrucción de su familia con los sacrificios y renuncias que conlleve. Asume el rol necesario en cada situación conformándose con ver a su hijo en la distancia y volviendo a hipotecar su vida de alguna manera aceptando el dinero de Albert James. Vuelve a demostrar que los vulnerables cuentan siempre con su apoyo, como ya evidenció ayudando en la revolución y permaneciendo al lado de Pierre.
Su papel como madre es quizá el más difícil de entender. Su renuncia a luchar por su hijo no parece consecuente de primeras, sin embargo, lo es. Sabe que está en buenas manos y que no la necesita, incluso podría ser más una resta en su vida. Su ausencia es un gesto generoso hacia su marido y hacia el propio Javier. En este caso los necesitados eran su familia, y por ellos está dispuesta a hacer lo que hace, y no solo eso, también a vivirlo en un generoso y desinteresado silencio.
Albert James se convierte en una persona indispensable en la vida de Garayoa. Con su amor desinteresado le proporciona las llaves que abren las puertas que necesita abrir. Primero la salida de Moscú, después la libertad de su tío y por último un futuro. Se convierte en su pasaporte, su tabla salvavidas, pero no olvidemos que ella lleva chaleco.
Esta entrega desprende la idea de que la vida de Amelia no pertenece a ningún lugar, pertenece a sí misma y a todo lo que puede lograr con su actitud. Conoce el valor de sus palabras, sus acciones, su silencio e incluso su cuerpo y vida como moneda de cambio. Ya no aspira a la felicidad, ahora lo hace a su propia utilidad; sigue su instinto comprometiéndose plenamente con todo aquello en lo que cree e intentando compensar a las personas importantes de su vida.
La serie mantiene el nivel en cuanto a ambientación y decorado. A través del retrato que se hace de la capital somos testigos de la dureza de la dictadura franquista, la miseria y la venganza que supuso el poder de Franco. Es un impactante contraste con el régimen Stalinista y muestra dos ideologías completamente opuestas pero unos métodos atroces compartidos. En una dictadura el poder corrompe, la vida humana vale poco y los abusos y tráficos de influencias son un constante.
Los lectores pueden haber echado en falta a un personaje importante del libro, pero no la emoción y las reflexiones que despertaba la novela. El cuarto capítulo de Dime quién soy confirma la madurez de Amelia, muestra a una mujer práctica que se pone al principio y a la vez al final. Su vida se construye a base de renuncias y el final del episodio parece apuntar a otra. Amelia ya ha acabado su cometido en Madrid, veremos qué le depara su etapa junto a Albert James.