Segunda entrega acerca de las mayores injusticias de la Academia de Cine Norteamericana en el apartado de vestuario, algunos de los más icónicos de la historia. ¿Echáis en falta alguno? No os preocupéis que aun nos queda cerrar la categoría con un artículo más.
El quinto elemento (Jean Paul Gaultier)
Por méritos propios, el diseñador francés podría haber sido nominado al Óscar tres veces. Para empezar, por sus dos trabajos con Almodóvar. Quizá sean los dos mayores pinchazos del manchego, pero han pasado al subconsciente colectivo gracias al ingenio del francés para construir imágenes icónicas. Sí, he dicho dos: Kika y La piel que habito. ¿Cómo dices? ¿Los amantes pasajeros? No, no, repite conmigo. Esa película jamás ha existido. ¿Queda claro ese punto?
Bien, sigamos. Que me perdone Paco Delgado, porque lo último que querría es infravalorar el trabajo de un profesional con dos nominaciones al Óscar y al que Tom Hooper y Shyamalan le han hecho un contrato fijo. Lo que pasa es que si de algo nos acordamos en La piel que habito es precisamente de la parte que le tocó al galo: la recreación de Los ojos sin rostro para vestir a Elena Anaya.
A ver, volvamos a hacer el mismo ejercicio de antes. Ni Alberto Álamo salía vestido de tigretón ni Marisa Paredes dijo nunca «Qué saudade«. No, jamás ha ocurrido. Te engaña el subconsciente. Nunca, repite. Nunca has visto eso. Volvamos a la realidad.
Lo cierto es que no podemos pedirle a la Academia norteamericana que nominara a Gaultier cuando ni siquiera lo hizo la española. Y luego nos quejamos de que si los franceses con los españoles. Te recuerdo que Penélope Cruz ha sido la última galardonada con el César de honor. Y eso que solo ha hecho tres películas menores en el país vecino (una de ellas es Bandidas, con eso te lo digo todo). Catherine Deneuve y Michel Piccoli, todavía están esperando su Goya.
Sea como sea, no se entiende el ninguneo de Jean Paul Gaultier por uno de los vestuarios más icónicos de la historia y que, para colmo, es un protagonista más de la cinta. Que sí, que era francesa, pero gustar, gustó. Y vaya si lo hizo, como que fue número uno en taquilla. O quizá sí. Puede que el problema fuera premiar a Francia en el campo de la costura.
Puede que aún coleara la llamada «Batalla de Versalles«, acto que se organizó en el propio palacio con tal de conseguir los fondos necesarios para su restauración. Dos pases de moda, uno francés y otro norteamericano. Fue el primer gran escaparate. Por cierto, Ava Duvernay ha realizado un documental sobre el evento.
Quizá te parezca que no tenga nada que ver con ella, pero la verdad es que sí, y mucho: fue la primera vez que en París desfilaron modelos negras. La comitiva americana las llevó y fue una conmoción en el mundo de la pasarela europea. La batalla de Versalles fue la toma de la Bastilla para todas las modelos con melanina. Pero volvamos a lo que nos interesa. Estados Unidos aún tenía cierto complejo de inferioridad con respecto a Francia en este sentido.
El Atlántico este dominaba la industria del cine pero la oeste la de la moda. Y para colmo va Francia y les cuela un blockbuster en sus propias narices. No les iban a premiar encima en el campo en el que los franceses les llevaban ventaja, la moda.
Lo más destacable del trabajo de Gaultier es su visión futurista. La ciencia ficción siempre ha utilizado el porvenir para hablar del presente. Los comienzos del cine no se molestaron en camuflarlo. Directamente vestían a sus personajes con la moda del momento, aunque la película estuviera ambientada en un viaje a Saturno en el año 3000. No es que la película de Luc Besson fuera la primera en romper esta tendencia, ni mucho menos, pero sí fue la que más claramente reflejó que el futuro tendrá su propia manera de vestir. Y qué quieres que te diga. ¡Si vamos a vestir así el día de mañana, que llegue lo antes posible!
Prêt-a-Porter (Catherine Leterrier)
Grease (Albert Wolsky)
Los cincuenta son una decada curiosa. Para empezar, cuando hablamos de esos años da igual de país se trate. Siempre serán los 50 de Estados Unidos (lo cual es realmente llamativo en España, que estábamos a años luz entonces). Y en segundo lugar, la imagen que nos hemos creado de aquel momento es la de una especie de arcadia feliz.
Los cincuenta simbolizan el progreso, la alegría, el color (¿Por qué nadie se imagina 1950 en blanco y negro?), la estética, los coches bonitos, los barrios residenciales con bellos jardines y casas grandes. Los cincuenta son los tupés, las pin ups, las faldas de Christian Dior y el rock and roll. No niego que todo eso fuera parte de esta época, pero los años cincuenta fue cualquier cosa menos un momento feliz.
Al menos si no eras varón, heterosexual, protestantes, blanco y, a poder ser, republicano. Porque fueron los años de todo lo que hemos dicho, pero también de la paranoia anticomunista, el mackartismo, el ultraliberalismo, la ausencia de derechos laborales, la sumisión absoluta de la mujer, de las leyes de segregación racial y la invisibilidad de toda realidad sexual y de género diferente a la cishetero. Que sí, que ya lo sé. Que dentro de un tiempo también se verá nuestra era y se descubrirán sus miserias… Pero es que nadie ha dicho nunca que este inicio de milenio haya sido precisamente un campo de flores.
Los cincuenta, por alguna razón, han sido capaces de invisibilizar todas sus miserias en el subconsciente colectivo. Incluso una película como Criadas y señoras, que precisamente incide en la difícil posición de la mujer y más de la mujer negra, es una historia simpática, colorista (y nunca mejor dicho), de superación y de buen rollo. Y en toda esta fantasía es donde brilla Grease, por la que el doblemente oscarizado Albert Wolsky mereció haber sumado otra nominación.
El vestuario que diseñó el el figurinista francés hace honor a la esencia del cine: crear una nueva realidad. Wolsky se inventó unos años cincuenta que jamás habían existido y nos metió a todos en la cabeza que en esa década iban así. ¿Que exagero? Mira cualquier película de mil novecientos cincuenta y lo que sea. Una de verdad rodada en esa época. ¿Ya? Pues ahora dime qué Wolsky no se inventó que vistieran y se acicalarán «así». Su genialidad consiste en que lo hayamos asumido sin dudarlo.
El portero de noche (Piero Tosi)