Mirada

Tendemos a amar aquello que no entendemos, pero de vez en cuando es sano hacer un esfuerzo y cuestionarnos a nosotros mismos. ¿Qué amas del cine y por qué? Pregunta obligada para todo aquel que quiera entender de dónde nace su cinefilia. Las respuestas pueden ser múltiples y variadas. Yo me voy a centrar en una: la mirada.

Cualquier persona con una conocimientos muy básicos de la vida puede intuir que el único órgano del ser humano que no crece jamás es el ojo. Desde que nacemos hasta que morimos tenemos el mismo tamaño de ojos y no hay nada que podamos hacer para cambiar esa realidad. Además, no podemos alterarlos a nuestro antojo. Puedes modificar tu expresión facial o los rasgos que rodeen a los ojos, pero el ojo es inalterable. Hay que entender este punto de vista para comprender la diferencia entre ojo y mirada, razón de ser de estos textos.

No hay nada que diga más de un ser humano que la mirada. El único aspecto físico que nos dice cómo somos realmente es el más inconsciente de todos. La mirada rechaza, ama, agradece, odia, desprecia… tanto como nosotros. Es la ventana al alma. Modificarla conscientemente está al alcance de muy pocos genios. Y de eso va este artículo: de esos genios.

Personalmente, me apasionan las miradas de cine. Aquellas miradas interpretadas por actores o actrices capaces de modificar a su antojo la mirada que tanto revela lo que escondemos. Estos elegidos son capaces de omitir cualquier línea de diálogo, por muy reveladora que sea, con una sola mirada. Voy a centrarme en cuatro interpretaciones realizadas por tres actores que sobredimensionan el valor del film con un par de ojos y su talento.

Antonio Banderas en Dolor y Gloria (Pedro Almodóvar, 2019)

Quién nos iba a decir que un actor tan desaprovechado como Antonio Banderas iba a regalarnos una de las mejores interpretaciones de la historia de este país. Pedro Almodóvar se desnudó al mundo con Dolor y Gloria, una de sus mejores obras y biopic de su vida. Antonio Banderas, actor más conocido últimos años por la prensa rosa y papeles livianos que por cualquier otra cosa, acabó siendo nominado al Oscar por la interpretación más grande de su carrera. La tarea de encarnar al hombre que te está dirigiendo es titánica, y Banderas la resuelve como uno de los grandes actores que ha parido este país.

Su interpretación tiene numerosas capas dramáticas a cada cual más compleja, pero hay un momento que vale todos los elogios del mundo. Salvador Maíllo (Pedro Almodóvar) recibe en su casa a un antiguo amante. Durante una larga escena donde la verdadera pasión florece después de años cobijada, Banderas (Maíllo/Almodóvar) y Sbaraglia (el amante) se desnudan emocionalmente. Es una escena bella y real en la que las miradas dicen mucho más que las palabras. Hay un instante en el que Maíllo mira a su amante antes de que este se vaya del piso. Esa mirada es la esencia de la escena. No desprende el amor que puede sentir un hombre por un amante del pasado, sino la pasión que durante su juventud llegó a sentir por aquel hombre. Muchas miradas habrían quedado bien en ese momento, pero es esa mirada de pasión la que capta la fuerza del momento.

Ryan Gosling en Drive (Nicolas Winding Refn, 2011)

Cuántas veces habremos escuchado aquello de «Ryan Gosling es un mal actor porque siempre tiene la misma cara». El rostro frío e impasible del actor de grandes obras maestras de la década es una de sus señas de identidad más características. Esa mentira desvergonzada que repiten con tanta insistencia sus haters es tan fácilmente desacreditable como justificar su presencia en dos de los puestos de esta lista de cuatro miradas. Empecemos con su mirada de amor.

Drive es la película de Gosling. También de Refn, por supuesto, pero la actuación del actor de ojos fríos es de tal dimensión que es inherente a la concepción que tenemos de la película. Es el personaje por el que Gosling fue concebido con ese rostro. Capaz de lo más bello y violento en un mismo momento (ese ascensor), The Driver (así se llama este crepuscular personaje) es el día y la noche. Tiene la mirada más radiante en la escena más íntima y la mirada más rabiosa en el momento más desesperado. Entre estas dos caras, me quedo con la mirada que comparte con su vecina Irene, interpretada por Carey Mulligan, mientras él está sentado en frente de la ventana de su apartamento. El silencio es visible y solo la mirada de Gosling dice todas las líneas de diálogo que el guionista más compulsivo habría escrito.

Mirada Joker

Joaquín Phoenix en Joker (Todd Phillips, 2019)

No conozco a nadie que no temblara con la noticia que surgió en verano de 2018: Joaquín Phoenix iba a interpretar al nuevo Joker, el segundo desde que Heath Ledger se convirtiera en él (literalmente) en The Dark Knight. Nadie dudaba del talento de Phoenix, pero el duelo que había surgido a raíz de Suicide Squad aún seguía vigente y cualquier elección de reparto habría sido controvertida. Dos años después no hay nadie que no se haya llegado a preguntar si Phoenix superó a Ledger; la respuesta es no porque son dos personajes totalmente diferentes, pero ese es otro tema. La actuación de Phoenix fue sencillamente sublime. Ganó el Oscar y elevó el nivel del tan trillado mundo de las adaptaciones de cómic.

Arthur Flick (Joker antes de ser Joker) empieza a ser un personaje brutal desde el segundo uno. Su escena frente al espejo define al personaje a la perfección. Una vez hayamos superado ese momento, se irán sucediendo escenas a cada cual más magistrales (es realmente una obra excelsa), pero su punto álgido llegará en el plató con Murray, interpretado por Robert de Niro. Hemos vivido un arco de transformación ejemplar que colisiona en la escena que estamos a punto de presenciar. Toda la rabia y frustración que siente el personaje por cómo lo ha marginado la sociedad se percibe a través de una mirada de ira.

mirada La La Land

Ryan Gosling en La La Land (Damien Chazelle, 2016)

Como ya he anticipado antes, Ryan Gosling aparece por partida doble en este listado de miradas. Si en Drive da rienda suelta a su vertiente más fría y violenta, en La La Land recuperamos al Gosling que enamoró a tanta gente con The Notebook o Blue Valentine. Su personaje en la gran obra magna de Damien Chazelle vive una experiencia idéntica a la de Mia, interpretada por Emma Stone. Ambos son artistas con sueños e ilusiones que se enamoran locamente y que en cierto punto deben decidir entre renunciar a sus sueños y estar juntos o ir a por ellos y separarse. Es un momento crudo y muy real, lo que despertó tanto críticas como elogios por parte del público.

Finalmente, deciden separarse e ir a por sus sueños. Ambos acaban triunfando. Ella, como actriz. Él, como dueño de su propio club de jazz. El momento del film los reúne a ambos en el club de jazz que él posee. Es indescriptible lo dura que es la secuencia final, pero acaba como tiene que acabar. Una mirada entre ellos dos que lo dice absolutamente todo. Podría haber frustración o rencor, pero siempre queda algo de ese amor. Ambos con cómplices de haber renunciado a un amor puro y real con tal de haber cumplido sus sueños. Justo antes de separar sus caminos, comparten una mirada de complicidad. Todo queda dicho y sus labios no se han despegado.

GASPAR NOÉ: OJOS PRIMITIVOS BAÑADOS EN LSD

Pocas cosas hay más subjetivas que el cine. Igual estas miradas no dicen absolutamente nada a todos y cada uno de los lectores de este artículo, pero poco importa. El cine se creó para expresar emociones, y no existe una ley escrita que especifique que debemos sentir en cada situación. Estas miradas (y muchas más) captan la esencia de un film, una escena, un instante… como solo una mirada puede hacerlo.

 

Artículo anteriorGaspar Noé: Ojos primitivos bañados en LSD
Artículo siguienteCrítica Manhunt (2019) [Filmin]: El que la sigue, la consigue