Las grandes firmas de moda están muy bien para las galas de premios y las alfombras rojas. Es decir, los actores pueden vestir como quieran fuera del set de rodaje. En el trabajo no hay tontería que valga y les viste quien les tiene que vestir. Para el mundo del cine, solo existe el cine.
Por eso la relación entre moda y cine ha sido bastante menos fluida de lo esperado. Una producción cinematográfica tiene su propio departamento de vestuario y lo que se menee sobre la pasarela le interesa bien poco. De tanto en tanto, algún diseñador estrella es contratado como figurinista, pero el trato que se le da desde Hollywood es casi ofensivo. Armani vistió al Bruce Wayne de Christian Bale y ninguno nos enteramos. Tampoco nos dijeron que vistió a Richar Gere en American Gigoló (cuando iba vestido, que la contradicción es grande). Ingrid Bergman ganó el Oscar por Anastasia, personaje a la que vestía el mismísimo Balenciaga.
El figurinista de Catherine Deneuve en Belle de jour fue Yves Saint Laurent, y a la Academia le dio absolutamente igual. Más sangrante aún: La firma de alta costura Rodarte vistió a las bailarinas de Cisne negro y no fueron ni acreditadas. Al menos Natalie Portman tuvo la gentileza de encargarles el traje con el que recibió su Óscar. Las hermanas Kate y Laura Mulleavy, fundadoras de la firma, se vengaron marcando un hito en la historia de la alfombra roja. Portman estaba embarazada. Embarazadísima.
Todas las actrices en ese estado habían tratado de disimular el bombo. Pues Natalie hizo exactamente lo contrario y eso fue toda una conmoción en el mundo de la moda. A partir de ese momento todas las actrices en estado de buena esperanza han lucido tripa en cada gala que han pisado. Pues ni eso les ha querido reconocer el cine. Así que olvidaos de ver a ningún diseñador de moda nominado al Óscar. La academia solo premia a los suyos. Nunca hubo una película vestida de Coco Chanel, Gianni Versace o Carolina Herrera. Paco Rabanne o Hubert de Guvenchy nunca tuvieron la oportunidad de ganar el Óscar, pero como diría Ash en Alien, cuentan con nuestra simpatía
Desayuno con diamantes (Edith Head y Hubert de Givenchy)
Puede que estemos ante la imagen más famosa del cine. Así, tal cual. Blake Edwards tendrá el doble de nominaciones a los Razzies que a los Óscar, pero él y solo él creó el mayor icono del cine: Audrey Hepburn mirando el escaparate de cierta joyería mientras mordisquea un croissant. Diadema, gafas de sol y little-black-dress firmado por Givenchy.
El diseñador francés fue quien se ocupó de crear la imagen que todos tenemos de la actriz británica (o belga, nunca me queda claro). Y no cualquier imagen. De la mente de la diva y el diseñador nació una categoría.
Me explico: En los inicios del star system, el modelo de estrella femenina era el de un personaje ultra sofisticado. Este tipo aristocrático, tuvo su origen en la mexicana Dolores del Río y quedó establecido por Joan Crawford, Greta Garbo, Katherine Herpburn y Marlene Dietrich. El cine nos presentaba a mujeres sofisticadas, elegantes, altivas y distantes. Por supuesto que había un lugar para actrices más terrenales, como Gene Harlow. Lo que ocurre es que eran casi siempre la «churri del mafioso». Los papeles «de verdad» eran para las diosas del Olimpo. Este modelo tuvo mucho éxito entre la audiencia femenina.
¿Y entre ellos? Pues digamos que el público masculino demandaba otro tipo de presencia en la pantalla. ¿Solución? Declarar a todas las anteriores «veneno para la taquilla» y crear un nuevo modelo: Ava Gardner, Marilyn Monroe, Sophia Loren o Jane Mansfield hacían de Gene Harlow una novicia teresiana. Y en este contexto aparece Audrey.
No era ni un témpano de hielo ni una bomba sexual. No había un lugar para ella, por lo que urdió una de las mejores maniobras de la historia de la humanidad; imponer un nuevo modelo femenino: su modelo. Si ella no podía ser como las demás, serián las otras quienes la imitasen.
Con Audrey Herpburn nacerá la estrella chic. Sofisticada, elegante y desprovista de carga sexual, pero cercana y accesible (Lo que no eran las Marlenes y las Gretas). Es un producto que volvía a buscar a la audiencia femenina, pero la masculina no la encontraba amenazante: Éxito asegurado. Hoy Kate Blanchett responde al primer modelo, Monica Belluci al segundo y Roonie Mara al tercero. Pero sin Audrey (y Givenchy) sólo habría Kates y Mónicas.
Pretty woman (Marilyn Vences)
A la academia no le gusta el vestuario contemporáneo. Eso es una verdad como un castillo. Desde Las aventuras de Priscilla, ninguna película ambientada en la actualidad se ha hecho con el galardón. El diablo viste de Prada y Yo soy el amor son dos oasis en las nominaciones desde 1994. Pero no siempre ha sido así.
Hubo una época en las que All that jazz, Quién teme a Virginia Wolf, Eva al desnudo, West side story o La dolce vita triunfaban en esta categoría. Edith Head estaba segura de que conseguiría el Oscar por el vestuario de Atrapa a un ladrón. Era el trabajo por el que más orgullosa estaba de toda su carrera. Al final, la estatuilla recayó en las manos de Charles LeMaire por La colina del adiós. Head declaró que ella había hecho un vestuario de cine y LeMaire disfraces. Aparte de la falta de respeto hacia un compañero y una tosca manera de perder, la verdad es que a la Academia le encantan los disfraces.
Es prácticamente imposible que un vestuario contemporáneo pueda luchar cara a cara con un trabajo de época o fantasía. Así, el icónico trabajo de Marilyn Vences pasó casi desapercibido. Julia Roberts no sería un icono si Vences no la hubiera vestido para ir a la ópera y a las carreras… y de prostituta. Su top a modo de trikini y botas mosqueteras son tanto o más famosas que su paso por la boutique.
De todos modos, hubo algo de justicia poética en el ninguneo a Vences por Pretty woman. La figurinista había sido nominada por Los intocables de Elliot Ness. Giorgio Armani, encargado del vestuario de policías y gangsters, no fue ni acreditado. Esta vez le tocó a ella saberse ignorada.
Barbarella (Jacques Fontaray y Paco Rabanne)
Que me perdone el señor Fontaray y su medio centenar de películas… pero Barbarella siempre será la de Paco Rabanne. Sólo ha habido dos diseñadores españoles famosos en el planeta entero: Balenciaga y Rabanne. Dos y medio, si contamos al gibraltareño Galliano.
La trayectoria cinematográfica de Balenciaga ha sido notablemente mayor. No sólo en Estados Unidos, también en España. Sin embargo, aunque únicamente ha vestido dos largometrajes, quien ha hecho historia ha sido Rabanne.
Barbarella es una película con una fama completamente injustificada. Es hortera hasta rozar el ridículo, su trama es bastante pobre y encima está mal contada. Pese a la importante producción, luce como si fuera serie B. Y, sin embargo… es casi tan famosa como Casablanca. ¿Por qué? El único mérito reside en la capacidad del cine de generar más iconos culturales que cualquier otra expresión artística. Y Barbarella lo es.
Ver a Jane Fonda enfundada en los vestidos de metal diseñados por el vasco hace pasar por alto lo mala que es la película. Y el mérito es exclusivamente de ellos dos. La musa y el diseñador. Porque Roger Vadim pasó a la historia por haber descubierto a Brigitte Bardot, no como director. Como tal, sólo ha tenido cierto talento mezclando argumentos absurdos con bellas mujeres y poca ropa.
Curiosamente, fue el vestir a una de ellas lo que hace que estemos hablando de él en este momento. Porque todos tenemos en la mente la imaginería que Rabanne creó para él. Pero en 1968 las películas fantásticas no eran nominadas en categorías artísticas. Faltaba que llegara Star Wars y Mad Max Fury Road. Estas dos sí se llevaron el Oscar al vestuario a casa.
Quizá, sólo quizá, si Barbarella se hubiera estrenado diez años más tarde, la historia hubiera cambiado. Paco Rabanne habría seguido a Yvonne Blake como el segundo español con un Oscar en vestuario. O no… porque la Academia no premia a diseñadores de pasarela. Ni siquiera por hacer que una película tan mediocre como Barbarella sea un icono del cine universal.
Batman Vuelve (Bob Ringwood y Mary E. Vogt)
Christopher Nolan diseñó su Batman como si estuviéramos viendo las noticias. Joel Schumacher quiso que el espectador entrara en un cabaret. Me atrevo a decir que la Gotham City de Tim Burton es un escenario operístico.
Ringwood y Vogt desde luego que vistieron a sus habitantes como si así se tratara. En cierto modo el diseño no se separa demasiado del universo Burton. A nadie le sorprendería ver al Pingüino en el castillo de Eduardo Manostijeras o que Ed Wood se cruzara por la calle con Max Shreck. Un buen vestuario, nadie lo niega. Ingenioso, esteticista, imaginativo, visual…. pero no por eso se ha convertido en un icono.
El mérito del vestuario de Batman es haber tomado a personajes mil veces representados y fijarlos como standard. La hazaña es especialmente notoria en Catwoman. La Selina Kyle de Michelle Pfeiffer es y será la mujer gato. Para siempre. Da igual cuántas veces se haya dibujado en cómic ni cuántas más se hará. ¿Alguien recuerda cómo iba vestida Anne Hathaway en El caballero oscuro: La leyenda renace? ¿Es más… alguien se acuerda de que en esa cinta salía CatWoman?
Retales de cuero negro cosidos con hilo blanco, como sonrisas de calaveras. Catwoman no es ni un héroe ni un villano. Es un personaje con sombras, pero no deja de ser un hombre murciélago al otro lado del espejo. Así está planteado el personaje por Burton y así se lo diseñaron. Su traje es un reflejo caprichoso y enfermizo de Batman. Podrás imaginar a otro Bruce Wayne que no lleve el rostro de Michael Keaton… ¿Pero imaginas a otra Catwoman?
Kill Bill (Kumiko Ogawa, Catherine Thomas y Mark Zunino)
Una película que podría haber conseguido siete u ocho nominaciones al Oscar se fue de vacío. Los Globos de Oro se acordaron de Uma Thurman y los Bafta fueron más generosos, pero poco más. Sin embargo, el portentoso trabajo de vestuario de Kill Bill pasó casi desapercibido de entre los 27 premios y 99 nominaciones tuvo la película en 2004.
Kill Bill es un enorme pastiche sonoro y visual y el vestuario eleva este concepto a su máxima expresión. El celebérrimo mono amarillo de Uma Thurman lo vistió Bruce Lee en su última película. Pero no molesta.
Imagina una cinta de acción en la que el protagonista viste como Superman, como el robot de Metrópolis o Jessica Rabbitt. Nos sacaría de la película (Y seguramente de quicio). Pero Tarantino consigue hacerlo suyo.
Es verdad que no es un icono tan famoso, pero hasta quien conocía el referente no puede más que sonreír y descubrirse ante Quentin. Los mafiosos con trajes negros y antifaces gato son otro homenaje a Bruce Lee. El uniforme escolar de Chiaki Kuriyama, el kimono de Lucy Liu o el traje de novia ensangrentado de Uma Thurman son poderosos impactos visuales.
Pues únicamente dos nominaciones tuvo su vestuario. Al menos una se la otorgó el gremio de figurinistas de Hollywood. Los propios compañeros de Ogawa, Thomas y Zunino sí supieron reconocer su talento.
No me olvidaba del traje de enfermera de Daryl Hanna. Es que ese parche con la cruz roja se merece un párrafo para él solo.
Matrix (Kym Barret)
La película que catapultó a las hermanas Wachowsky salió del Dorothy Pavillion rematando sus cuatro nominaciones con sendos Oscars. Pocas candidaturas considerando que es una de las películas más importantes de la historia, y que ha cambiado la forma de ver y hacer cine para siempre.
Es como si sólo hubieran reconocido la hazaña del «tiempo-bala», porque ganó montaje, efectos visuales y las dos categorías de sonido. No digo ya la película, pero mínimo las directoras tendrían que haber figurado en el quinteto nominado por haber concebido y orquestado ese Universo.
El tinte verde con el que se nos sitúa en Matrix merecía una mención en fotografía. Y crear uno de los iconos más reconocibles de la cultura pop debió haberse supuesto una nominación al vestuario: Cuero negro, abrigos hasta los tobillos y gafas de sol cuadradas (o redondas, si perteneces a Matrix… ¿te habías dado cuenta?).
Por supuesto que Barret no se había inventado nada (Tampoco las Wachowsky se sacaron de la manga el tiempo-bala) pero asociaron para siempre esa estética a su película. Aún así estamos hablando de que Matrix fue reconocida en su momento por la máxima autoridad de la industria cinematográfica. No todos los grandes hitos del cine han tenido esa palmadita en la espalda. ¿Mereció más? Por supuesto, pero si Matrix se hubiera rodado diez años antes, quizá no habría conseguido ni una sola.