DCEU, crónica de un desastre: Justice League (2017)

Director: Zack Snyder | Guión: Chris Terrio, Joss Whedon | Historia: Chris Terrio, Zack Snyder | Producida por: Charles Roven, Deborah Snyder, Jon Berg, Geoff Johns | Reparto: Ben Affleck, Henry Cavill, Gal Gadot, Amy Adams, Jeremy Irons, Jason Momoa, Ray Fisher, Ezra Miller | Música: Danny Elfman | Duración: 120 minutos

Justice League fue la culminación, en forma de desastre comercial y artístico, de un universo marcado por la irregularidad en casi todos los frentes. Una desgracia personal desencadenó una de las decisiones ejecutivas más controvertidas del género, convirtiendo la Liga de la Justicia en un Frankenstein cinematográfico y en un conductor de un fandom voraz que ha obtenido, recientemente, su recompensa en forma de la finalización y publicación del corte original de Zack Snyder. Armados de mucho valor vamos a intentar rascar lo positivo de un evento grupal cuyo balance final, desgraciadamente, da fe del título de nuestra sección: un desastre.

La noticia se dio a conocer el 22 de mayo de 2017: Zack Snyder, director de Justice League, abandonaba la producción de la misma tras la desgracia personal que supuso el suicidio de su hija Autumn. En el comunicado se daba a conocer que pese a intentar regresar al trabajo, buscando superar el mal momento encerrándose en las tareas de post producción de la película, finalmente no pudo continuar. Joss Whedon, por entonces de vuelta al género blockbuster tras cinco años dedicados a guiar la culminación de la Fase 1 del universo Marvel, así como la Fase 2 completa, se hacía cargo del resto de la producción. A nivel de estudio tenía sentido siendo en ese momento hombre de la casa: apenas dos meses antes había sido anunciado como guionista, productor y director de una adaptación de Batgirl. Según el comunicado, y las declaraciones de uno de los productores de Justice League, Whedon iba a hacerse cargo de unos reshoots mínimos, además de supervisar la post producción, siguiendo siempre el camino marcado por Snyder. La sospecha de que nos estaban engañando llegó pronto: Junkie XL, autor hasta ese momento de la banda sonora, era reemplazado por Danny Elfman (Batman, Spider-Man, Age of Ultron). Otras noticias (como la que sugería hasta 60 páginas de guión nuevas) confirmaban las sospechas de que Warner podría estar rehaciendo el film a marchas forzadas. La fecha de estreno se acercaba y algo olía mal.

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En el DCEU anidó la irregularidad casi desde su concepción debido a varios factores. El contar con Nolan como padrino inicial (algo que parecía de sentido común estando sus Batman en la cima comercial y dramática del momento), las limitaciones e injerencias de Batman v Superman y Suicide Squad, y sobre todo las reacciones, a toda velocidad, impaciencia comercial mediante, de Warner por irse hacia Justice League tras el éxito arrollador de The Avengers en 2012. Por el camino Batman v Superman, sin duda la película peor recibida hasta ese momento, activó las alarmas en Warner y pidieron algunos cambios a Chris Terrio y Zack Snyder buscando una Justice League más ligera, colorida y en definitiva más amable. En el primer trailer, aparecido antes de la salida de Snyder, se podía apreciar algún que otro alivio cómico, inclusive el soy rico de Bruce Wayne, afirmando que ese era su super poder, en lo que era una línea de diálogo que bien podría haber firmado el propio Joss Whedon.

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Tras la respuesta negativa de Warner hacia el corte original de Zack Snyder entramos en una fase de plena incógnita para el fan, y los medios, que esperamos se resuelva algún día cuando los implicados (atados por posibles contratos o porque no quieren recibir una tormenta de furia fan) hablen o bien nos den una documental sobre la producción de Justice League. En teoría Joss Whedon entró en el proyecto a través de, o con la bendición, de Zack Snyder, para escribir y reescribir escenas adicionales, cuando este aún estaba al mando del proyecto. Si dichas tareas estaban o no relacionadas con su Batgirl, o si su trabajo en Justice League fue lo que le llevó a Batgirl, es otra incógnita. Lo cierto es que Joss Whedon tenía mucha experiencia aplicando cirugía reparadora: tanto en su época como script doctor (Speed, Twister), como en su participación en Toy Story (cuando era el único guionista real de un grupo formado por animadores), y especialmente en sus tareas de showrunner y/o productor ejecutivo en sus series de televisión, en las que podía reescribir, rodar y supervisar cada episodio sin que su nombre apareciera en los créditos salvo en su cargo fijo como hombre al mando. Su experiencia en el mundo del cómic daba fe su querencia por trabajos grupales: sus cómics de Astonishing X-Men y Runaways, así como los de sus propias creaciones, y por supuesto sus años en el universo cinematográfico de Marvel que pudieron haber empezado antes si llega a aceptar dirigir Iron Man allá por el año 2001. Incluso tenía mucha experiencia en injerencias de todo tipo sobre su trabajo (la pérdida de su crédito de guionista en Speed, los problemas con Fox en Firefly, y claro, su Age of Ultron). Entonces, con todo ese bagaje, ¿cómo es posible que el autor de la serie de televisión más estudiada de la historia fuera capaz de aceptar un trabajo para, finalmente, pilotar la nave hacia un desastre en todos los frentes?

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Rastreando redes y páginas no hemos encontrado teorías al respecto. Ahí van las nuestras: no lo pudo evitar. Corazón nerd. Cuentas pendientes. Lo primero, pese a que fundamentalmente fue un niño Marvel (especialmente X-Men y Spider-Man), la posibilidad de poder entrar en un proyecto con el equivalente DC a los Vengadores puede, teorizamos, que fuera irresistible. No hemos hecho cuentas pero debe haber pocos, o ningún autor, que haya escrito (sea en cómic, TV o cine, o todos a la vez) para tantos superhéroes distintos. Y por cuentas pendientes: entre 2004 y 2007 estuvo escribiendo, en perpetuo desarrollo infernal, un guión para Wonder Woman (guión que salió a la luz el mismo año 2017 y tuvo su polémica). ¿Reduce eso la responsabilidad inicial? No del todo: en el supuesto de haber aceptado bajo las condiciones oficiales (mínimos reshoots, siguiendo la guía previa de Snyder) es obvio que debió de ser consciente del impacto de sus intervenciones en cuanto empezó a escribir y a rodar todo ese material. El estreno de Justice League, el 17 de noviembre de 2017, fue también el momento en que un fuerte estruendo se dejó notar en buena parte del fandom.

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La metáfora acústica, de atronadora indignación fan, se presta fácilmente ante lo que muchos seguidores del DCEU entendieron como la imposición formal de aquello que no tenia cabida en su espectro original. La respuesta del público general, generalmente ajeno a la intrahistoria de Justice League, fue notablemente escasa y, peor, concluyente en cuando al olvido a gran velocidad de lo que se suponía debía ser el gran evento comercial del DCEU. Warner logró, amen de la alquimia en su estadio más grotesco, el peor resultado posible. La indignación fan podría haber sido aplacada con un gran éxito comercial o crítico. El fracaso comercial y crítico podría haber encontrado una salida digna en la aceptación del fan más entregado. La vichyssoise resultante perpetrada por Warner sugiere, en amargo final, la conversión mundana de aquel final de Batman v Superman con la tumba de este último rodeado por una parte de amargas lágrimas en su entierro fandom del superhéroe y al mismo tiempo, por otra parte, de la supina intimidad anónima en su sepultura comercial y crítica del ser humano corriente.

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Inesperadamente, si uno puede despojarse de las ataduras mencionadas, o si, directamente, no ha vivido atada a ellas, puede hallar algo de chicha en este bizarro manjar: Justice League no es tan distinta -por varios motivos incluso meta referenciales que no vienen a cuento ahora mismo, pero damos por hecho que el fan entiende- a la conocida Vengadores, como reunión grupal necesaria ante la amenaza de un ente alienígena maligno que pretende, con el uso de cubos mágicos y brillantes, acabar con todo y todos bajo alguna motivación épica de dominio estelar y mitológico. Una espina dorsal narrativa -suponemos- aceptable por cuanto en este género el como suele ser el albergue de la excitación formal a poco que se jueguen las cartas establecidas en el material de referencia (los cómics, por supuesto). Las alarmas saltan cuando ese proceder se ve impulsado por la destrucción formal, tonal e incluso la que atañe a personajes, de todo lo visto en los films precedentes y en especial los dos anteriores al tríptico deseado: Man of Steel y Batman v Superman.

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De ese modo el disfrute de Justice League, a ojos de quienes mamaron el DCEU desde sus inicios y gustaban de la propuesta, se ve mermado por un sentimiento casi doloroso de traición y abandono. El público cómplice, pero no necesariamente seguidora del DCEU, así como el público casual, incluso la crítica, sufren otro tipo de abandono: una propuesta escasa y de nula trascendencia. Tras la muerte de Superman, con un mundo sumido en las consecuencias de la pérdida del faro que atenuaba parcialmente el mal, Batman concentra sus fuerzas en investigar la inminente llegada del invasor maligno y en reunir a la tropa de superhéroes que deberán detener la destrucción y el caos. Nada nuevo, nada malo, esto es, o debería ser, un festival similar al de Los Vengadores en cuanto a excitación instantánea. Sin embargo los restos de lo filmado por Snyder, cuando no mutilados en la sala de edición con aderezos lumínicos (en las fases finales pasamos de lo frío a lo rojo atómico), aunque ya apuntaban hacia una suerte de relajación tonal respecto a Batman v Superman (Warner mediante), entran en colisión con las nuevas escenas escritas y filmadas por Whedon. El apretujo temporal de Warner, con esas dos horas de duración límite, y especialmente la negativa empresarial a retrasar todo esto hasta 2018, resultan en una mezcla crítica y en un catálogo de imprecisiones en el aparato de efectos digitales que, cuanto menos, ha ofrecido un amplio abanico de memes al respecto.

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Desde el punto de vista fan, y por supuesto del cómplice del DCEU como mero espectador, las secuelas de la cirugía de última hora afectan simétricamente no sólo a Justice League como producto final sino a Justice League como ideal: las escenas añadidas, que atañen a todos los personajes, en especial a Clark Kent/Superman, tratan de reconducir el film hacia el punto deseado por Warner, sin mediar en la obviedad del choque tonal. Los pésimos acabados en CGI, especialmente con el famoso mostacho, o los cambios de aspecto lumínico, palidecen ante la obviedad del salto casi crítico entre escenas. La familia rusa, de la cual ignoramos siquiera cual era su propósito narrativo, es una incógnita sideral.

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Desde el punto de vista casual, incluso aplicando una supuesta amnesia global, Justice League puede verse como un film entretenido, una suerte de what if involuntario, con un toque pulp e ingredientes peculiares. La primera escena de Batman, de las pocas apreciadas sin demasiados reparos, destila aire cómic pese a las tijeras empleadas por Warner cercenando la intencionalidad previa algo más ligera; Wonder Woman, especialmente cuando viste su armadura, pisa terreno juguetón (la escena del lazo de la verdad con Aquaman, extremadamente whedonita, o su observación diciéndonos que trabaja con niños) y Whedon se deja llevar por la posible tensión sexual entre ella y Bruce Wayne aunque, salvo una escena con un poco de whiskey y un hombro dislocado, apenas pisamos esa línea. Por contra los aderezos extra cómicos de Flash bordean el ridículo, la masculinidad de pecho al descubierto de Aquaman no casa bien con el historial del neoyorquino así como una desafortunada escena con Wonder Woman y Flash, copiada de su Age of Ultron.

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En Justice League, sin embargo, podemos advertir un foco de necesaria (y sana) polémica en advenimiento final, retorno triunfal mediante, de Superman como el personaje luminoso, confiado y casi sobrado que vimos en los films de Richard Donner. No tanto por la presencia de esta iteración en el film, pues parece que ya estaba previsto en la versión de Snyder, sino la reducción de una posible fase oscura de Superman a una sola escena de desorientación inmediatamente posterior a su resurrección. El arco planteado, o teorizado según sus propios autores, con un Superman cuya desorientación abarcaría mayor minutaje, estimula el debate sobre un exceso de apagón y desencanto en un personaje del cual apenas hemos visto en su esplendor genérico. Si damos por whedonitas sus intervenciones en la parte final de la confrontación con Steppenwolf, el villano de turno, advertimos un Superman al que echábamos de menos.

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Justice League emerge victoriosa en un veredicto unánime en una cuestión ya mencionada: los acabados estéticos, el envoltorio digital en concreto, estimulan una suerte de rechazo, casi de hedor en el sector más crítico, ante un catálogo de insuficiencias indignas de un producto de tal envergadura presupuestaria y emulsión de medios humanos. No es tanto el desastre, pese a que lo peor de ello sea el famoso bigote de Henry Cavill, como el hecho revelador del desastre vía injerencia programática: esa tundra de acabados indignos de una Justice League son la prueba visual, de firme metáfora, sobre el desaguisado perpetrado. Cuestión distinta es el grado de intromisión de ello en el espectador. Bigote aparte, especialmente en la escena inicial, el resto de improperios siguen esa línea de indignación relativa a la implicación y conocimiento del fandom: el aspecto, en centímetros de pérdida de finura muscular (o ganancia de lo contrario, vaya) de Ben Affleck, o alguna que otra peluca, desatan furia por un lado pero fácilmente pueden pasar desapercibido en el público más casual.

La vida comercial de Justice League dio comienzo con unas predicciones incluso más bajas de las que se podían prever atendiendo a su condición de secuela de la polémica Batman v Superman. El debut, aún peor del esperado, concluyó con una vida comercial anodina y un montante final de sólo 657.9 millones, por entonces la cifra más baja de todo el DCEU. Pese a que pudo rescatar una recepción algo mejor que su predecesora en críticas y taquilla (con un multiplicador netamente por encima del 2), y cifras internacionales por encima de Wonder Woman (428 por 409 millones), la cifra delataba el total colapso comercial, y peor, trascendente del DCEU. En ese punto la continuidad del proyecto recaía en la única secuela de la que no cabía dudas, Wonder Woman, y en una Aquaman ya en rodaje cuando sucedió todo el esperpento de Justice League.