Pedro Almodóvar, el cineasta más importante del territorio español, regresa tres años después con Dolor y Gloria; el ejercicio de introspección más grande de toda su carrera y, a buen seguro, uno de los filmes más destacados del año.
Corría el año 2006 cuando Pedro Almodóvar, tras estrenar Volver, terminaba un ciclo inolvidable capitaneado por los Óscar de Todo Sobre Mi Madre y Hable Con Ella; dando paso, después, a una serie de títulos que no terminaban de conectar con los espectadores -a mi parecer demasiado críticos, especialmente con La Piel Que Habito, aunque a algunos les enamoró-. Con cada estreno se llevaba más la frase de «Almodóvar ya no es el que era» y se recibía como un hito en sus días bajos… hasta ahora. ¿Por qué? Porque Dolor y Gloria es una de las películas más importantes de su dilatada carrera; y no solo eso, si no que también de las más redondas.
«Dolor y GLoria narra una serie de reencuentros en la vida de Salvador Mallo, un director de cine en su ocaso. Algunos de ellos físicos, y otros recordados, como su infancia en los años 60, cuando emigró con sus padres a Paterna, un pueblo de Valencia, en busca de prosperidad, así como el primer deseo, su primer amor adulto ya en el Madrid de los 80, el dolor de la ruptura de este amor cuando todavía estaba vivo y palpitante, la escritura como única terapia para olvidar lo inolvidable, el temprano descubrimiento del cine, y el vacío, el inconmensurable vacío ante la imposibilidad de seguir rodando. «Dolor y Gloria» habla de la creación, de la dificultad de separarla de la propia vida y de las pasiones que le dan sentido y esperanza. En la recuperación de su pasado, Salvador encuentra la necesidad urgente de volver a escribir».
En cuanto a la narración, y sin querer entrar en muchos detalles para evitar destripes, Dolor y Gloria se estructura de un modo casi capitular en el que los personajes «entran y salen» en torno a la figura de Salvador Mallo, quien los recibe presencialmente o en forma de recuerdos que son provocados por sonidos, situaciones o sustancias que le transportan a una vivencia pasada y lo asemejan. Da la sensación, en gran parte, de que la consideración básica de narración en tres actos ha sido completamente olvidada y Almodóvar ha apostado por centrar la historia más próxima al devenir de la vida que al de un relato. Y es que Dolor y Gloria, en esencia, no habla sobre algo en concreto; sino de los recuerdos, la vida y el cómo cambiamos con ella. Un cúmulo de vivencias que tienen como resultado la persona que somos hoy en día, el camino que recorrimos, la dirección a la que vamos y cómo atravesar lo que parece un callejón sin salida.
Antonio Banderas está, simplemente, espectacular. Podríamos afirmar, desde ya, que es una de las interpretaciones más redondas de su carrera. El modo en el que interpreta a Salvador, su introspección, su moral y el cómo hace suyos los gestos que le presta Pedro son un cocktail que hace prácticamente inimaginable el ver a otro actor bajo la piel de Salvador. Todo está medido en cuanto a su papel. Todo.
No olvidemos que Pedro Almodóvar es muy dado a mirar en sí mismo (aunque en Dolor y Gloria más que nunca) para enriquecer una historia. De ahí que tengamos sus películas explosivas en los 80, su época dorada de finales de los 90 y principios de los 00 (de tempo más tranquilo, sosegadas en comparación) y, ahora, lo que parece y ojalá sea el inicio de un nuevo período en el que Almodóvar se olvide, en parte, del barroquismo de anteriores obras y nos brinde «pinceladas» repletas de sentido, historia y narración a todos los niveles. Es, podría decirse, el inicio de un nuevo Pedro a sus casi 70 años que no necesita todo para contarlo; y, sin embargo, con poco cuenta todo.
En referencia al equipo técnico, la melodía de Alberto Iglesias funciona de maravilla con el tono de la obra y, evidentemente, la fotografía de José Luis Alcaine está en la elegancia, brillantez y contención que el director de fotografía lleva haciendo en su amplísima trayectoria. Un maestro de la luz.
Y ahora, sí (y sin destripes) me gustaría hablar del final. Rápido. Sencillo. Indoloro. Es, simplemente, brillante; el broche de oro a una historia que no sabemos cómo acabará y que, sin embargo, termina de la manera que no pensamos pero que nos encanta ver. Todo cuaja en un único plano que, con mucha probabilidad, sea de los más recordados en la amplia filmografía de Almodóvar.
En definitiva, Dolor y Gloria nos habla del pasado, presente y, quizá, futuro; en definitiva, de la vida en sí misma y los momentos que definen. Un ejercicio de estilo de un Almodóvar refinado que basa su peso en la interpretación de un Antonio Banderas magistral dirigido con precisión en cada gesto y mirada. Una película fundamental en la carrera del gran maestro y, quizá, la primera que defina una nueva época en su filmografía.