Año: 1967 | Dirección: Robert Aldrich | Producción: Kenneth Hyman | Guion: Nunnally Johnson y Lukas Heller sobre la novela de E.M. Nathanson | Fotografía: Edward Scaife | Reparto: Lee Marvin, Donald Sutherland, Telly Savalas, Robert Ryan, Trini López, George Kennedy, Richard Jaeckel, John Cassavetes, Jim Brown, Charles Bronson, Ernest Borgnine, Clint Walker | Género: Guerra, Acción | Duración: 2 h 30 m
El 15 de junio de 1967 en Nueva York se dio la premier de Doce del Patíbulo. Esta oda al macho es tal vez el trabajo más representativo de su director. Una película que consigue aún hoy dejarnos pegados a la silla, y cuyas subtramas llaman a reflexiones con los cambios del discurso.
En los ochenta los grandes ídolos del cine guerra eran Arnold y Sylvester —sí, también Norris, pero el nunca encarnó a un John—. Comando y Rambo. Los dos tocayos —estos sí se llaman John— que más armados que un lego se enfrentaban solos contra sus enemigos y salían ilesos con apenas un par de rasguños. Pero había un pasado, una obra que más que película era ley por cuanto todo padre mostró a su hijo en el proceso de hacerlo hombre a la usanza de la época. Doce del Patíbulo. Donde Lee Marvin se convirtió en leyenda sin nada que envidiar a Steve McQueen. Y de la que salieron Donald Sutherland, Telly Savalas, John Cassavetes y Charles Bronson. No se necesita más explicación para entender el porqué de su lugar en la historia.
John Reisman (Lee Marvin) es un mayor del ejército americano que debe seleccionar, entrenar y liderar a un grupo de soldados ‘voluntarios’ convictos por asesinato, violación y robo condenados a muerte o a pasar al menos 20 años en trabajos forzados. Estos doce hombres deberán traspasar las líneas enemigas y llegar hasta un castillo donde se dan cita altos cargos militares alemanes con el fin de boicotear la línea de mando del enemigo. Los que sobrevivan a la misión conseguirán la amnistía. Enseguida vemos como los superiores del mayor le encargan esta misión suicida como premio a su historial lleno de díscolas actitudes.
una película brutal, con una absoluta falta de humanidad
Con esa básica premisa vamos viendo como el director sube cada instante el ritmo de la narración. Vemos las primeras aproximaciones de Reisman a los suyos, como va buscando resquicios dentro de las diferentes personalidades; como los empieza a dirigir, a liderar; de manera que tipos se hacen más duros a través del entrenamiento físico. Como se generan facciones y alianzas hasta que a base de zanahoria y vara estos soldados son equipo. Vemos entonces también, claro, como se divierten, y como se premian los esfuerzos.
Hábil negociador, el mayor Reisman, logra esquivar nuevamente el castigo de sus superiores por cuanto lleva a participar a los suyos en un juego de guerra, situación perfect apara mostrarse concentrados y habilidosos en las mañas de la guerra. Su victoria evidencia aún más las bromas características que se dan entre machos; es decir, lo que el discurso políticamente correcto de hoy llamaría bullying. Y llega el momento definitorio. La jauría es soltada en una noche desde el aire y nuestros héroes, hoy se llamarían antihéroes, llegan y cumplen la misión eliminando a todos los alemanes que se les atraviesan en el camino y volviendo solo unos pocos a casa.
Doce del Patíbulo se constituyó como el primer blockbuster donde se mostraba la violencia de manera abierta al público. Y no había llegado mayo del 68.
Porque hoy podemos decir que proyectado así o no, Doce del Patíbulo nos ofrece otras lecturas. Nos habla de ese hombre macho y fuerte. Ese de pocas palabras, que no debe mostrar afecto ni tener miedo de nada; ese que está para cuidar a los débiles, pero que por el contrario abusa —hay varios violadores en el grupo—. Entre los doce no hay santos y sí más de un par desquiciados, y es menester mencionar que para transmitir esas cualidades al espectador las habilidades histriónicas de este grupo de actores se supieron desplegar, pero pareciera que estos terminan por resultar los mejores soldados.Varias de las obras que este filme influenció, rematando con Rambo y sus ‘explotation’, terminaron de demostrarlo.
Más que una misión de guerra, lo que presenciamos en el cuarto final del filme es una masacre. Doce del Patíbulo se levanta así como una película brutal con una absoluta falta de humanidad, la que solo sociópatas son capaces de sostener. Los civiles caen sin mediar condición por el solo hecho de su origen; donde hoy, si es que cabe evolución alguna más allá del discurso, cabría la pregunta: ¿cómo se combate a un monstruo sin convertirse en uno? Este filme ofrece una respuesta aciaga.
Esta película de Albrich, sin quererlo, hace reflexionar hoy sobre ello y funciona bien además como documento histórico, no por lo que sea verdad lo relatado en tanto sí por la forma en que lo hace —¿recuerdan que el medio es el mensaje?—. De alguna manera nos hace sentir mejor por cuando al menos se puede hablar de lo que está mal en ella. No como propuesta, sino como actitud de una sociedad.
Le vienen a uno los recuerdos de Abu Ghraib y cómo las soldados humillaban a sus prisioneros. Las explicaciones llamando a ello feminismo. Creo que apenas hemos hecho mejoras estéticas, pero el contenido ha ido en barrena.