IO, satélite de Júpiter (erróneamente llamado luna en la película), es el destino elegido por la humanidad para establecerse, después de que el planeta Tierra colapsara haciendo el aire tóxico para cualquier forma de vida. La joven Sam (Margaret Qualley) es de las pocas personas que siguen habitando nuestro planeta. Ella es la hija de un científico (Danny Huston) que cree que la Tierra se sanará por sí misma y volverá a tener la capacidad de albergar vida. A su solitaria existencia se le une Micah (Anthony Mackie), que llega un día en globo aerostático buscando al padre de Sam. El último transbordador hacia el satélite IO será lanzado en poco tiempo y ambos deben de llegar al emplazamiento de despegue si no quieren quedarse atrapados en un planeta prácticamente inerte.
IO es el nuevo intento de Netflix de resarcirse con el género de ciencia ficción en el que está teniendo un bagaje que hay que calificar, como mínimo, de muy irregular. IO no sube el nivel ya visto anteriormente, y aunque en el apartado técnico no hay mucho que reprocharle, es un producto que no puedo tildar con otro adjetivo mejor que el de soporífero.
El supuesto mensaje ecologista de IO y sus repercusiones nos quedan claro ya en sus primeros minutos, siendo el resto de metraje un vacuo intento de película intimista que se centra en la relación surgida entre sus dos intérpretes principales. Es una película minimalista que, excluyendo una o dos escenas en la que se deja ver el científico y padre de Sam, solo hace uso de dos personajes.
Disertaciones filosóficas alrededor de libros clásicos como El Banquete de Platón o de mitos también clásicos como el de Leda y el Cisne son los argumentos con los que la cinta intenta mantener nuestra atención. Y fracasa. El tedio se adueña por completo del espectador que espera llegue el momento en el que todo este planteamiento y desarrollo signifiquen algo más de lo puramente formal, pero ese momento no llega nunca y al terminar la película la única idea que prevalece es la de haber malgastado hora y media de nuestra vida… quizás este sea el mensaje oculto del film.
Dos apartados destaco de la cinta. El primero, una cuidada fotografía con bellos planos paisajísticos californianos a cargo de André Chemetoff. El segundo, el buen hacer, mediante actuaciones muy contenidas, del pequeño elenco actoral conformado por Margaret Qualley (The Leftovers o Death Note), hija en la vida real de la actriz Andie MacDowell y Anthony Mackie (Falcon en el MCU de Marvel). Ambos actores hacen sobrellevar un poco mejor el ritmo lento y pausado al que el film nos somete.
Así pues, IO no va a pasar a la historia como una película a recordar dentro del género de ciencia ficción, ni siquiera dentro del catálogo de Netflix, en el que nos encontramos producciones bastante más interesantes como Aniquilación de Alex Garland o The Cloverfield Paradox, la última parte de la trilogía producida por el gurú J. J. Abrams. Producto totalmente prescindible que lamentablemente no recomendaría a nadie que no disfrute del mero hecho de la contemplación intelectiva. Poco más nos ofrece a parte de una reflexión acerca de los males que provocamos a nuestro planeta.