Día de lluvia en Nueva York, el último film de Woody Allen, llega a nuestras salas de cine con cierto retraso pero con enorme y luminoso (y algo húmedo) cartel: esto es 100% Woody Allen. Garantizado.
No nos concierne en este espacio dedicar texto o reflexiones sobre asuntos de índole personal, especialmente cuando las redes, y los medios, ya nos hacen todo el trabajo. Es más, en este particular, no deberían afectar al juicio de una obra de un autor del calibre de Woody Allen. Pero no se nos escapa que el consabido retraso de esta Día de lluvia en Nueva York, por razones conocidas, culmina con aquella sensación tan placentera de ver una nueva iteración de aquello que uno tanto ama en la filmografía de Woody Allen.
Día de lluvia en Nueva York nos presenta a Gatsby (Timothée Chalamet) y Ashleigh (Elle Fanning), dos estudiantes de la selecta universidad de Yardley, al norte de Nueva York, y su viaje Manhattan con distinto propósito: ella acude a una entrevista con un famoso director de cine e ídolo personal (Liev Schreiver) mientras que él pretende aprovechar el viaje para compartir con Ashleigh su pasión por la ciudad de los rascacielos.
Woody Allen no nos ofrece nada nuevo con este film pero sus 92 minutos, lejos de un deja vu, se nos antojan un placer en absoluto culpable: Gatsby, por supuesto el nuevo avatar del director, pasea su apasionada idealización de la ciudad al tiempo que esta, de la mano de la fotografía de Vittorio Storaro, aparece irracionalmente bella en un día de incesante lluvia (aunque esta, a veces, se nota calzada en un día probablemente soleado pero que más da…) que desata el inevitable enredo de toda comedia al uso.
Ese posible deja vu que destila Día de lluvia en Nueva York palidece ante el sincero disfrute de un film de facilísima digestión. Sin embargo es innegable que este drama pijo-urbano, esos problemas de hijo-heredero de los Upper West y East Side de Nueva York, que ya nos resultaban ajenos en el siglo XX (para la mayoría de mortales), se nos antojan algo fuera de época. Y no nos referimos a cine de aire vintage, precisamente, sino a una posible desconexión de Allen con la sensibilidad actual. Quien sabe. Sinceramente, a un servidor, le importa un bledo: hemos disfrutado. Y a otra cosa.