Crítica de Cafarnaum (2017): Slumdog (un)millionare

Gran premio del jurado en Cannes tras quince minutos de ovación y las (sobreacturadas) lágrimas de Kate Blanchett. Nominada al Globo de oro y una de las competidoras de Roma al Oscar como mejor película extranjera (Si Roma tuviera competencia alguna). Al igual que el título de Cuarón, alude a una ciudad en la que no se sitúa la trama: Cafarnaum, la ciudad de Cristo.

El lugar donde el Mesías realizó los milagros y expandió su mensaje, al igual que hace ahora Nadine Labaki. Nos ha salido humilde la niña. Nada menos que esas son las credenciales de La cuarta película de la directora y actriz (¿No sería maravilloso usar el acrónimo “directriz”?). ¿Qué tiene Cafarnaum para haber triunfado entre la crítica?

Pues así, de primeras, lo tiene todo. Es un título hecho por y para arrasar en todos los festivales del mundo. Es básicamente lo que el “mundo civilizado” espera de la cinematografía de las culturas que no han llegado a su nivel de refinamiento. Cafarnaum no es una película para todos los públicos. Ni siquiera para todos los momentos. Nos muestra la barbarie, la miseria, los estragos de la guerra… y lo hace “tal cual”, sin “elaboración aparente”. Exactamente lo que queremos ver desde el mundo civilizado. Aquí, hasta la película más desgarradora está realizada siguiendo criterios “artísticos”. Con una elaborada puesta en escena, una bella fotografía, cuidados efectos de montaje y figurantes sacados de una agencia de modelos.

Sin embrago, esperamos que el resto haga un cine desde las entrañas, directo, sin filtros ni elaborados recursos narrativos. Eso es una capacidad superior del arte que sólo lo sabemos manejar nosotros. En nuestro esquema mental, el mundo civilizado baila El lago de los cisnes y el resto, la danza de la lluvia. Nadine Labaki, chica lista, lo sabe y nos ha puesto el cebo delante.

Vale que haya sido un poco simplista por mi parte, pero de verdad que los tiros van por ahí. Si no, fíjate: ¿Cuáles son las otras dos culturas a las que Europa mira de igual a igual. La china y la japonesa. Incluso, en ocasiones la consideramos superior a la nuestra. Por eso mismo, el producto que ambos países exporta al circuito de festivales no puede ser más sofisticado ¿A que no hay ningún “Cafarnaum” de ojos rasgados que triunfe en Cannes? ¿A que sus películas que llegan a los Oscars son épicas y elegantes? Señoría, no hay más preguntas. Listo para sentencia.

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Cafarnaum comienza “in media res”, es decir: Directamente en el punto de inflexión de la trama para contar a continuación cómo se ha llegado a esa situación. Ese es un recurso muy típico en el cine negro. También de la tragedia griega, porque ya decimos que Labaki sencilla, lo que se dice sencilla, no es. Como técnica narrativa es muy efectiva, por algo se usa desde hace casi tres milenios, pero tiene un peligro: que te veas venir desde el minuto uno cómo va a acabar la película. ¿Ocurre eso en Cafarnaum? Pues si no desde el minuto uno… sí desde el minuto dos. Sutil, lo que se dice sutil, tampoco es que Labaki lo sea mucho ¿Es importante? Pues más bien no, porque aquí que intuyamos el final de la historia es lo de menos.

Como dice Samantha Villar… no es lo mismo contarlo que vivirlo. A la directora no le interesa tanto la historia como el mostrarnos las miserias de un mundo que sabemos que existe, pero nos afecta lo justo. Es más, la película ha sido acusada de hacer pornografía de la pobreza. No diría yo tanto. Que Labaki busca que se nos revuelva las entrañas ante la realidad está claro. Pero no nos equivoquemos: Los Cafarnaum están ahí. Parece que no nos molesta tanto su existencia como el que nos lo pongan por delante. Lo que para nosotros es un fragrante intento de manipulación sentimental, para sus protagonistas es su día a día.. y su mañana.

Y por cierto, vaya dos protagonistas. Nadine Labaki recurre al recurso neo-realista de usar como protagonistas a personas reales del entorno que cuenta. Eso sí… ya hemos dicho que es una chica muy lista y se las sabe todas. Zain al Rafeea y Yordanos Shiferaw debutan con esta película mostrando un nivel interpretativo sobresaliente. ¿Y por qué digo que hay truco? Porque nos predispone desde el principio a favor de ambos. ¿Por ser buenos actores? No, porque son impresionantemente bellos y todos sabemos que la gente guapa sólo merece que le pasen cosas buenas. Eso es así.

Por último resaltar el controvertido mensaje de la película. Zaim es un asesino de doce años, pero la culpa no es suya, porque son las circunstancias sociales las que le han hecho ser lo que es. En otras palabras: La culpa, querido lector, la tenemos tú y yo. Pues va a ser que no le compro la teoría del determinismo social. Y yo al fin y al cabo, no soy nadie, pero Karl Popper, que era infinitamente más inteligente que yo y escribía muchísimo mejor, ya lo decía. Las circunstancias sociales te ponen el camino por delante, pero eres tú, haciendo uso de tu libertad individual, quien decide cruzarlo o no. Vamos, que hay muchos Zaim que no van metiendo puñaladas a la gente.

Pero ese mensaje de la película no es nada comparado con la resolución final: para vivir así, mejor no haber nacido. A ver, señora Labaki, que sé que me estás leyendo: Alma cándida, muchísimo cuidado con ese tipo de mensaje que me estás justificando la eugenesia. Queremos pensar que los Trumps del mundo son rematadamente imbéciles y sólo ven películas de Adam Sandler. Pero no lo son. Pero ni remotamente. No les demos más ideas, por la gloria de tu madre, que ya con las que se les ocurren a ellos solitos tenemos suficiente.