Crítica de Ad Astra: introspección espacial

Dirección: James Gray | Guión: James Gray y Ethan Gross| Música: Max Richter | Fotografía: Hoyte van Hoytema | Reparto: Brad Pitt, Tommy Lee Jones, Ruth Negga, Liv Tyler, Donald Sutherland, Jamie Kennedy, John Finn

Después de ver Ad Astra tenemos claras un par de cosas: los trailers anuncian una película diferente y que la otra, la de verdad, es carne de futura película de culto.

Tal vez uno se complica un poco la vida empezando una crítica de un film como Ad Astra anunciando que no es, exactamente, lo que sugieren los trailers o las cuñas publicitarias (aquellas que aparecen con voz de ultratumba y extractos del film a modo de gran gancho dramático o cómico), y que en este caso podría ser un film espacial de acción. Y el asunto es que Ad Astra es, definitivamente, algo mucho mejor.

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La mente del espectador blockbuster (término que hace mucho que debería estar desterrado de toda negatividad: hay films buenos o malos, independientemente de su coste) observará el espectacular papel virtual que envuelve Ad Astra y su mente bien podría sugerirle un cruce entre Interstellar y Gravity: temática espacial, gran estrella protagónica, una misión, cierto aire de requerimiento vital o, peor, filosófico, y sobre todo parafernalia visual adherida al género. No es que James Gray no haya podido dar con ello. En absoluto. Es que su intención, excepcionalmente clara en todo el film, es otra muy distinta. Es un viaje de introspección personal. Aunque para ello, el personaje de Brad Pitt, Roy McBride, deba recorrer media galaxia.

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Ad Astra nos presenta al experimentado astronauta Roy McBride en su misión para encontrar a su padre, Clifford McBride (aun superlativo Tommy Lee Jones), perdido en el espacio durante décadas. Del éxito de dicha misión depende, literalmente, la supervivencia de la humanidad. Es en ese viaje de Roy donde reside el ADN gravitacional de Ad Astra. Las breves escenas de acción, y toda la imaginería visual asociada al género (totalmente presente por otra parte), quedan en un segundo plano ante el verdadero objetivo del film y, por ende, del viaje de Roy: un viaje de introspección personal, de Roy como individuo, e incluso del ser humano como especie.

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En lo técnico no decepciona, que nadie se alarme: la fotografía de Hoyte van Hoytema cuadra, con precisión, con el imaginario visual que requiere el libreto de Ethan Ross  y el propio James Gray. Mientras que en el apartado digital encontramos el habitual popurrí de compañías de efectos visuales, desde la Industrial Light and Magic hasta Weta Digital. En ese particular el film cumple más que de sobras, sin estridencias, pero tampoco con carencias.

Narrativamente se agradece, y no saben cuanto, que James Gray descarte por completo cualquier concesión artificiosa, cualquier posible distracción, en favor de esa intencionalidad personal. Cabe destacar la paradoja entre la claridad de ideas del autor y el sentimiento de desorientación vital que afecta, hasta límites que sonora frialdad, al personaje de Roy. Ese punto de equilibrio, entre narración y personaje, apodado con envolvente música de Max Richter, proporcionan al film uno de los mayores placeres del cine: la sensación de estar metido en la película. A fin de cuentas, Ad Astra, sirve como metáfora vital de aplicación absolutamente transversal. Y en su sencillez, porque ante todo este es un film que huye de complicaciones o filosofía barata, reside su éxito. Todos somos capaces de vernos reflejados en ella.