Ciclo Scorsese | ¡Jo, qué noche!, Los años 80 de verdad

Año: 1985 | Dirección: Martin Scorsese | Producción: Amy Robinson, Griffin Dunne, Robert F. Colesberry | Guion: Joseph Minion, Martin Scorsese (sin acreditar) | Fotografía: Michael Ballhaus | Reparto: Rosanna Arquette, Griffin Dunne, Linda Fiorentino, John Heard, Teri Garr, Catherine O'Hara, Verna Bloom | Música: Howard Shore | Género: comedia negra | Duración: 97 min

Ciclo Scorsese, infiltrados

Y así, de repente, llega Martin Scorsese y se marca una de las películas más ochenteras y neoyorquinas de la década. Y es real, auténtica, sin recreaciones nostálgicas ni fantasías de un tiempo pasado que, seamos sinceros, cojea por todas partes. Esta ¡Jo, qué noche! (en la traducción del título entramos más tarde) es divertida, por momentos da miedo, es excitante y con un poderoso don para su revisión infinita. Década de los ochenta al 100%

Parece que Martin Scorsese, al cual dedicamos un potente ciclo en Cinéfilos Frustrados en honor la estreno de El Irlandés, tomó las riendas de este film (inicialmente para ¿Tim Burton?) tras sus problemas con la producción de La última tentación de cristo. Y el resultado, esta After Hours en su versión original, y un incomprensible ¡Jo, qué noche! en la versión patria, se convirtió en una deliciosa comedia negra. Un pequeño hito ochentero y neoyorquino. Inequívocamente salteada de un aire onírico, de pesadilla urbana, pero tenazmente ligada a buena parte de los efectos de la vida contemporánea ochentera en una ciudad como Nueva York -por entonces aún una jungla peligrosa- y, lo mejor de todo, en una sola noche. Una noche absolutamente brutal para el espectador y algo más movidita para nuestro protagonista: Paul Hackett.

¡Jo, qué noche! sigue a Paul Hackett (Griffin Dunne) a través de una interminable noche en la Nueva York de 1985. Hackett, oficinista desmotivado, y movido por insomnio, acude a una cafetería para leer un rato y tomar café. Ahí conoce a Marcy (una magnética Rosanna Arquette), conectan (o eso parece), y Paul pronto se encuentra cruzando media ciudad, desde la parte alta hasta el vibrante SoHo ochentero, para reencontrarse con Marcy en el estudio de una amiga. Su calvario empieza en el mismísimo taxi de ida, se complica cuando conoce a la amiga de Marcy, Kiki (poderosa Linda Fiorentino), le invaden las dudas, se ve incapaz de regresar a casa, se mete en un bar, conoce a una estrafalaria camarera (divertida Teri Garr) y, sin saber como, termina metido en una terrorífica persecución socio-urbana con tintes de masa enfurecida y justicia del pueblo.

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Scorsese propone un film poderosamente adictivo en base a una narración fluida y una sensación de descenso, por fases, hacia el descontrol y caos en la noche que vive Paul. Un sinfín de situaciones rocambolescas, con supina mala suerte en su mayoría, pero que no escapan del libre albedrío en las elecciones de Paul: acudiendo por voluntad propia al apartamento de una desconocida, aceptando tratos inusitados y, especialmente, huyendo de escena movido por el miedo e ideas preconcebidas.

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El molde ochentero deviene en un espectador omnisciente de lujo: una Nueva York real, contemporánea, presa de la psicosis urbana ante la delincuencia, el concepto de jungla urbana cuando cae la noche… Paul Hackett tiene un trabajo aburrido, que detesta (a Scorsese le bastan unos minutos en la intro para mostrar quien es y que tipo de vida lleva Paul), la rutina y el insomnio le retienen plenamente aburrido en su apartamento. Es el aburrimiento, el hastío general, lo que en primer lugar le lleva a la cafetería y a su encuentro con la irresistible (y no sólo por su apariencia) Marcy. La vida rutinaria, y ochentera, de un hombre cualquiera, le empuja hacia una aventura tras la que deseará regresar, cuanto antes, a su aburrida existencia.

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Este film de Scorsese, tal vez menos referencial que otros, esconde temas sugerentes: Paul conecta con cinco mujeres y siempre termina, en aras de la necesidad de algo que poseen, a merced de su voluntad. De Marcy precisa sexo; de Kiki un pasadizo hacia Marcy; de Julie un pasatiempo; de Gail una llamada; de June un escondite. El patetismo de Paul, sin duda a la altura de su petulante mala suerte, prolonga y amplifica su pesadilla. No puede escapar de ella pero no todo se reduce a mala suerte.

El entorno onírico, visualmente excitante (esa Nueva York sucia, poco amable pero a la vez irresistible), con el que Scorsese filma esta larguísima noche, goza de una BSO superlativa de Howard Shore: un compendio de música ambiental y evocadora, casi new age, que pega de fábula con los acontecimientos. La otra música, la de tipo comercial, existente, sorprendentemente no está basada en éxitos pop del momento como parecen insistir en las recreaciones actuales en TV. Y es que no todo el mundo, en pleno 1985, escuchaba sin cesar música contemporánea. Y, seamos claros, los personajes que tropiezan con Paul Hackett son de todo menos normales. ¿O sí?