La noche anterior un director me citó para tomarnos una cerveza en un bar donde se celebraba la fiesta de su película. Al llegar me preguntaron si estaba en la lista, y las cosas de hablar a medias una lengua, ellos me mal entendieron y me confundieron con el director. “Oh. Por supuesto. Siga». Podría traducir su cordial invitación. Una ball room que gravitaba extraño, por cuanto gravitaba errante entre lo elegante y lo vulgar. Y yo me quedé con lo vulgar. El proceso era gratis y no me resistí a sus burbujas. ¿Ocho, diez? ¿Querés un poco?, un chileno me dijo ofreciéndome algo de fumar. Sí, cómo no. Y bueno, me dieron las 3:00. Abriendo el ojo a las 5:20, con una llamada de la naturaleza, pensé lograr despertarme en dos horas más; pero no fue así y me dieron las 8:30. Too late, too late Little Alex para llegar a la función de las 9:00. Me acicalé y bañé con agüita fría para despejarme. Dos cafés, un advil, y el ya mencionado, en días anteriores, desayuno me decían de mala manera que podía con el día que me esperaba en la Berlinale.
Favolacce
Vi a los Hermanos D’Innocenzo tomados de la mano en el «photocall». Hermosa imagen. No sé si son gemelos, pero además de esa especial muestra de cariño son igualitos. La biografía de ellos en el folleto del festival habla sobre haber crecido escribiendo poesía y haciendo fotografía. Pero buscando un poquito más aparece Dogman (2018), de la que fueron escritores conjuntos. Había esperanzas en Favolacce. Pero en el filme no la hay, hay solo devastación.
Es verano, y las familias que nos retratan no pueden más con nada. Ni con sus propios seres, ni con la compañía de los suyos, menos con los vecinos. La sensación de Jungle Fever desborda la pantalla. Se sabe que algo va a pasar, es más que evidente, pero los hermanitos no le hacen juego a su apellido y nos rompen en pedazos. Sin conmiseración con sus protagonistas ni con los que asistimos a la exhibición, ellos me navajean, para sacarme las entrañas y comérselas delante de mí. Muchas veces aprecio esta brutalidad en el cine, pero acá necesito de una vuelta. Favolacce recuerda de muchas maneras de Las vírgenes suicidas, pero será que la extrañé a Air en la banda sonora, o he perdido estómago, que este trabajo debo dejarlo reposar para poder analizarlo mejor.
Never Rarely Sometimes Always
Eliza Hittman apareció en mi radar en 2017 con Beach Rats, muestra en ella, en un Brooklyn actual, que el despertar sexual no convencional de un chico aún puede ser muy complicado, pues, además de lo usual —las condiciones sociales van atrás de las legislativas— él juega a cuatro bandas: familia, amigos, pareja y mundo virtual. Arrojada Hitman, por lo crudo y tono cuasi documental del fondo de una clase marginal, era un salto que se esperaba en uno de los grandes festivales europeos como la Berlinale, después del primer éxito mencionado. Y fue la Berlinale el primer festival en traer a la nacida en Brooklyn, NY, esta vez con Never Rarely Sometimes Always.
Berlinale 2020: Día 4. Dante por Ferrara
Hitman se planta en lo rural, en un pueblito de Pensilvania y presenta a Autumm (Sidney Flanigan). Su hermosa voz, su familia, su ambiente laboral y su lío, ella ha quedado embarazada sin quererlo y sabe que en su famila no tiene cómo asirse para solventar la situación. Ah, pero está Skyler (Talia Ryder), su prima con la que comparte un trabajo de tedio y las condiciones de mierda que llegan con él. Las dos emprenderán una aventura que supera moralismos y deja un intenso, buen y esperanzador sabor en la boca. Hitman está más cruda que un salmón japonés, pero servido como ella lo sirve solo puede ser tan delicioso como sacado de algun bar de Tsukiji.