Somos animales a los que nos gusta tanto planificar como salirnos del plan para sentirnos vivos. No siendo este el caso, o sí de alguna manera, quería seguir la noche anterior con la tradición autoimpuesta en cada Berlinale de ir a la fiesta Iberoamericana organizada por el Instituto Cervantes de Berlín. Apenas había terminado de escribir el texto a las 22:00 y la llegada se me hacía larga. Le aposté a una amiga que si salía del hotel y en 5 minutos de espera pasaba un taxi llegaría, que si eso no pasaba, que no me esperara. El taxi llegó y trece minutos después y once euros menos estaba yo haciendo fila para entrar. Llovía, sin frío, pero no es en mi caso la lluvia no es lo buscado cuando trato de salir a animarme. Algo pasó y la fila cobró vida. A la entrada una peruana, con la típica sonrisa que irradia amabilidad de ellos, me dijo que el pisco se había acabado ya. Oh, buen Dios, ¿por qué me haces esto? Si Berlin es una ciudad a la que salir antes de las 2:00 a alguna fiesta es blasfemia, ¿cómo permites que el pisco se acabe apenas las 23:00? Bongo, el caleño que hace de DJ cada año en esta fiesta hacía lo suyo, se dice que esta fiestita es la mejor de los diez días de festival. Bongo es leyenda en Berlín. Systema Solar reventaba el lugar con la potente champeta El Botón del Pantalón. Abrazos, saludos, caras latinas, amigos mejicanos, argentinos, peruanos y, claro, los míos: Bucaramanga, Bogotá y Santa Marta estaban allí y ellas bailaban con esos movimientos tan conocidos para mí por venir de la misma geografía. Sintiéndome en casa. ¡Qué delicia! Me agradecí haber ido y estallar de felicidad solo por estar rodeado de gente que hablaba en español, a la que casi no tenía que explicar mis chistes.
Igual, 2:00 y como Cenicienta a dormir, que a las 8:15 proyección de Berlin Alexanderplatz, la película que más temprano arrancaba en toda la Berlinale. Como dice el nefasto candidato colombiano, “se puede”. Un café en el hotel, otro 15 minutos después de llegar al Hyatt. Y entrar sin dilaciones a Palast, no sin antes intercambiar impresiones con Pablo Rendón y Víctor Esquirol sobre lo que esperábamos de esta. Adelante, muy adelante, esperando que la pantalla me dominara me senté. Un buen puesto, el mejor para mi gusto, para ver a Berlín.
Berlinale 2020: Día 5. ¡Dispara Hittman!
Berlin Alexanderplatz
Abre Burhan Qurbani, el director alemán responsable de estas tres horas, con la escena de un naufragio. Francis (Welket Bungué) es uno de los sobrevivientes. Habiendo sentido retumbar en sus oídos los pasos de la muerte, él siente que debe hacer la promesa de ser bueno en esta segunda oportunidad. Pero existen seres malditos, eso que por más que lo intentan no logran salir de la espiral corrupta en la que siempre han estado. Ni siquiera una nueva geografía y un nuevo comienzo ayuda. Porque… ¿es algo nuevo o solo cambió el paisaje y la lengua? Si Francis era un marginado en su tierra, ¿cómo va a llegar a ser un berliner? Y claro, conoce a Reinhold (Albrecht Schuch) y, ay dolor, ya sabemos qué va a pasar. Reinhold le acoje, le atiende, le bautiza y le utiliza, le manipula. Todos lo ven menos el protagonista. Y de lo que comenzó medianamente bien, una muestra al bajo mundo berlinés, la película se endulza hasta que la melaza se espesa tanto que no se mueve, y se hace intragable, además. Un desconsuelo similar, por el nombre —el de la icónica plaza y serie de TV de los 80— que se osa a levantar, al llegar a ver Alexanderplatz, tan fea como central en esta ciudad.
The Roads not Taken
Sally Potter presentó en Berlín The Party, claustrofóbica como desternillante comedia repleta de ginagntes del cine allá en 2017. Una película a la que sigo teniendo gran aprecio por su sencillez en el tratamiendo que da a su fondo: el feminismo y sus discursos; la izquierda, la intelectualidad y a quién ahora ese pensamiento pertenece; las relaciones entre hombres y mujeres siempre tan enrredadas, no tanto por el domino de unos sobre otras, que sí, si no, y sobre todo, porque tenemos visiones diferentes. Otra vez con un reparto de lujo, Javier Bardem, Elle Fanning y Salma Hayek.
Potter retrataba un día en la vida de Molly (Fanning), hija de Leo (Bardem), que vivía ya con el sol juntándose en el horizonte y luchando con sus recuerdos, Dolores (Hayek), uno de ellos. Molly a la que las citas médicas de su padre le van minando el día. Disculpas en el trabajo aparcado por un cuerpo que recuerda lo que contenía pero vacío ya de cualquier atisbo que nos hizo amarlo. Una película que habla del alzheimer, o la demencia, y el papel de los cuidadores y familiares. ¿Qué debemos hacer con una persona así? Es más, ¿sigue siendo este cuerpo una persona? ¿No está vacía ya? Y, muy al pesar del tema y lo pretinente de este, Potter no logra enganchar lo necesario todos los hilos de la historia. Que divaga como el pobre Leo en un ir al pasado con el viaje del día por la ciudad de Nueva York. Una deuda de la selección oficial, que sin ser un bodrio en propiedad, es calidad inferior a lo que venía siendo mostrado
The Trouble With Being Born
La para mí desconocida directora austriaca Sandra Wollner me atrajo a su película por su nombre. Llegué a la sala sin haber leído nada ni de su trabajo previo ni tampoco la sinopsis de esta película. Una foto y el título me daban cierta sensación, como todo en la vida cuando se toman desiciones por instinto, a cara o cruz. Y salí ganador. Un robot y su relación con dos humanos. Un robot que primero es hija y luego es nieto. Un autómata que repite como loro un colección de frases inconexas para nosotros, pero increíblemnete llenas de significado para el padre. Luego, el abandono, la máquina pasa a otras manos y deja tener características físicas de niña para hacerse niño. Sin embargo, los discursos no cambian. Sin ser ciencia ficción y sin ser del todo una distopía blackmirroriana, sí abre preguntas Wollner: ¿cómo nos debemos relacionar con estas cosas? ¿qué tipo de interacciones son válidas con ellas? ¿todo vale por ser una cosa o el solo hecho de humanizar el latex que hace de rostro les otorga otro estatus? ¿cómo manejar la pérdida de un hijo? Todo esto expuesto en un eterno gris que no deprime, pero angustia, y que aunque lo duro llena de felicidad por presenciar algo tan estéticamente bello como sugerente en lo contenido.