Berlinale 2020: Día 3. Undine, ¿quién no se enamora de una sirena?

Berlinale 2020

Abrir el ojo a las 5:24 de la mañana habiendo podido cerrarlo a las 00:12 no es la mejor cosa que puede pasar para aguantar lo que viene en el día 3 de la Berlinale. Sobre todo si la primera película se pasa a las 9:00. Pelear con el ordenador y su conexión WiFi, escribir en la cama y distraerse con la información de lo que hay que ver suena como que el día no le va como debiera. Es domingo, son las 7:00 y ya con el sombrero puesto bajo del cuarto piso del Ibis Budget de Postdamer Platz a desayunar. Lo usual, huevos duros y rodajas de pan industrial acompañan jugo de naranja ídem, apenas bebestible, como el café.

Salir al atípico frío, apenas 8 grados cuando lo normal para estas fechas era -2, dan ganas de caminar mirando la ciudad. En el camino me cruzo con la parte más extensa conservada del muro y la cicatriz que recorre todo el suelo berlinés por donde pasaba. Debía llegar temprano a reclamar entradas para Los conductos, el primer largo del multipremiado director colombiano Camilo Restrepo. Alcancé el Hyatt con tiempo para un mejor café y con la boleta a las 21:00. El plan de ayer se había jodido, sin embargo el resto del calendario en Berlinale seguía según lo organizado.

Pinocchio

¿Quién no se sabe este cuento? ¿Cuántas versiones lleva en el cine? Desde Disney hasta Matteo Garrone, del, que anda en la suya, y Benignis de por medio, recuerdan esta fábula de tanto en tanto. El de Roma es un director que aprecio desde que presentó la radiografía mafiosa llamada Gomorra (2008). Su forma oscura y angustiante, que llegó a resaltar en un alto lugar en Dogman (2018), me hizo llegar con la idea de ver una versión adulta del afamado cuento. Tomen nota: es un error jodido, porque difícil escapar de él, llegar con prejuicios a ver una película.

El prejuicio pasa factura cuando el desprendimiento de él implica una tarea de superar la frustración del deseo no realizado en el momento de ver y apreciar el trabajo. Esta versión es una película para niños hecha con la misma estética oscura que lleva desarrollando Garrone. No estoy seguro de que el miedo que sientan mis hijos al verla supere, en el resultado final, las risas y la fantasía propuestas acá. Y me rayó. Entonces, más cerca de Il racconto dei racconti (2015), Pinocchio trae las entrañables aventuras de la marioneta causadas tanto por su rebeldía y desobediencia, como por candidez y falta de astucia mundana. El niño de madera, pues, conoce al titiritero dueño del circo, al gato y al lobo (Papaleo y Ceccherini delicios de ver), al grillo y al hada madrina. Viaje para medirse y tomar medida del mundo, en otras palabras crece y madura. Y Geppetto (Benigni, ¡qué bien!) igual de inocente —de tal palo tal astilla se dice— y lleno de un infinito amor para su hijo. El grillo, más que conciencia es un futurólogo pesimista que de escucharse limitará el aprendizaje necesario para insertarse en el mundo. Entretenida, bonita y muy elaborada, la película de Matteo Garrone no me terminó de convencer porque no le encontré como una buena adaptación. Este Pinocchio prueba de cómo la fidelidad al material original no funciona muchas veces en el cine, cuando habría que hilar las aventuras y saber cerrarlas también en el final.

Undine

Christian Petzold es ya un nombre que se sostiene solo en la industria. Le conocí por Jerichow (2008), donde adaptaba, con no tanta soltura, El cartero llama dos veces (James M. Cain, 1934). Pero fue Bárbara (2012) donde empezó a depurar su estilo y por el cual se le reconoce: el romance y los amores imposibles, la historia como fondo o problema de esos amores, la reunificación, los escapes como leit motiv. La brillante Phoenix (2014) fue seguida por la fabulosa Transit (2018), y en esta ocasión la palabra que escoge para nombrar sus películas refiere a una mujer.

Undine (Paula Beer) es una historiadora que trabaja como guía en un museo que acoge la historia de la ciudad de Berlín. Ella acaba de ser abandonada por Johannes (Jacob Matschenz). La pasión con la que Undine habla de las decisiones políticas, sociales y económicas que han hecho de conjunto de pueblos una ciudad cargada de peso histórico llevan a que Christoph (Franz Rogowski) la siga en su desesperada caminata del último rastro de Johannes.

Berlinale 2020: Día 2, tarde pero llegamos

Ondina es un mito germánico de un ser mitad mujer mitad pez, y nuevamente con la artesanía de Petzold tenemos una película donde el realismo mágico alquila un lugar en Alemania. La magia que se había ido con el desespero de la ruptura se empieza a desvelar con metáforas de buceadores, y acuarios. El mito se desarrolla en una costura elegante donde lo fantástico va estrecha y fácilmente ligado con la realidad presente. El amor romántico en su más pura expresión, donde la necesidad del otro es vital porque su ausencia quita el aire. Otra vez el director junta a Beer con Rogowski y su química trasluce lo anterior con la esplendida forma en que logra desarrollar los personajes dentro de su pasión. Un cuento de amor con el agua como elemento fundamental, que fluye, que destruye, que se transforma y que es imposible de retener, y esa base para hablar de la unificación, de la falta de cohesión social, y de precariedad laboral y vital.

Todos os mortos

Caetano Gotardo y Marco Dutra llegaron a Berlín proponiendo una mirada al pasado esclavista y la ciudad de Sao Pablo en pleno estallido. Han pasado apenas diez años de la abolición de la esclavitud en la República de Brasil y una familia cafetera, los Soares, apenas se las apañan para acomodarse en la entrada del siglo pasado. Sus sirvientas, sus negras, han encontrado otros caminos para alejarse de los Soares. Las separaciones siempre son odiosas, se podría decir.

Oh cómo fastidia que la premisa y el tema se presenten en unos poquísimos buenos minutos iniciales, quince, veinte, no más. Todo se diluye como en medicina homeopática. Mirar al pasado para juzgarlo con las herramientas morales que se tienen hoy es un saludo a la bandera. Solo deja una estúpida a ineficiente superioridad moral en la boca. Un tufo que aleja del pensamiento al que debería llegar esa ventana al pasado, y es cómo lidiar con el problema hoy de lo hecho ayer. Mas cuando el diagnóstico se conoce, la humanidad fue horripilantemente racista hasta hace muy pocos años atrás. Y aunque el asunto no se ha superado por completo, si me parece que dé a empellones bajos de nivel y se está hoy más pendientes de xenofobias. Muchos temas y personajes sueltos en este trabajo que es como mezclar El sexto sentido (1999) con Los otros (2001) con drama familiar e histórico, y hay que ser delicados para estas fusiones. Y los brasileros acá no tuvieron el tacto justo.