Cuando Hanne Karine Bayer llegó a París con 17 años no sabía quién era Jean Luc Godard. Tampoco había visto mucho cine. Huía de su familia, de Dinamarca . Su madre le decía que era fea. Y con su padre apenas tenía relación. Llevaba sólo una maleta,10.000 francos y se alojó en un pequeño hotel cerca de la plaza de la Bastilla. Desde allí buscó trabajo en distintas agencias de publicidad. Fue Coco Chanel quien la descubrió y quien le cambió el nombre por uno que sonaba a heroína rusa: Anna Karina.
Al mismo tiempo, Godard preparaba el rodaje de la película que lanzaría su carrera: Al Final de la Escapada con Jean Paul Belmondo y Jean Seberg. Anna Karina consiguió algunos trabajos de modelo que ya explotaban su imagen, entre aniñada y sexy. Un prototipo de belleza que era muy propio de las musas de la nouvelle vague : Twiggy, Jean Seberg, Briggite Bardot.
Godard se quedó prendado de esos anuncios. Uno de jabón en que se veía a Anna Karina en una bañera cubierta de burbujas hasta el cuello. Publicó un anuncio en la revista Film Français donde decía que buscaba “un alma gemela para hacer películas”. Pero Anna Karina no lo leyó. No leía Film Français. No leía en francés. No hablaba francés. Un día llegó a su agencia una invitación para entrevistarse con Godard para la posibilidad de hacer una película, se trataba del papel protagonista.Anna no sabía si debía ir.No sabía nada de Godard y bajo ningún concepto quería salir desnuda.Pero fue.
El Soldadito fue la primera película que hicieron juntos y que inauguró una época dorada, no sólo en el cine de Godard, sino en el nuevo cine francés. La película denunciaba duramente la política francesa en Argelia y fue censurada por el gobierno. También fue el inicio de la relación sentimental entre ambos.
Viviendo bajo la sombra de un genio
La relación con el director francés y su carrera como actriz estuvieron lejos de ser un cuento de hadas. Nadie se olvidaba del anuncio que había publicado Godard en Film Français buscando “un alma gemela” y Karina recibía comentarios despectivos del mundo intelectual y artístico. Eran constantes las llamadas anónimas donde la llamaban “la zorrita de Godard” o donde le decían que era una “joven frívola” que no estaba a la altura del genio que estaba detrás de la cámara. Pese a la extensa filmografía que con los años la llevarían a trabajar con Visconti en El Extranjero o con Fassbinder en La Ruleta China, Anna Karina no lograría quitarse de encima el peso de ser “la musa de Godard”.
Después de Una Mujer es una Mujer y Vivir su Vida, Anna Karina consiguió cierto respeto como actriz. Su rostro emulando el de María Falconetti en la Juana de Arco de Dreyer, fue valorado por el esfuerzo gestual para emular el sufrimiento de la Falconetti. Y con los años esa imagen se convirtió también en un icono de la nouvelle-vague. Luego vino Band a Part una película con un tono optimista y transgresor que contrastaba con la atmósfera sombría de las dos anteriores.
Godard escribió Band a Part para alegrar a la propia Anna Karina que sufría una depresión terrible tras haber sufrido un aborto fortuito. Resulta difícil creer que en esas imágenes en que corre risueña por las salas del Louvre, Anna Karina estuviera atravesando uno de los momentos más difíciles de su vida. En el buen cine, la imagen tiene estatus de verdad. Es un estado anímico que sale de la pantalla y se alarga en nuestra imaginación: “la feliz Anna» “la libre Anna Karina”.
En 1967 Anna Karina y Jean Luc Godard se separan. Según la actriz, Godard nunca decía dónde estaba o lo que hacía. Era capaz de ausentarse durante semanas sin dar señales de vida porque se le había antojado ir a visitar a Ingmar Bergman a Suecia o a discutir de semiótica con Roberto Rossellini. Karina vivía al lado del teléfono esperando que la policía llamara diciendo “señora, lo siento, tenemos malas noticias”. Pero Godard siempre volvía de aquellas ausencias como si tal cosa. Según Anna Karina, ella no era una compañera para el director, ni mucho menos un “alma gemela”, sólo una extensión de su obra.
Si eso fue Anna Karina para el director, no lo fue para su cine. La actriz impuso un sello propio en la interpretación del nuevo cine europeo que Godard no lograría con ninguna de sus actrices posteriores. Ni siquiera con Briggitte Bardot. Los diálogos existencialistas de Godard surgían de la boca y de los ojos de Anna Karina como si los hubiera inventado ella misma. En su interpretación había algo de experimento, de sorpresa, de sensualidad disimulada, de devoción, desdén y arrebato que no eran autoría de Godard, sino mérito de Anna Karina. Hay momentos de la historia del cine que se parecen más al fuego que a la premeditación. Películas como Alphaville o Pierrot el Loco no son una obra-total, más bien son fragmentos que se construyen alrededor del misterio, algo intangible que es mayor que la suma de sus partes.
El pasado 15 de Diciembre Anna Karina murió a la edad de 76 años. Ni siquiera en las necrológicas de su muerte se ha librado de la etiqueta de “ musa de la nouvelle vague”. Pero en los últimos años de su vida, la actriz ya no renegaba de esta etiqueta. Inspirar también es un arte. Como decía la Nana de Vivir su Vida: “ Al final, todo es belleza”