No hay lugar en el mundo como Hollywood. Todos hemos tenido una noche de borrachera entre amigos, apostando a ver cual de todos tiene la idea más disparatada. Allí, lo hacen los ejecutivos de las productoras y lo convierten en tendencia mundial. Y lo más grande de todo, son capaces de decir: “A que no hay cojones de coger un clásico de la literatura universal y hacer con ello una película de instituto” y hacer una buena película. Y más de una. Convertir honrosamente Emma en Fuera de onda y La fierecilla domada en Diez razones para odiarte es para quitarse el sombrero. España, que llega tarde y mal a todo, convirtió Al desdén con el desdén en Menos es más, pero mejor no voy a criticarla porque fui al cine a verla y todavía me sé la canción.
Todo esto vino por no entender absolutamente nada de lo que hizo Baz Luhrmann con su Romeo + Julieta. No entendieron la osadía (y grandeza) de tomar un texto del siglo XVI, no cambiarle una coma pero dotarle de una puesta en escena y un lenguaje cinematográfico completamente trasgresor. Para entender su importancia cinematográfica recordemos las dos versiones más famosas que le precedieron: Las adaptaciones de Cukor y Zefirelli están muy bien. Quizá sean incluso mejores, pero siguieron siendo el Romeo y Julieta de Shakespeare. La del director australiano es el Romeo y Julieta de Luhrmann. He ahí su genialidad.
Pero no. Los directivos de Hollywood que fueron a la sesión golfa antes de ir de copas no vieron nada de eso. Sólo que iba de un libro que no se habían leído, con actores jóvenes y que la época actual es más barata de construir. Así, por nuestras pantallas pasaron con mejor o menos fortuna Pigmalión, Cumbres borrascosas, Noche de reyes, La letra escarlata… y Las amistades peligrosas.
La idea en sí no era especialmente absurda (No más que cualquiera de las demás adaptaciones), pero es que las decisiones que tomaron para llevarla a cabo hubiera hundido hasta a Casablanca. Para empezar el reparto. ¿En serio? ¿De verdad le dan un papel que han encarnado Glenn Close y Annette Benning a Sarah Michelle Gellar? A ver, que ella me cae muy bien y soy fan de Buffy Cazavampiros, pero por favor no nos volvamos locos. Claro, que eso no es nada comparado con darle el Sebastian de Jonh Malkovich y Colin Firth a Ryan Phillippe.
¿Una Buffy afroamericana en la tercera venida de Joss Whedon?
Después de eso me creo ya cualquier casting. Lo de Reese Withspoon es harina de otro costal. Ella estaba muy por encima del resto de actores (o de cualquiera del equipo de la película). Aunque no ha tenido una carrera al nivel de su talento, cuando ha querido brillar, lo ha hecho como ninguna. Y para entender cómo ha tratado estos veinticinco años al reparto de la película… con una foto basta:
Venticinco años. Qué vértigo da pensarlo, pero no todo es tan malo…
Hay cinco razones para pensar que quizá, Crueles intenciones no sea tan mala película:
1 Porque demostraron tener buen gusto literario.
A ver, los productores no se habían leído el libro, eso seguro. Habían visto por la tele anunciada la versión de Stephen Frears y habían oído hablar del Valmont de Milos Forman. Eso como mucho, pero vamos a ser justos. Nos hemos tragado cuatro películas adaptando Crepúsculo, así que bienvenida sea Las amistades peligrosas.
2 Porque fue un trampolín para Amy Addams
Bueno, no sale en esta, sale en la segunda parte (sí, hay segunda parte y sale en ella Amy Addams) y es seguramente lo peor que haya hecho en toda su carrera, pero por algo hay que empezar, digo yo. Qué digo que haya segunda parte. Hay hasta una tercera y un musical. Ya hay musicales de todo.
3. Por la extraña fascinación que produce algo que realmente no existe
El género de instituto americano ha creado todo un universo propio, unas reglas, una fauna, un… todo cuya difusión y éxito es tan WTF como absorbente. Y curiosamente nada de eso ocurre en la realidad. Sin embargo, las películas de instituto tienen algo fascinante. No se si es la falta de responsabilidades, la belleza y juventud de sus protas, que todo parece tener solución y si no… Queda toda la vida por delante. No sé realmente qué es… Pero seguiré investigando.
4. Porque al menos aquí pagan por sus pecados
Los ricos no pagan. Los ricos están por encima de la ley. Eso lo sabemos todos. En la vida real, pueden hacer todo lo que quieran con completa impunidad. Y cuando caen… caen menos. Lo que sería años en la cárcel para cualquiera, para ellos es meses. Y cuando salen, salen igual de millonarios. En Crueles intenciones, sus fechorías tiene consecuencias para ellos. Es ficción, lo sé, pero al menos reconforta verlo. Aunque sea una película.
5 Por su beso icónico
Parece mentira que Crueles intenciones tenga uno de los besos más famosos de la historia del cine, situándola al lado de Casablanca y De aquí a la eternidad. Es verdad que el beso lésbico entre Gellar y Blair visto hoy en día es infantil, flojo y fuera de lugar. No deja de ser un beso homosexual hecho por y para heterosexuales. Pero si nos ponemos en 1999, este tipo de demostraciones se ocultaban. Ya había cierta costumbre de mostrar personajes homosexuales en series televisivas (más una moda que verdadera normalización) pero jamás se besaban en pantalla. Un abrazo, como en Melrose Place, y mucho era ya.
El primer beso entre dos chicos visto en televisión fue el 24 de mayo de 2000, en Dawson crece. Parece increíble pero es así y tampoco hemos avanzado tanto. En Modern family, Cameron y Mitch jamás se besaron durante la primera temporada. Los productores de la serie no tuvieron más remedio que “solucionarlo” en la segunda temporada, pero si no hubiera habido queja en las redes sociales, el matrimonio seguiría televisiva casto. Así que por tonta y vacía que sea, bienvenido sea la visibilidad que mostró Crueles intenciones.