TÍTULO ORIGINAL: WONDER WHEEL/ AÑO: 2017/ PAÍS: EE.UU./ DIRECCIÓN Y GUION: WOODY ALLEN/ PRODUCCIÓN: LETTY ARONSON, ERIKA ARONSON/ INTÉRPRETES: KATE WINSLET, JIM BELUSHI, JUNO TEMPLE, JUSTIN TIMBERLAKE/ FOTOGRAFÍA: VITORIO STORARO/ MONTAJE: ALISA LEPSELTER/ DISEÑO DE PRODUCCIÓN: SANTO LOQUASTO/ DURACIÓN: 101 MINUTOS.
Hay una discusión recurrente cada cierto tiempo en círculos cinéfilos. Nadie duda de que Woody Allen sea uno de los directores vivos más geniales, y sin duda su constancia en entregar una película por año supone una cita ineludible para todos los amantes del séptimo arte. Pero cada vez que estrena una película que queda muy por debajo de su enorme talento, surgen voces que sugieren que quizás sería mejor que su ritmo de trabajo fuera menos constante en cantidad, pero mayor en calidad. ¿No debería el maestro tomarse algún año más tiempo para pulir mejor alguno de sus guiones? Con el estreno de Wonder Wheel, el debate vuelve a estar servido.
Wonder Wheel cuenta la historia de Ginny (Kate Winslet), una mujer madura que vive en la feria de Coney Island junto a su marido, Humpty (no, aunque lo parezca no es John Goodman, sino Jim Belushi) y un hijo de un anterior matrimonio, un niño cinéfilo con tendencias pirómanas. El equilibrio del hogar se rompe al aparecer Carolina (Juno Temple), hija de Humpty, que anda huyendo de su marido gangster. Mientras, Ginny comienza una aventura romántica con Mickey (Justin Timberlake), un joven guardacostas aspirante a escritor.
Crítica de La Montaña Entre Nosotros (2017): Amor y supervivencia en tierras congeladas
La nueva película de Allen se inserta en una tradición teatral americana influida por Tenessee Williams, un enfoque adoptado por el director en la reciente (y sobrevalorada) Blue Jasmine. Es una apuesta intencionada: en la propia película hay referencias a autores de la escena, como Eugene O’Neill, Shakespeare o los clásicos de la tragedia griega. En un principio la influencia teatral no tiene por qué ser algo negativo, pero en este caso la ejecución resulta muy pobre, con los personajes soltando en diálogos forzados información sobre su psicología que debería hacerse saber por medio de las acciones. Además, estos diálogos resultan enormemente reiterativos. Da la sensación constantemente de que se ha empezado a rodar a partir de un primer borrador de guion al que le hace falta mucha “cocción”.
Y no sólo por los diálogos: el personaje de Justin Timberlake empieza como narrador de la historia, hablando directamente a cámara; pero en un momento dado de la historia, Allen abandona este recurso y cambia el punto de vista sin justificación alguna. También presenta personajes y situaciones que parecen reclamar más desarrollo, como el hijo de Ginny: sin duda esa subtrama atesora elementos interesantes (de hecho, la fascinación del niño con ver arder cosas se usa de modo simbólico respecto a la pulsión autodestructiva de los personajes adultos), pero quedan meramente apuntados, con mucho potencial por explotar.
La puesta en escena teatral, con el piso desde el que se ve la noria de Coney Island (símbolo del bucle en el que se ha convertido la vida de Ginny) sirviendo de punto neurálgico, con entradas y salidas de escena de los personajes, resulta poco inspirada y algo torpe. Allen rueda con cierta desgana, alargando innecesariamente ciertos planos en esos diálogos que se dedican a desgranar la psicología de los personajes.
El tono tampoco termina de estar bien definido. Parece que la película no termina de decidirse entre la comedia dramática más o menos ligera, y el drama puro.
Pero no todo ha fallado en Wonder Wheel. El espectador encontrará en ella elementos muy reivindicables. El más importante es la magnífica fotografía de Vitorio Storaro. No es sólo que resulte un placer estético, sino que además va adecuándose a las necesidades narrativas de cada escena, llegando a cambiar radicalmente (de forma justificada) durante el mismo plano. Juega constantemente con tonos cálidos y fríos, reflejando dos elementos simbólicos clave en la historia como son el fuego y el agua.
También cabe destacar la ambientación años 50 que tan bien acompaña el trabajo de fotografía, componiendo un conjunto visual enormemente agradecido para el espectador.
Y por supuesto, no hay que olvidar que el personaje principal de la película está interpretado por la gran Kate Winslet, que a pesar de las deficiencias en el guion consigue una vez más realizar un trabajo repleto de matices y verdad.
En definitiva, una de esas películas que Woody Allen pone en marcha por su calendario acostumbrado de rodajes anuales, y que se habría beneficiado con algún mes más de trabajo. La brillantez de los elementos visuales queda desperdiciada por la anémica planificación del director y un guion a medio cocer. Un desperdicio que nos reafirma a los que consideramos que Allen debería pensarse rodar con menos frecuencia si eso supone afinar el producto final.
Federico Alba.