Crítica de Suburra (2017): Roma y el fracaso de sus príncipes

Suburra

NETFLIX PISA POR PRIMERA VEZ TERRENO ITALIANO CON SUBURRA, LA NUEVA PROPUESTA DE UNA FORMA DE HACER TELEVISIÓN QUE HASTA LA FECHA HA DADO SIEMPRE EN EL CLAVO.

En los últimos años las producciones italianas de Stefano Sollima, Romanzo Criminale (2008-2010) y Gomorra (2014), ambas adaptaciones de novelas precedentes, se han establecido como un referente de calidad en el panorama de las series de TV de corte moderno. La que nos concierne, Suburra, se basa en la novela homónima y en su adaptación cinematográfica, a la postre debut de Sollima como director. La adaptación televisiva corre a cargo de Daniele Cesarano y Barbara Petronio.

La diferencia con las anteriormente citadas es la entrada de la omnipresente Netflix, aunque el resultado final es casi tan satisfactorio como lo fueron aquellas Romanzo Criminale y Gomorra. Ambientada en la Roma de 2008, Suburra muestra la unión accidental de tres jóvenes delincuentes de distinta procedencia: Aureliano Adami (Alessandro Borghi), segundo hijo del jefe de una familia de corte mafioso; Spadino Anacleti (Giacomo Ferrara), hermano menor del líder de una comunidad gitana dedicada al narcotráfico y Gabriele Marchilli (Eduardo Valdarnini), una suerte de organizador de fiestas ilegales de alto nivel pese a ser hijo de un policía.

Los tres personajes, eventualmente amigos, se unen en un plan de extorsión sobre un cura de alto rango del Vaticano al que localizan en plena orgía de drogas y prostitución. Si algo caracterizaba las citadas producciones de Sollima, y su material precedente claro, así como Suburra, es que los personajes transitan por la trama sin ataduras morales o injerencias artificiales por parte del equipo creativo. Por eso, aunque sin llegar a los niveles de Gomorra, ni uno solo de esos personajes está pensado para que nos caigan peor o mejor: responden a una personalidad concreta y son consecuentes ante la trama. Los tres evolucionan, es más, terminan siendo otras versiones de si mismos pero tan mimetizado con el entorno delictivo como estaban al principio.

Un entorno en el que destaca el Samurai (Francesco Acquaroli), un boss que -afirma- gobernar Roma y que tiene parcialmente sometidos a las dos familias anteriormente citadas aunque ambas, en una mezcla de orgullo y negación, persistan en retener su poder al tiempo que se auto destruyen en sus propias guerras.

Los avatares personales, los que trascienden la temática, están presentes como motor de casi todas sus acciones: la necesidad de liderazgo de Aureliano; la lucha de Spadino por ocultar a su familia que es homosexual; el conflicto constante de Grabiele ante la difícil distinción de la figura de un padre y la de un policía. El resto de los personajes, especialmente Amedeo (Filippo Nigro) y Sara (Claudia Gerini) muestran distintos niveles de corrupción y sus consecuencias: las del que se inicia, y se gusta, y las del que está demasiado implicado y su vida se desmorona por momentos.

Los diez episodios mantienen un nivel sorprendentemente equilibrado y sitúan Suburra como otra -de tantas- que han transformado la idea de una serie (episódica o serializada) en una suerte de película recortada en diez fragmentos.

A nivel formal se mantienen los rasgos de las series precedentes: un diseño de producción efectivo (no es tan fácil adaptar un año tan reciente como 2008) y que denota gusto y conocimiento en sus elecciones (ropa, peinados, coches); una fotografía al servicio de la historia (así como Romanzo Criminale sugería una serie rodada literalmente en 1980, en Suburra sugiere las bondades de la alta definición moderna) y unas localizaciones al servicio de la historia.