La etapa de oro actual de la televisión ha ido acompañada de la popularización de la figura del creador o showrunner (que no siempre son la misma persona) y con ello la identificación de una serie con su autor y, en menor medida, del mismo como sinónimo de calidad. Es el caso de David Simon, autor de The Wire, entre otras, y co-autor de The Deuce. Bastan diez minutos del piloto para que sepamos, una vez más, que teníamos razón.
Cuando se anuncia The Deuce, allá por 2015, con David Simon al frente, a uno le invade una sensación de plenas garantías.
The Wire no es sólo un hito en la televisión sino que, fácilmente, es la serie que más veces ha ocupado el primer lugar en todo tipo de listas históricas desde hace años. Otras de sus producciones, como Treme, alcanzaron grandes cotas, pero el recuerdo de The Wire, su inmensa calidad, y tal vez su presencia como parte de una etapa de especial brillo en la nueva televisión (etapa en la que aún estamos inmersos, por suerte), nos predispone para lo mejor con The Deuce. Así que podríamos apuntar hacia une exceso de expectativas como -bendita- carga con la que transita Simon desde que parió aquella monumental radiografía social de Baltimore.
Creada junto a uno de sus colaboradores habituales, George Pelecanos, The Deuce aborda la ebullición de la industria del cine pornográfico en la Nueva York de 1971. Premisa original pero maneras conocidas. El piloto, de casi noventa minutos, es una celebración de las expectativas cumplidas: amplia paleta de personajes, dramatización pausada, diálogos que casi nunca escapan del personaje, carencia absoluta de maniqueísmos emocionales o argucias en el guión y una ambientación formidable aunque, claro, beneficiada por los avances tecnológicos: caemos, de pleno, en las noches de una Times Square repleta de sexo, prostitutas, drogas y un halo de jungla urbana que casi nos mete en una suerte de distopia historicista (existe semejante concepto?).
The Deuce, o lo que es lo mismo, David Simon y George Pelecanos, confían en sus personajes el devenir de una trama que lejos de quedar en segundo plano – The Deuce, o en su defecto la HBO, se alejan del concepto de serialización, cual porciones, de Netflix, por ejemplo- se adapta a esa aproximación natural, por momentos cercano a un documental dramatizado, que empieza con los protagonistas viviendo esa trama, sin depender de ella por la gracia de la habitual narrativa televisiva. De poco sirve contarnos nada si antes no nos creemos que Candy (Maggie Gyllenhaal) es una prostituta más lista que las demás, que Larry Brown (Gbenga Akinnagbe) es un chulo consciente de sus limitaciones en el negocio o que Abby (Margarita Levieva) es una brillante y adinerada estudiante que lo deja todo harta de ser lo que otros querían para ella.
Todo ese proceso, esa victoria de las bondades de David Simon como creador de aproximación documentalista, empieza con un casting soberbio, en elección e interpretaciones, y sobre todo con los guiones y dirección adecuados. Facetas que en series como The Sopranos o The Wire suelen, por lo brillante de la inmersión conseguida, llegar a la invisibilidad como triunfo de la autoría.
Y como en la propia The Deuce, por momentos una cloaca en la que transitan todo tipo de bestias perdidas, a veces algo parece fuera de lugar: los dos personajes de James Franco (acreditado como productor ejecutivo, entiéndase esto como que, tal vez, Simon y Pelecanos no tengan mérito o culpa en ello) parecen salidos de otro universo, tal vez de un Fargo, incluso de un Better Call Saul. Como parodias creativas, concedo, pero en esa pecera decrépita (y muchas veces mortal) de The Deuce desinfla un poco, sólo un poco, otra demostración de que David Simon es de lo mejor que le ha ocurrido a la televisión en los últimos veinte años.