La tercera y última temporada de The Deuce ha confirmado la creación de David Simon y George Pelecanos no sólo como un ejercicio de enorme placer audiovisual y dramático, sino como una de las mejores series que pueden verse en la actualidad. Y, por supuesto, en una Champions League de series de todos los tiempos, esta aproximación al ascenso y caída del cine porno neoyorquino entraría, sin problemas, en competición.
The Deuce, creada en 2017 por David Simon (The Wire, Treme, Show Me A Hero) y George Pelecanos (The Wire, The Pacific, Treme), se concibió como una serie de tres temporadas y tras la última de ellas uno puede apreciar una intencionalidad narrativa dividida en tres actos: la irrupción de la industria del porno en el Deuce neoyorquino (más o menos el entorno de Times Square) a principios de los años setenta, los momentos de su máxima exposición a finales de esa misma década y finalmente una etapa de decadencia a mediados de los años 80 para el negocio y la gente que transitó, de una forma u otra, por él.
En ese sentido The Deuce ofrece tres temporadas narrativa y dramáticamente cohesionadas pero inesperadamente independientes la una de la otra. Simon y Pelecanos adaptan la historia, y por supuesto los personajes, no sólo al tiempo que viven sino a su estado emocional y a su situación vital. Si la primera temporada era algo intrigante, excitante y fresco (a pesar del entorno social en el que se ambienta la serie), y la segunda un momento de máxima convergencia entre lo personal y el tiempo que nos toca vivir, la tercera es una de las más logradas descripciones narrativas de la decadencia vital y del fin, inevitable e irremediable, de toda época y vida en este mundo.
La industria del porno neoyorquino entra en crisis y asoma en la ciudad un plan para lavar definitivamente esa imagen de jungla urbana en favor de aires más económicamente favorables (esa Nueva York pijo-posh que conocemos hoy en día deriva de ese lavado de imagen que culminó en los años noventa). El contraste entre las tramas sobre los personajes que resisten en el Deuce con el de los protagonistas del cambio es, casi, como si The Wire (sin duda toda la trama inmobiliaria de Chris Alston y Gene Goldman) entrase en colisión con la The Deuce que vimos en la primera temporada. La sangría personal, e incluso mortal (el SIDA es ya una plaga en ese contexto), de esos personajes les ha dejado a merced de un futuro y una administración que no cuenta con ellos. Y Simon y Pelecanos bañan los diálogos de esos personajes de una sensación de final de etapa. Esa crisis vital, tal vez decadencia, que todo adulto transita en algún momento de su vida.
En The Deuce los personajes se imponen a la trama y en este punto de la historia destaca sobre manera el trío femenino formado por Abby (Margarita Levieva), Candy (Maggie Gyllenhaal) y Lori (Emily Meade). Las tres, en distintos niveles de exposición negativa a demasiados años en el Deuce, afrontan las consecuencias de sus decisiones (o la incómoda aceptación de la realidad). Tres historias con distinto resultado, uno de ellos absolutamente desolador por crudo, real e inesperado. El propio David Simon afirmó, acerca de la interpretación de Emily Meade, que era una de las mejores que le habían dado en una serie.
Uno no puede olvidarse del resto del casting, James Franco finalmente resulta menos excesivo, Chris Bauer, Lawrence Gilliard Jr, Michael Rispoli o Zoe Kazan brillan en sus escenas, mientras que Chris Coy se ha pasado tres temporadas dejándonos atónitos en cada una de sus apariciones. Y aunque lo dejo para el final, el diseño de producción sigue siendo exquisito: esto no es una reproducción fantasiosa de los años ochenta (y eso que Times Square y alrededores se prestan a ello), sino realista y en absoluto un reclamo comercial. Te meten de lleno en 1985 pero no se recrean en ello.
Algo más, sin pisar en absoluto el terreno spoiler, pero esto merece toda la atención: los últimos minutos del último episodio de The Deuce son una maravilla. No es el final de Six Feet Under pero no queda demasiado lejos. Uno termina con el rostro lleno de lágrimas y sin embargo feliz. Exquisita The Deuce.