Después de la resaca post bofetón, toca hablar de la gala de los Oscars. No de los premios, que dan para un artículo en sí mismo, sino de una ceremonia aburrida, decadente, soporífera e insultante.
Las noticias que suelen desencadenar malas épocas suelen pasar inadvertidas en el momento de su aparición. Algo así sucedió cuando la Academia de cine evitó que Kevin Hart presentará la ceremonia de los Oscars de 2019. Este abrupto despido vino dado por una serie de tweets de carácter «homófobo» que Hart publicó en su cuenta al principio de su carrera. De este modo, cayó en desgracia uno de los sueños profesionales del cómico, quien se mostró severamente arrepentido de dichos tweets. En aquel momento, los Oscars empezaron a morir.
La línea ascendente que la gala más importante del cine vivía con las galas presentadas por Ellen DeGeneres, Neil Patrick Harris, Chris Rock y Jimmy Kimmel (por partida doble) se vio torpedeada por una decisión estúpida que marcaría los próximos años. Desde aquel episodio con Kevin Hart, los Oscars suprimieron la figura del presentador durante tres años y fueron cayendo en desgracia.
Y es así como llegamos a la gala del pasado domingo. Venimos de una pandemia de dos años que ha detenido todo, incluso el cine, y la primera gran noche de celebración del séptimo arte debía estar a la altura. Para ello, la Academia decidió recuperar la figura del presentador, aunque en esta ocasión por partida triple: Regina Hall, Amy Schumer y Wanda Sykes; tres mujeres cómicas que tenían el difícil reto de levantar unos premios que venían de donde venían. El resultado, como era de esperar, ha sido nefasto.
El humor no es algo inherente a un sexo. Tenemos hombres graciosos y hombres sin gracia, y con las mujeres más de lo mismo. La Academia, no obstante, no parece ser consciente de esta situación, y ha decidido coger a tres mujeres sin gracia. Los números «cómicos», los monólogos, el ritmo, la carismática presencia… Nada de esto estuvo sobre el escenario. La peor gala de la historia de los Oscars.
En los pasados años hemos visto a grandes cómicas brillar sobre el escenario. Lo vimos, sobre todo, cuando Kristen Wiig subió junto a Steve Carrell en los Oscars de 2017. Darle a Wiig el cargo de maestra de ceremonias habría sido fantástico, pero la Academia tiene un sentido del humor desnortado. Otras buenas opciones habrían sido Melissa McCarthy, Rebel Wilson, Tina Fey o Amy Poehler. O también podrías haber optado por un hombre, pero no estamos en esa época ahora mismo.
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Lo que mejor define a esta insoportable gala es que el momento más remarcable y notorio fue una bofetada. Una bofetada que tapó cuatro horas de humor rancio, situaciones de vergüenza ajena y ocasiones perdidas. Los Oscars siguen siendo la gala más influyente del año, pero su cima cada vez se asemeja más a un acantilado del que te apetece saltar cuando te das cuenta de que has perdido cuatro horas de tu vida viendo semejante despropósito.