El cine es, por definición, la proyección de forma rápida y sucesiva para crear la impresión de movimiento. En ese caso, y para no faltar a la verdad, el primer cine de la historia fue la animación.
Mucho antes de los Lumier y de Edison, ya se había inventado los dibujos animados. Ya se llame teatro óptico, praxinoscopio, zootropo o fenaquitiscopio, todo era cine de animación. Sin embargo, parece como si el cine de dibujos animados jugara en segunda división a ojos occidentales. En toda la historia de los festivales, solamente una película ha sido galardonada con un premio a mejor película. Fue en Berlín y el hito, como no podía ser de otra manera, lo consiguió Miyazaki. Eso sí, no se atrevieron a premiarlo en solitario, por lo que compartió el premio. Sólo tres películas de animación han sido nominadas en los Oscar en la categoría reina. De ellas, sólo una fue antes de que pudiera haber hasta diez nominadas. Ni que decir tiene que ninguna ha ganado. Claro que… ¿Qué podemos esperar de una cinematografía que considera la animación como un género? Y no sólo eso. Un género con las reglas más que marcadas. Cuando Disney realizara su primer largometraje de animación en 1937, hizo algo más que una obra maestra: Dijo cómo tenía que ser la animación a partir de ahora. Esclavizó el formato limitándolo al musical para público infantil. Es cierto que también ha habido otro tipo de cine de animación, más adulto y con diferentes pretensiones, pero siempre relegado al circuito independiente. El cine de animación comercial y de público masivo fue el cine a lo Disney. Y aquí encontramos a primera brecha entre oriente y occidente.
En Japón no ha existido ningún tipo de limitación temática y genérica para su cine de animación. Cualquier guion puede transformarse en acción real o en dibujos animados. ¿Por qué no? Ya sea cine negro (Pefect blue), una biografía (Miss Hokusai), un remake (Metrópolis), una tragedia bélica (La tumba de las luciérnagas) o un docudrama sobre la historia de la aviación (El viento se levanta)… cualquier tema puede hacerse en anime. Es verdad que hay ciertos rasgos estilísticos comunes a toda la animación japonesa. Más allá de los tipos físicos, la estilización formal o un preciosismo que roza el horror vacui, si un rasgo caracteriza a toda la animación japonesa es la hipérbole o exageración. Las actuaciones, movimientos, escenografías, caracterizaciones, puestas en escena… absolutamente todo lo que vemos en pantalla es el exceso en estado puro. Parece muchas veces heredero del cine mudo al que, por cierto, volveremos a remitirnos un poco más adelante. Quizá más que un rasgo de estilo del anime sea una característica propia de la forma de ser japonesa.. véase los concursos televisivos o sus bromas de cámara oculta.
En 1995, la «dictadura» de Disney llegó a su fin. Una desconocida productora cambió todos los parámetros del cine de animación occidental. ¿Se consiguió más libertad? Pues no, lo que hizo Pixar fue eso de «Quítate tú pa’ ponerme yo» y a partir de entonces todas las películas de dibujos animados se harían a la manera Pixar… incluídas las de Disney. El cine sería ahora para todos los públicos, disfrutable para niños pequeños pero también para adultos. Se descarta el musical como género, aunque siguen siendo películas donde la música tiene un protagonismo relevante. El género preferido no será los cuentos de hadas, sino la aventura pura y dura y los guiones ganan en complejidad. Por supuesto, no me olvido de lo más importante: La animación a ordenador. De hecho, un cambio narrativo tan radical jamás se hubiera dado si no se hubiera pasado de las dos dimensiones a las tres. Borrón y cuenta nueva, todo empieza desde cero, por lo que podemos rescribir las reglas.
¿Qué hizo Japón al respecto? Absolutamente nada. ¿Las 3D? ¿Para qué? Si algo ha caracterizado al cine japonés es la no adopción de un cambio tecnológico si esto no lleva consigo una mejora narrativa. Ya pasó con el cine mudo. En japón, las salas de cine tenían música en directo, como en el resto del mundo, pero también actores que ponían voz a los personajes de las películas. Por esa razón, la sustitución del cine mudo por el sonoro se hizo innecesaria y fue el país donde más tardó en incorporarse. Situación parecida ha sucedido ahora. La animación en 3D no es sino un cambio tecnológico, no narrativo. Al final se resume en una nueva estética. Por eso mismo, Japón lleva veinte años ignorando olímpicamente el hito tecnológico que se marcó Pixar (Y eso que hablamos de unas de las potencias universales a este respecto)
Japón es otro mundo en muchos aspectos. Otro planeta, seguramente, pero en lo que respecta al cine de animación ya podríamos podríamos verlo nosotros con los ojos con los que ellos lo hacen. Su cine de dibujos animados no es forzosamente mejor que el nuestro. Su madurez y falta de prejucios, sí.
Si quieres saber más, echa un vistazo a nuestra crítica a Your name, la última sensación del cine de animación japonés. ¡Nos vemos en los comentarios!