Feud: Bette and Joan, la última serie creada por Ryan Murphy nos trae a la pequeña pantalla una de las historias de pasión y odio más famosas y apasionantes que ha habido delante y detrás de la gran pantalla.
Y de famosa y apasionante que es, ahora nos parece increíble que no se hubiera rodado antes de Feud: La profunda enemistad entre Joan Crawford y Bette Davis y cómo ésta estalló por los aires en el rodaje de Qué fue de Baby Jane. Va a seguir el mismo esquema de American Horror Story, es decir, cada temporada será independiente entre sí. Ese es el toque Murphy como creador: Distintas miniseries unidas por un denominador común. La rivalidad, en este caso. De hecho, la segunda temporada nos llevará de Hollywood al palacio de Buckingham. De la realeza americana a la británica. Y por realeza me refiero a Susan Sarandon y Jessica Lange y a las reinas madres Bette Davis y Joan Crawford.
En principio, la interpretación de Jessica Lange puede parecer más lucida porque su trabajo de caracterización es digno de Tu cara me suena, creando una de las mejores mímesis que hemos visto en televisión. La rubia de Minessota es Joan Crawford. Y justo por eso, es aún más encomiable el esfuerzo que realiza Susan Sarandon para meterse en la piel de Bette Davis. No tiene la ayuda del “disfraz”, por lo que lo compensa con la voz y, sobretodo, el lenguaje corporal. La misma rudeza hablando, la misma contundencia moviéndose… todo es exactamente igual. Así, sin necesidad más que de si misma, la pelirroja de Nueva York es Bette Davis. Ojo, el mismo trabajo lo hace Lange, pero queda camuflado por el espectacular diseño de maquillaje y peluquería del que carece Sarandon. Me atrevo a vaticinar que, como ocurrió en la carrera por los Oscar de 1963, Jane se impondrá a Blanche.
Además, Feud no sólo reconstruye Qué fue de Baby Jane con las nuevas actrices, sino que se atreve a recrear La loba, Eva al desnudo o Alma en suplicio y el resultado es igual de espectacular.
Pero no sólo de divas vive Feud. La serie también nos cuenta el suplicio que supuso para su director Robert Aldrich lidiar con las dos estrellas y, peor aún, con el todopoderoso presidente de la Warner Bros, Jack Warner. El partido que Alfred Molina le saca a su sufrido personaje sólo es comparable con un Stanley Tucci en toda su salsa: Qué adorable está cuando hace de odioso.
De hecho, la serie da especial protagonismo al director de la película en una época en la que los eran meros peones en el sistema de estudios. Seguramente Aldrich nunca tuvo un papel tan relevante en la creación de su película. De hecho, que el propio Murphy haya dirigido los dos primeros capítulos es ya una declaración de intenciones de colocar a la figura del director como autor de su película.
Pero Feud no es sólo un retrato del Hollywood que ya no existe. No es sólo arqueología cinematográfica. Habla del pasado para el espectador del presente. Y, sobretodo, habla de y para las espectadoras. El rodaje de Qué fue de Baby Jane y la rivalidad entre las dos estrellas es una mera excusa. Murphy se aprovecha de ella para hablar de asuntos que deberían estar superados pero no lo están: Qué significa ser mujer en un mundo creado por hombres. Qué significa ser un modelo femenino creado por manos masculinas. Qué significa envejecer en un escenario en el que se puede ser mujer, sí, pero sólo cuando eres joven. Qué significa ser esposa, madre y trabajadora (o, mejor dicho, ser madre y trabajadora, pero no esposa). Qué significa estar sola. Qué significa correr al lado de los hombres y que éstos te pongan la zancadilla. Y, lo que es peor, que ellas también. De todo esto habla Feud en realidad. No es la enemistad entre Joan y Bette. Es la enemistad del mundo hacia la mujer.
Y por eso nos encanta.