La jornada de hoy ha estado marcada por la propuesta extrema. Philippe Grandieux con su último trabajo, Malgré la Nuit, ha provocado la polémica del día y probablemente de todo el festival. Una película que, directamente, ha expulsado a mucha gente de la sala. Y no es para menos, pues es, hasta la fecha, la deshonra del festival.
El segundo visionado del día, Ma Loute, de Bruno Dumont, también ha estado protagonizado por el exceso y la transgresión. Una comedia de pirueta, ensamblada a raíz de estereotipos, estirados hasta la extenuación. No obstante, la jornada ha tenido un final feliz, una redención llamada Olli Maki. La película de Juho Kuosmanen es un logro de la modestia, la gentileza y la sutileza.
Recapitulemos. Malgré la Nuit es, probablemente, como decía, la peor película del festival. Un intento de tomar el pelo con imágenes, que pululan entre el tremendismo, el sadomasoquismo y lo onírico. No existe ningún tipo de rigor y lógica; todo funciona de manera gratuita y excesiva. La historia gira en torno a varios personajes que se entrecruzan en un camino a la nada. Una serie de encuentros íntimos marcados por la extravagancia y la reiteración, provocando al espectador el desasosiego por querer abandonar la sala. La aberración no solo acaba en su temática, en lo técnico asistimos a todo tipo de tropelías. Desenfoques arbitrarios y una amalgama de luces, que dan la sensación de que la cámara está dirigida por alguien sin formación. 150 minutos de nuestra vida tirados en un mar de divagaciones pretenciosas e injustificadas.
La otra rareza de la jornada también tiene sello francés. Se trata de una comedia o como dice una de las actrices protagonistas en la presentación de la película, una bofetada. En un pueblo de la costa francesa se han producido varias desapariciones. Dos inspectores marchan hasta allí para investigar los sucesos. En el pueblo vive una familia de mariscadores y junto a la bahía reside una estirpe de burgueses. Nada más lejos de la realidad. Ma Loute avanza con hilarantes situaciones, que provocan las risas en el espectador. Su director, Bruno Dumont, en una evidente transgresión del género, ejecuta en un in crescendo muy agudo, una reconversión hasta el surrealismo más absurdo. El resulto es irregular por la falta de medida.
El subgénero de boxeo casi-siempre ha sido explotado desde la competitivad natural de una actividad deportiva, el egoísmo y el subrayado de la épica fílmica. En El día más feliz en la vida de Olli Maki, su director, Juho Kuosmanen, apuesta por la antítesis de la propuesta citada. Un contraste que se percibe desde lo formal, con una fotografía elegante y sugestiva, hasta lo temático. Olli Maki es un tipo al que el espectador coge cariño enseguida, gracias a su nobleza y sencillez. No tiene grandes aspiraciones, solo el acto de vivir. A dos semanas para el combate del título mundial de su peso, no manifiesta ningún signo de preocupación. Bueno, sí, se ha enamorado. Que paradoja más brillante, el cine en estado puro. La ópera prima del director finlandés, que a partir de ahora vamos a seguir muy de cerca, es un logro en todas las facetas.