Crítica de Me casé con un boludo (2016): Toda la vida es cine

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TÍTULO: ME CASÉ CON UN BOLUDO. AÑO: 2017 | DIRECCIÓN: JUAN TARATUTO| PRODUCCIÓN: ALEJANDRO CACETTA, JUAN PABLO GALLI, JUAN LOVECE, ADRIÁN SUAR, JUAN VERA | GUIÓN: PABLO SOLARZ | MÚSICA: DARÍO ESKENAZI | REPARTO: ADRIAN SUAR, VALERIA VERTUCCELLI, GERARDO ROMANO, NORMAN BRISKI | GÉNERO: COMEDIA  | DURACIÓN: 110 MIN

Me casé con un boludo, el último taquillazo argentino, atraviesa el charco para repetir el éxito conseguido en su tierra.

Todas las personas nos pasamos la vida actuando. La imagen que damos a los demás no es más que el personaje que nos hemos creado. Esto es lo que nos quiere contar Juan Taratoto y, vistas las espectaculares cifras que ha manejado en Argentina, ha calado bien en el público. Y no es de extrañar. Tiene un humor sencillo y efectivo, pero en absoluto plano. Es fácil identificarse con ambos protagonistas, y eso que son prácticamente antagonistas. Lo consigue porque sus respectivas historias, motivaciones y personalidades se nos hacen cercanas y fácilmente identificables. Tanto Suar como Vertuccelli construyen dos personajes sobre los que prima la empatía con el espectador. El mensaje de la película es contundente: La vida es cine y el cine es vida. Puede haber más verdad en una interpretación tras la pantalla que en cómo nos relacionamos en el día a día. Todos nosotros actuamos. Estemos o no en un plató de cine. Por cierto, hay que ver lo que se parece Valeria Vertuccelli a la actriz sevillana Mari Paz Sagayo.

Me casé con un boludo acierta en su tono cuando se les va de las manos y se vuelve más loca. Cuando queda contenida pierde fuelle, dejando que el peso recaiga en un guion de por sí bastante divertido pero que demandaba una realización más atrevida.

El segundo punto negativo es un plantel de secundarios no siempre acertados. El representante de Fabián o la amiga hippy de Florencia están construidos con mucha garra, pero la pandilla de amigos de la protagonista y el guionista quedan como personajes muy desaprovechados. Aun teniendo continuidad en la trama, no roban ni uno solo de los momentos en los que aparecen. No pude evitar acordarme de David O. Russell o de los hermanos Cohen y del partido que le sacan hasta al último de los figurantes que aparecen en sus películas. Son directores que saben que cualquier personaje que se asome en pantalla tiene que atrapar al espectador. Da igual lo poco relevante que sea en la trama o que sólo aparezca un instante. Taratuto, por el contrario, desaprovecha el potencial de unos personajes que podrían haber dado mucho juego. Y es una lástima que no los haya trabajado tanto como al el psicólogo, que con sólo una escena se convierte en el rey de la película.

Por último, resaltar un defecto que comparten muchas películas románticas: No sentimos el proceso de enamoramiento de sus protagonistas. Algo que Damien Chazell hizo magistralmente en La La Land -que por cierto, ¿es La La Land la nueva Titanic?-, aquí sucede en un visto y no visto: Pasan de conocerse a casarse en cuatro escenas mal contadas. Curiosamente, el re-enamoramiento está mejor contado que el enamoramiento en sí.

Me casé con un boludo no es una película redonda, pero mantiene un buen nivel durante todo el metraje y, por momentos, es desternillante. Volvemos a repetir que el psicólogo se apodera de una de las escenas más divertidas que hemos visto últimamente.

Finalmente, no quiero finalizar la crítica sin destacar cómo resuelve Taratuto el final de la película. No lo reventaremos, claro está, pero Taratuto resume en un sólo plano todo el mensaje de la cinta, demostrando que sabe manejar sin reparos el lenguaje cinematográfico.

Por cierto, esta película está pidiendo a gritos un remake hollywoodiense protagonizado por Steve Carell y Kristen Wigg. Cuando la veais, me daréis la razón.