La saga del querido John Wick es heredera de la película que hace veinte años cambió el género de acción: Matrix (hermanas Wachowski). Una película donde el arsenal de efectos especiales se compuso alrededor de un ballet artístico marcial hiperviolento. La fruta no cae lejos del árbol, y Chad Stahelski fue parido por Matrix.
Al uso del negro, de ropajes elegantes, del porte de los personajes, por mencionar un par de cosas prestadas por Matrix, el director le sumó el vértigo de los juegos de consola donde la única misión es matar; pero sin estancarse allí, va y condimenta lo anterior con otras deudas cinéfilas. Y de Buster Keaton en Times Square al recuerdo de Tuco y pistolas hechizas (The Good, the Bad and the Ugly, 1966), vamos a una batalla de katanas en moto a la usanza de The Villainess (2017). El resultado sigue siendo tan alucinante como la primera vez. En los primeros minutos de esta entrega John Wick (por si alguien acaba de llegar, Keanu Reeves) cuenta los minutos mientras se hace efectiva su nueva situación de «excommunicado».
Porque antes de que se haga efectiva la sentencia, la Alta Mesa pagará catorce millones por su vida, él necesita hacerse con ciertos signos para poder avanzar en esta realidad. Y este videojuego hermosamente hecho película, esas llaves son las que le abrirán las puertas del nuevo nivel que significa el capítulo III, donde solo importan él y los que le quieran matar, los demás ni siquiera cuentan como efectos colaterales no deseados.



Contrario al film que tomé por nodriza para John Wick, y más por el lado de los videojuegos de acción, la historia no es, pues, el hilo conductor mientras que sí el hecho de ir adelante. Sutilmente Stahelski llega a la nostalgia de los jugadores de Doom. Entonces, el perrito de John sigue siendo la inane excusa que le ha enfrentado primero a la mafia rusa, luego a las otras mafias de Nueva York, y ahora al mundo por completo para seguir descendiendo en el maremágnum de situaciones sin escapatoria, a priori. Porque en Parabellum, John está acorralado y la dirección de arte supo crear esos nuevos escenarios donde se le ve así.
Crítica de John Wick: Pacto de sangre (2017): Más y mejor
Hay reglas y se deben cumplir, «es lo que nos diferencia de los animales», se oye decir en el metraje un par de veces. Frase que se cumple para los guionistas que han sabido someterse a las leyes de ese otro arte, el de los videojuegos de donde toman el leitmotiv de esta franquicia, y bajo ellas han sabido ir tirando nuevos componentes para enriquecer el trasegar del personaje y dotarlo de contendores diversos; aliados, incondicionales a su manera, y de espectaculares y laberínticos lugares donde encontrales. Todo indica que el único pasaje que le ha quedado a Wick para salvarse y poder seguir «recordando» pasa por llegar hasta el jefe de jefes de la Alta Mesa, The Elder. Wick deberá usar los signos mencionados antes para entrevistarse primero con la Directora (Anjelica Huston), para luego hacer una visita de cortesía a la contraparte marroquí de El Continental, y en ella cobrar una deuda a su colega de trabajo Sofía (Halle Berry), cuyos perros harían la delicia de cualquier feminista extrema. Hasta por fin hablar con The Elder y conocer su única alternativa.



Pero la Alta Mesa no se ha quedado quieta y ha ido cobrando a los que incumplieron sus normativas por ayudar al querido de John. The Adjudicator (Asia Kate Dillon) es la enviada por ellos para cobrar esas deudas a Bowery King y Winston. Su ayudante es Zero (Mark Dacascos), un japonés que se reconoce como igual a Wick, le admira y se va estableciendo como su némesis. Y sin embargo las reglas se han hecho para romperse, y en ese quebrantamiento está tanto el desenlace de este capítulo como el pie del siguiente.



De Matrix también llega la falta de confianza en las nuevas tecnologías. Acá todo es por cable, por palomas mensajeras. Y ocurre lo mismo para los que disfrutamos de las películas de acción. No obstante, John Wick puede haber significado una especie de renacer del género, yendo a más en las coreografías, y en la estética del videojuego, lo verdadero es que el renacer está en volver al origen del género mismo cuando Stahelski se desprendió de cualquier intento de mensaje político implícito —seguro que uno se la puede estudiar e intentar hasta explicar alguno— de la obra de las Wachowski para quedarse solo con la estética y la pulsión, que en cap. III – Parabellum hay de sobra.