Netflix nos trae la conclusión de la trilogía de animación del Kaiju más famoso de la historia (realmente hace unas semanas ya, pero más vale tarde que nunca, o eso dicen). En Godzilla: The Planet Eater el papel monstruoso será coprotagonizado entre…redoble de tambores…¡Godzilla! Y su archienemigo…tambores de redoble…¡King Ghidorah! ¿Cumplirán las expectativas estos dos colosos y le darán un buen cierre a la saga? Pues no.
Godzilla: The Planet Eater echa por tierra todas las virtudes que tenían las dos anteriores, salvo la animación claro (solo faltaba), para enfatizar en sus defectos y endulzarlos con un poco de tedio absoluto. Como se podía esperar ya conociendo sus precuelas, la película iba a seguir un esquema de desarrollo similar, pero no, obviamos la parte estratégica y casi por completo la explosión de acción final que caracterizaba a esta trilogía. Substituyendo esto tendremos varias tramas pseudofilosóficas y religiosas que no hacen más que dar tumbos y entorpecer el metraje. No está mal intentar darle profundidad a tu filme, aunque no la necesite especialmente, pero claro, si lo haces y la cagas, viene a la mente la frase «si funciona, no lo toques».
Comenzamos inmediatamente después de la aplastante derrota en Godzilla: City on the Edge of Battle, la humanidad se encuentra totalmente desesperanzada, sin ya ninguna creencia de que pueden derrotar al inmenso Kaiju, ni si quiera nuestro protagonista Haruo. Aquí es donde intervendrá la religión y un complot bastante sacado de la manga, que se aprovechara de la fe de la gente para invocar al otro monstruo que todos estábamos esperando tras la última escena postcréditos, King Ghidorah, tratado como un dios por los Exifs.
Por supuesto, este proceso se tomará su tiempo, media película más o menos. A su vez Haruo en su afán por caer mal al máximo número de personas posibles sigue haciendo cosas sin sentido y comienza relaciones que no aportan nada para rellenar un poquito más de metraje, que nunca viene mal.
Pero lo peor está por llegar, media película aguantando el insomnio, esperando que al menos el enfrentamiento entre los dos Kaijus más famosos del país nipón valga la pena, aguantando el intento de darle diferentes capas a la película para caer en algo más parecido a la vergüenza ajena… Se ven recompensado con la batalla más triste del año, desaprovechando totalmente la brillante animación y escenas de acción de las que ya se habían hecho gala con anterioridad (he visto partidas de ajedrez de caracoles con más movimiento). Todo esto finalmente rematado con un final de lo más estúpido, que intenta ser emotivo, estando más cerca de provocar la risa que la tristeza y reflexión que a priori busca.
Ni mucho menos esta trilogía estaba siendo una obra maestra, pero bien es cierto que tenía suficientes argumentos a su favor como para valer la pena su visionado, por tanto la decepción es bastante enorme, más aun cuando pensamos que lo tenían extremadamente fácil para que lo «fliparan» los amantes que se estaba ganando la saga, y los de los Kaijus en general. 1 Kaiju + 1 Kaiju = Decepción.