Deadpool 2 repite fórmula de su predecesora, en una película que mantiene el nivel, sobre todo a nivel cómico.
Deadpool se erigió en 2016 como una de las inesperadas sorpresas del ya masificado género de superhéroes. Con un presupuesto de 58 millones de dólares y una pegadiza campaña de marketing, se alzó con 783 millones en taquilla, entrando en el Top 10 anual y superando en Norteamérica a dos tótems estadounidenses como Batman y Superman. Creado en 1991 por Rob Liefeld y Fabian Nicieza como un antihéroe relacionado con la rama mutante de Marvel, proclive a la comicidad y a romper el cuarto muro con el espectador, Deadpool suponía una oportunidad más de explotación comercial para la 20th Century Fox, propietaria de los derechos cinematográficos de los X-Men y derivados, ahora es el turno de Deadpool 2.
Aquella primera entrega de Deadpool triunfó en buena parte debido a los efectos de la subversión del género mediante el uso del citado humor y a ruptura del cuarto muro. Porque, a fin de cuentas, lo que contaba el film (más allá del uso del flashbacks), no iba mucho más allá de la habitual historia de origen.
Sin embargo dicha subversión empezaba ya en los créditos. En ellos, prescindiendo de los nombres reales, nos presentaban a cada personaje según el arquetipo cinéfilo que iban a ejercer en el film, con lo que la razón primaria de la meta referencia quedaba expuesta por primera vez: ser consciente de lo que estás haciendo puede simplificar las inherentes negativas de la misma.
Deadpool 2, por supuesto, replica la fórmula, no sólo en forma de comunicación directa del protagonista con el espectador, sino del primero con el resto de personajes, referencias constantes a otras películas (atención a las menciones a los universos cinematográficos de DC y Marvel) y humor cercano a lo escatológico, el cual, sorprendentemente, funciona mejor de lo que suena escrito de esa manera: tal vez el guión de Rhett Reese, Paul Wernick y el propio Ryan Reynolds, acierta en los diálogos, más que en la trama, porque en ellos justifican con ágil coartada que la secuela sea, inevitablemente, inferior a la original Deadpool.
¿Seguro? Porque si la gracia, el sentido de todo eso, es ir más allá de la meta referencia como recurso formal (con lo que se adquiere consciencia de lo que se cuenta pero sin romper el cuarto muro) y convertirlo en recurso narrativo, entonces, ¿nos afecta por igual que esta secuela pierda parte de la frescura de la primera entrega? Rascando en la densa y elaborada capa con la que se disfraza un film como Deadpool 2, uno advierte un intento de conexión emocional con los dramáticos hechos de Wade Wilson/Deadpool (Ryan Reynolds) y Vanessa Carlysle (Morena Baccarin) o las dudas de lo que se pretendía con los personajes de Cable (Josh Brolin) y Russell (Julian Dennison).
Definitivamente el film funciona mucho mejor cuando su director, David Leitch, impide que la película repose más de la cuenta, Deadpool 2 hace honores al viaje del héroe, se agencia una motivación vital, forma su propio y destartalado grupo y se prestan, apenas sin sentido, a una misión de rescate en la que, pese a todo, deben complacer al público con las manidas escenas de acción y filigranas varias.
Antes de terminar, antes de subir esta crítica (nosotros nos apuntamos también a romper el cuarto muro), permítanme que les recuerde la permanencia en los créditos finales, más allá del respeto preceptivo a los que han hecho la película, nos podríamos perder -casi- las mejores escenas de la misma. Servidor sigue riéndose ante el par de ocurrencias finales. Probablemente, debido a ello, Deadpool se ríe también de mí.