Nuevo gesto del imperio Disney a las personas LGTBI, esta vez con la película Pride. Aunque en la política de apostar por la diversidad étnica, religiosa y afectiva parece que es Netflix quien abandera la causa, la verdad es que Disney lleva años metida en el ajo.
Recordemos también la polémica que se creó con el globo sonda de hacer lesbiana a Elsa en Frozen 2 (siempre que no fuera simplemente una maniobra publicitaria y jamás se lo habían planteado en serio). Pero el compromiso de Disney viene incluso de más atrás, puesto que sus parques temáticos llevan tiempo celebrando el día del orgullo y con actividades para familias homosexuales. No me queda demasiado claro si hay una verdadera vocación normalizadora o tan sólo buscan monetizar a las minorías. Aunque solamente lo segundo o un poco de ambas, siempre será bien recibida antes que la invisibilización propuestas como la de Pride.
Como resultado, Disney lleva lidiando desde hace tiempo con una corriente más homófobas y reaccionarias que no soportan que en Onward apareciera el primer personaje abiertamente homosexual de la compañía, pero que jamás protestaron contra la explotación infantil (Cenicienta), las relaciones sexuales no consentidas (Blancanieves) o el abandono animal (La dama y el vagabundo) A ver, señores… homosexualidad no pero travestismo en Mulán sí? ¡Qué digo travestismo! ¿Y la zoofilia en La bella y la bestia nunca les pareció mal? ¿En serio?
Sea como fuere, ahora nos llega la serie Pride, con la que se nos narra la historia del movimiento de visibilización y normalización de las personas LGTBI desde los años 50 hasta la actualidad. Cada capítulo abarca exactamente una década. La principal baza de la serie es incidir en dos puntos fundamentales: Hay mucha más historia de la que te han contado (Stonewell, el día del orgullo, el código Hays… y poco más) y, sobre todo, que nadie se piense que los derechos conquistados son inamovibles. Una de las más célebres sentencias de Simone de Beauvoir dice que “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”. Esta advertencia no sólo sirve para las mujeres, sino para cualquier realidad oprimida y alguien que se llama Simona Bellavista no puede estar equivocada.
Eso sí, está enfocado exclusivamente a la historia del movimiento en Estados Unidos. Lógico, la serie se ha hecho allí, pero no olvidemos que cuando se aprobó el matrimonio igualitario en ese lado del planeta, llevaba ya una década aprobado en España. Ese «detalle» no hubiera estado mal que lo hubieran refrescado.
No estoy en absoluto en desacuerdo con este tipo de producto audiovisual, faltaría más. Lo que ya no tengo tan claro es que al final consiga su objetivo. Quiero decir, al final las historias LGTBI no son consumidas por el público masivo, sino que su nicho de mercado son las personas LGTBI sin más. Producto por y para ellos. Que no está mal, ojo. Siempre será preferible que una persona LGTBI tenga un espejo en el que verse reflejado que sentirse invisible para el mundo, sin un referente de ningún tipo para él o ella. Ahora bien, si nadie más ve sus historias, comparte sus experiencias y empatiza con su realidad, poco se va a seguir avanzando.