Anunciada como un reinicio de la conocida saga La Maldición, y producida por Sam Raimi, este film discurre desde el primer instante por terrenos familiares en la senda del terror más clásico. Te contamos si esta, podemos admitir, vaga afirmación, deriva en un film de terror digno o en uno de esos en los que terminas aplaudiendo a los supuestos espíritus malignos en sana empatía. ¡Sin spoilers!
La ubicación de esta entrega de La Maldición dentro de la saga a la que pertenece puede resultar en un ejercicio de riesgo extremo pero ahí vamos: se trata de un reinicio dentro de una saga estadounidense que, a su vez, remakeaba una entrega de la saga japonesa Ju-On, la cual consta de una interminable lista de películas con similar temática. Queda claro. Probablemente, sin embargo, esta mini guía de compresión de los pormenores de la explotación comercial del género de terror quedan en el olvido en cuanto empieza el film. Porque, en este tipo de películas, uno ya sabe qué va a suceder (más o menos). A saber: tenemos gente random inocente (normalmente organizados en familias simpáticas pues hay que empatizar rápido y, por ejemplo, un hevyata que vive solo en un piso hecho puré pues, no sé, no destila tanta empatía como un matrimonio limpio con niño cursi, ¿verdad?) y una casa que -sin entrar en terreno spoiler, repetimos- parece atestada de… ¡oh! Pues sí, claro, espíritus con una mala leche que tira para atrás.
Así que, de entrada, en La Maldición tenemos lo de siempre. En estos casos uno debe recordar qué demonios está viendo: un film de terror de corte moderno, con espíritus, casa y gente de bien atacada sin que se den cuenta de que todo es absurdo (la auto consciencia queda exenta en esta iteración del género), 90 minutos y fuera. Entonces lo que nos queda es ver como nos cuentan esa misma historia. Y sobre todo si, porque cada uno disfruta del cine como le da la gana, vale la pena para quienes buscan en esos 90 minutos una dosis exacta, más o menos decente, de ese mismo tipo de premisa e historia que uno -sabe, porque ya se sabe- busca o va a encontrar. Y casi que podemos decir que si. Que vale la pena, vamos.
Llegados a este punto todo se reduce, bendito cine, al trío letal: dirección, libreto e interpretaciones. Sin llegar a mayores cotas de las que, seamos sinceros, el género suele llegar salvo contadas ocasiones, todo funciona más o menos bien: entretiene lo suyo, hay alguna sorpresa, un montaje temporal en paralelo de los que van atando piezas poco a poco, sustos clásicos pero bastante a saco (recreación de horrores muy vistos pero felizmente efectivos) y una suerte de Final Girl (Andrea Riseborough) que debe ir investigando no sólo para resolver un caso (es policía) sino para salvar su propio pellejo (esa casa protagónica tiene, digamos, mal carácter).
Como suele ocurrir, por aquello de la fórmula ya conocida, y por los escasos 90 minutos, apenas hay paja por lo que la fluidez es una virtud que se da por sentada pero se agradece (hay algo adictivo en estos films cortitos y repletos de sustos). El tono, gore y demás apuesta por lo gráfico (de aquellos que te agarras disimuladamente ante cierto efecto sonoro o visual) y hay algún que otro momento delirante pero jamás se pierde el rumbo de la propuesta. Que no, no es ninguna obra maestra, pero si se quiere ver una entrega (más) de este tipo de films, pues adelante. Cumple. Y eso, en el terror, es más y mejor que en otros géneros.