Sidney Prescott, aún perezosa tras una larga siesta, atiende despreocupada a las preguntas de su misterioso interlocutor. La llamada de teléfono parece inofensiva, una broma, probablemente es su amigo Randy, obsesionado con las películas de terror. Entonces el desconocido formula una pregunta: ¿cuál es tu película de terror favorita? Ella, aún divertida, atisba una breve indignación: ‘todas son lo mismo, un estúpido asesino acechando a una chica de grandes pechos que apenas sabe actuar y que siempre corre escaleras arriba cuando debería salir por la puerta principal. Es insultante’. Apenas unos instantes más tarde, Sidney se ve metida en una auténtica escena de cine slasher, huyendo, precisamente escaleras arriba, del afilado cuchillo de su atacante. ¿Metacine? ¿Revisión postmoderna? ¿Autoconsciencia narrativa? En cualquier caso, si quieres sobrevivir en Scream, ¡sigue las reglas!

Existe un amplio consenso en señalar la inaugural Halloween (John Carpenter, 1978) como la precursora, en su definición modélica, del slasher como subgénero de terror. Su éxito, crítico, comercial, e incluso social, detonó en Hollywood la inmediata explotación de una fórmula que se prometía barata y de generoso retorno económico. Llegaron films como Viernes 13 o Pesadilla en Elm Street y con ellas una lluvia torrencial (fangosa, a veces) de secuelas con las que sus protagónicos depredadores enmascarados apuntalaban su presencia en el imaginario colectivo de la cultura popular de los ochenta en franca e inversa proporción a su calidad fílmica.

Destripando el Slasher | Viernes 13 (1980-2009)

Durante la primera mitad de los años noventa el género agonizaba en una suerte de coma creativo, arrojando secuelas mediocres y con la certeza, entre crítica y público, del colapso de una formula demasiado trillada. Casi en poética analogía, un joven guionista sin trabajo y con urgencia por pagar facturas, Kevin Williamson, concentró su talento en escribir la película slasher que quería ver pero que nadie rodaba. El proyecto, por entonces titulado Scary Movie, fue vendido a la Miramax de los hermanos Weinstein, y estos procedieron a rondar, con paciencia, al director idóneo para una cinta slasher con vocación revisionista: Wes Craven.

Destripando el Slasher: La Matanza de Texas (1974-2017)

La idea de Kevin Williamson partía de una premisa crucial: no sólo era un homenaje al género slasher, desde Halloween, Viernes 13, Pesadilla en Elm Street o Prom Night, sino que los personajes de Scream habían visto esas películas. Esa intromisión realista en la ficción no sólo nivelaba a los personajes en deliciosa harmonía con el espectador sino que introducía la autoconsciencia como ingrediente narrativo esencial en el guión: los personajes eran plenamente conscientes de que se encontraban en una situación pura de una película slasher.

SCREAM (1996)

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La escena inicial de Scream es, simplemente, redonda: Casey Becker, una chica-normal-estadounidense, e interpretada por una Drew Barrymore que ejercía de anzuelo como falsa Final Girl, se dispone a disfrutar de una noche de cine y palomitas con su pareja cuando es interrumpida por varias llamadas de teléfono y un misterioso interlocutor. La conversación deriva, en ingeniosa y tensa progresión, en una amenaza contra su vida, y la de su pareja, a menos que consiga solventar una suerte de cuestionario mortal con preguntas sobre el género slasher. Casey, azotada por los nervios y las prisas, falla y el asesino, provisto de una suerte de máscara tipo grito de Munch, ejecuta un festival de sangre y vísceras.

Esa introducción es el primer ejemplo de la ingeniosa narrativa de un guión solvente: esa autoconsciencia de los personajes permite a Kevin Williamson una deconstrucción del género, tanto como una celebración del mismo, usando meta referencias cinematográficas con las que Scream te está contando, en esencia, un slasher común, con asesino persiguiendo adolescentes, al tiempo que convierte al género, y sus reglas, en el elemento esencial del devenir de la trama y sus personajes.

Scream presenta un elenco de adolescentes amenazados por un misterioso asesino en la ficticia y californiana Woodsboro. Ghostface, el enmascarado, se distancia de Michael Myers, Jason Voorhees o Freddy Krueger como asesino imposible de tendencias sobrenaturales. Es humano, conoce a sus víctimas y sus motivaciones, aunque no exentas de algún tipo de trastorno, son plenamente vengativas y, a la vez, absurdas, amén de un giro final en el que se rebela que el asesino es, en realidad, un dupla formada por Billy Loomis (Skeet Ulrich) y Stu Macher (Matthew Lillard), los cuales han ejecutado un plan en el que las películas slasher han ejercido de algo más que inspiración para culminar su paranoia fílmica y vengativa sobre la protagonista de Scream, y de facto Final Girl, Sidney Prescott.

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El concepto de Final Girl, aquella chica que termina con el asesino como única y ensangrentada superviviente, cuenta con Laurie Strode (Halloween) o Nancy Thompson (Pesadilla en Elm Street) como ejemplos pretéritos pero, para un servidor, Sidney Prescott, interpretada por una Neve Campbell en pleno triunfo como Julia Salinger en Party of Five, es la mejor de todas ellas:  atrevida, decidida, sin ceder jamás al terror, no duda en mofarse de su atacante e incluso, en la parte final, revierte el punto de vista y se convierte en la amenaza, vestida de Ghostface, ante unos descolocados Billy y Stu.

Porque Scream, además, saca partido de un guión excelente, en tratamiento y ejecución de Kevin Williamson y Wes Craven, respectivamente. Ingenioso, divertido, con diálogos brillantes, repleto de pistas falsas y con unos 45 minutos finales, localizados en una fiesta en ese entorno caucásico de adolescentes de clase alta, en los que Scream formula su mejor versión de la celebración del slasher: Randy (Jamie Kennedy), el experto en el género slasher, casi pierde tras recitar las reglas del género en plena revisión conjunta, alcoholizada, de Halloween. Maravilloso.

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Remato, como hace la propia Sydney, mencionando un casting generoso en acierto, en especial con los personajes de Gale Weathers (Courteney Cox) y Dewie Riley (David Aquette) como la periodista de escaso tacto e inocente ayudante del shérif; la viva fotografía Mark Irwin y Peter Deming; la edición de Parick Lussier y una BSO propia, de Marco Beltrami, y ajena, repleta de canciones del momento, en un film en el que cuando Randy advierte, frente al supuesto cadáver de Billy, que este es el momento en el que el asesino, aparentemente muerto vuelve a la vida, y efectivamente así sucede, Sidney lo remata de un disparo al tiempo que dice No en mi película. A tus pies, Sidney.

SCREAM 2 (1997)

El éxito de Scream, traducido en la cinta de terror slasher de mayor éxito de la historia, resucitó el interés de los estudios y del gran público en un género hasta entonces moribundo, dando luz verde a multitud de nuevos proyectos, entre ellos, claro, la secuela de Scream. Kevin Williamson, de hecho, tenía apalabrado con Miramax una posible secuela, por lo que el éxito de la primera entrega, la previsión de Williamson y la inherente rapidez en la producción de este tipo de películas, permitió empezar a rodar apenas medio año después del estreno de la original.

Dejamos Woodsboro atrás y nos adentramos en el campus de la Universidad Windsor, donde Sidney y Randy cursan su primer año de estudios superiores, y donde se desarrollarán los hechos, intrínsecamente idénticos a la original, pero con el atractivo del cambio de escenario, un agradecido aire urbano/estudiantil y la sensación de que, pese a todo, avanzamos al son de la vida de nuestra Final Girl favorita.

La escena inicial, aunque no llega a la magnificencia del asesinato de Casey Becker, rezuma Scream en cada fotograma: dos estudiantes asisten al estreno de Stab, la película slasher que se ha inspirado en los hechos reales de Woodsboro. Los ingredientes meta cinematográficos de esta ocurrencia son casi tan excitantes como el estado de euforia general de los asistentes que visualizan el prólogo de Stab (que reproduce el de Scream… Lo ven?? Nos va a meta-explotar la cabeza!) con más ímpetu que el de un evento deportivo. Huelga decir que la mencionada pareja será la primera víctima del nuevo Ghostface. Aplaudamos ya a Kevin Williamson y Wes Craven.

scream 04Dichos asesinatos traen de vuelta a una hambrienta Gale Weathers y a un protector Dewey Riley en una trama de suspense persecutorio que vuelve a deleitarnos con personajes autoconscientes, meta referencias y un nuevo ejercicio de deconstrucción del género: las distintas teorías de Randy, consciente de que lo que sucede en el campus es una secuela de lo ocurrido en Woodsboro, la discusión sobre la supuesta inferior calidad de toda secuela en una clase de cine o el hecho de que, tal y como teorizó Sidney en Scream, Tori Spelling interprete su papel en Stab.

Netamente inferior a su predecesora, Scream 2 es, con toda probabilidad, una de las mejores secuelas slasher, apoyándose en personajes bien establecidos en la anterior entrega, en una Final Girl de nuevo deslumbrante, espectaculares escenas en los asesinatos y un tercer acto repleto de tensión que vuelve a imponerse como la mejor parte del film. Entre los nuevos personajes destaca Sarah Michelle Gellar -rodando sus escenas entre las dos primeras temporadas de Buffy Cazavampiros– en un elenco que, de nuevo, es víctima de las pistas falsas con las que Williamson trata de incriminar a cualquiera como posible Ghostface.

SCREAM 3 (2000)

Probablemente la entrega menos valorada de la serie aunque un servidor, como fan de la saga, ha ido apreciando sus virtudes con el paso de los años, negando además cualquier interferencia subjetiva: es otra gran secuela, de nuevo trata de avanzar al son de la vida de Sidney, se lanza de nuevo -y con ningun reparo- a su cóctel de deconstrucción slasher pero, tal vez, concedo, se resiente en su propia fórmula.

Llegamos a Los Ángeles, donde se está filmando Stab 3, con nueva ronda de asesinatos y el regreso, una vez más, de personajes atraídos por su propio pasado: Sidney, fracasando en su intento de vivir aislada y con una falsa identidad, acude al plató en cuanto empiezan los asesinatos; Dewey trabaja en el rodaje como asesor creativo; y Gale Weathers, bueno, ella aparece cual tiburón oliendo sangre.

La escena inicial es la menos brillante de la saga pero la idea de localizar la trama en el rodaje de Stab 3 arroja, como no, otro regodeo en la fórmula meta intencional: el asesino ejecuta a los actores de la película en el orden en el que lo hacen en Stab 3 e incluso escribe nuevas páginas del guión ante el horror de sus protagonistas: La guinda, la gloria meta-todo, llega cuando Sidney entra en el decorado de la película, en el que se reproduce su propia casa, generando escenas similares a las del film original mientras corre, en una suerte de deja vu, dentro en un duplicado de su propio pasado.

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Los entresijos de un estudio nos permiten la presencia de un Lance Henriksen interpretando al productor de la franquicia Stab, cameos de Jay y Bob el Silencioso, una deliciosa Carrie Fisher -negando, claro, ser la propia Leia Organa- y, de nuevo, un tercer acto endiabladamente divertido, en esta ocasión en la enorme y laberíntica mansión del mencionado cineasta.

SCREAM 4 (2011)

El siglo XXI ha traído consigo el reciclaje de reconocidas franquicias como una constante de la explotación mercadotecnia. Una cuarta entrega de Scream era, sin duda, cuestión de tiempo. Los fans, cuanto menos, podían albergar esperanzas de cierta dignidad sostenida: Scream es una de las pocas franquicias que ha mantenido el mismo equipo creativo e interpretativo desde su primera entrega. La cuestión era como resultaría el primer salto generacional de la saga así como su adaptación a una realidad contemporánea muy distinta del enjambre urbano de los noventa en el que se sucedía la trilogía original.

La incógnita quedaba resuelta en una triple intro que es pura meta-gloria: empezamos con una escena de Stab 6, la cual pertenece a una escena de Stab 7, la cual da inicio a Scream 4. Cabe destacar los cameos de Anna Paquin (True Blood) y Krysten Bell (Veronica Mars) y el glorioso diálogo en el que, directamente, ponen en duda la esencia de Scream. Permítanme: esa autoconsciencia, su genialidad, es que permite al guión lanzarse hacia lo importante, asumiendo ante el espectador la inevitable fórmula del subgénero.

Sidney regresa a Woodsboro en el quince aniversario de los asesinatos originales, se instala con su prima Jill (Emma Roberts) y asiste, por supuesto, a una nueva tanda de asesinatos que se ceba en los adolescentes que dan fe del inevitable salto generacional: el trío protagonista, Sidney, Gale y Dewey, marcan con cicatrices todos aquellos horrores pero para los amigos de Jill, los asesinatos de antaño son, casi, como una entrega más de Stab. Charlie (Rory Culkin), de facto el nuevo Randy, verbaliza parte de las nuevas meta referencias de la saga: se impone filmar los asesinatos y subirlos a la red. Sidney conoce las reglas: el asesino culminará su obra en una gran fiesta.

Se equivoca. Nuevos tiempos, nuevas reglas. La mencionada fiesta, un maratón de Stab, convenientemente llamado Stabathon (en el que aprendemos que Robert Rodríguez dirigió la primera entrega), supone un falso final que da pie al inevitable remake: el enfermizo plan de Jill, pretendida nueva Final Girl, incluye agenciarse el papel que ha ejercido Sidney todos estos años, con la vista puesta en la futura comercialización de su drama en las redes sociales. Sidney, a estas alturas inmortal cual Jason Voorhees, ejecuta a su prima, intento fracasado de Final Girl 2.0, con un severo “no jodas con el original”. Te queremos, Sidney.

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