Gambito de dama, la nueva serie de Netflix con Anya Taylor-Joy como protagonista y disponible desde este 23 octubre, fue objeto de un artículo sin spoilers. Ahora vamos un poco más lejos y desgranamos la serie lanzándonos sin medida con ellos.
De entrada el primer spoiler, ya reconocido en la descripción de Gambito de dama (The Queen’s Gambit), es su condición de miniserie. Dicha elección formal cuadra estratégicamente con las necesidades modernas del medio. Un asunto es comprometerse, potencialmente, a estar atado varios años a determinada serie y otra hacerlo por un periodo muy similar (en tiempo y medios) al de una película convencional. Siendo, además, Netflix su valedora es de presuponer que dicha miniserie se ejecuta a modo de continúo narrativo por lo que podemos abordar Gambito de dama cual película de aproximadamente seis horas y pico. Avanzamos: se pasan volando y, sobre todo, Anya Taylor-Joy nos captura con el mismo aplomo con el que destroza a (casi) todos los rivales que se atreven a ponerse frente a ella.
Es conveniente pues diseccionar Gambito de dama en modo cronológico: no sólo por el mencionado concepto de película de gran duración sino porque cada episodio está establecido como una secuencia, un estadio, de una gran partida de ajedrez (refrendado además en el título de cada uno). De ese modo empezamos con Apertura, el primer episodio, el cual contiene una paradoja de las que se antojan benditas: en una serie donde su protagonista, Anya Taylor-Joy, brilla en todas sus apariciones, uno de los mejores episodios apenas goza de su presencia. En Apertura la gran protagonista es la versión infantil, de 9 años, de Beth Harmon interpretada por una excepcional Isla Johnston. Un episodio cuya sinopsis podría ahuyentar a cualquiera y, peor, podría resultar a priori poco atractivo como primer disparo narrativo para la serie. En absoluto. Apertura no es sólo un gran episodio sino que el paso de la pequeña Beth por el orfanato se antoja irresistible merced a todos esos momentos que el espectador, incluso la primera vez, intuye serán clave en el devenir adulto de la futura campeona.
Scott Frank, creador y guionista/director de todos los episodios, reduce a tres momentos clave, casi sucesivos, las tres grandes relaciones tóxicas que citábamos en nuestro artículo anterior: Jolene (Moses Ingram) introduce a la joven Beth a las drogas que en un futuro inmediato le servirán como catalizador onírico de su recreación mental del ajedrez; Mr Shaibel (Bill Camp), merced a la curiosidad de Beth, introduce a la joven huérfana al ajedrez. El pobre señor Shaibel no supone una relación tóxica para Beth pero su amistad con Jolene, aunque propiciada por las circunstancias, son el punto de partida de sus erráticas relaciones con quienes la rodean.
Gambito de dama, especialmente tras este fantástico primer episodio, se revela como una suerte de género de superhéroes: Beth descubre su habilidad, aquello que la hace especial (su proceso de aprendizaje es tan veloz que pronto supera a Shaibel), y con ello se convierte en un ser capaz de grandes hazañas. El condicionante social de los años cincuenta y sesenta, así como si paso de niña a atractiva adolescente y luego joven, anticipa deliciosas sorpresas cuando quienes la rodean la prejuzgan por su sexo y apariencia. Ese momento en el que la pequeña Beth, de 9 años, afirma que tiene mate en tres jugadas ante el tipo del club de ajedrez es glorioso.
En Intercambios, el segundo episodio, avanzamos en el tiempo hasta mediados de los años sesenta, Beth es ya una adolescente y, en consecuencia, Anya Taylor Joy toma el mando interpretativo tras su breve aparición en el prólogo. Tras unos seis años en el orfanato es, por fin, adoptada por un matrimonio prototipo de la década tanto en el imaginario colectivo a lo Rockwell como en la realidad cada vez menos culpable estadounidense: es un matrimonio roto, económicamente desastroso y la adopción de Beth se antoja como una oportunidad. El nuevo padre adoptivo pronto se larga (bonita la metáfora de Denver como lugar de escapada y connotación negativa) y Beth queda a manos de su nueva madre en una casa enorme (debemos recodar que viene de dormir varios años con otras niñas sin apenas libertad). El camino de Beth como superhéroe del ajedrez sigue imparable y el espectador pronto la sigue, sin remedio, hacia su nueva presa: se apunta al torneo estatal de Kentucky (sigue la deslocalización de las series estadounidenses) obviando su errática adaptación social.
Ahí debemos detenernos. Gambito de dama sigue, fundamentalmente, la fulgurante carrera deportiva de Beth Harmon, así como su entorno más cercano (familia, amigos, rivales), pero pasamos casi de forma tangencial por el entorno social de Beth y las etapas que va quemando en su paso de adolescente a mujer. Y lo hacemos del mismo modo que lo hace Beth: básicamente le da igual. Le importa entre poco y nada que se rían de ella en la escuela, el grupo de amigas pijas e incluso uno intuye que sus crecientes despertares sexuales se atisban como un decorado para lo único que motiva su existencia: el ajedrez. De él, de hecho, nacen las pocas relaciones -antes mencionadas- que rodearan su escasa vida social.
El torneo de Kentucky supone, tal vez, el momento álgido de esta mini serie: en el Beth vuelve a demostrar las mismas aptitudes que en su paso por el orfanato. Esto es un proceso de adaptación veloz en todo aquello que no sea el juego desnudo: pese a la frialdad de Beth (que Anya Taylor Joy convierte en innegable carisma sin que sepamos exactamente como lo hace) emociona, y nos engancha, seguir paso a paso el proceso. Desde que desconoce el sistema de puntuación, su primera partida con una chica (a la fulmina en un instante sin conocer siquiera minutos antes como funcionaba una partida profesional), el inicio de su fama, la victoria sobre un oponente que la despista a niveles eróticos, su primer periodo en pleno torneo y finalmente la victoria sobre un soberbio campeón estatal que coloca a Beth en el mapa nacional.
En Peones doblados, el tercer episodio, Beth inicia su conquista estadounidense viajando a Cincinnati donde conoce al prodigio juvenil Benny (Thomas Brodie-Sangster). En dicho torneo los rivales ya temen su presencia, se topa con los gemelos que conoció en Kentucky y se establece el modo de vida que marcará estos años de adolescencia: de estado en estado, venciendo, haciéndose famosa, mientras su madre, Alma (Marielle Heller) disfruta de los hoteles y, sobre todo, de la bebida. Este es otro alto en el camino que conviene mencionar: el libreto y la dirección de Scott Frank, así como lo que emana del rostro de Beth, no delatan una intencionalidad dramática en ello. En otras circunstancias (con otro productor ejecutivo, tal vez), se hubiera buscado el caos y la llorera argumental en ello. Beth acepta a su madre con la misma facilidad que acepta todo lo que queda medianamente lejos de un tablero y su madre, a su vez, pese a sus defectos procesa una sincera admiración por Beth. Se establece que Alma vive esos años feliz de, simplemente, dejar atrás una vida repleta de frustración. Un status quo sorprendente y inaudito en el medio.
En este tercer episodio Beth, como en todo viaje del superhéroe, conoce sus primeras derrotas: sentimentales con Townes y deportivas cuando es vencida por Benny en los nacionales de Las Vegas en 1966. En el momento clave, cuando se da cuenta que ha perdido, aparece el recuerdo de Shibel instigándole a aceptar una derrota segura antes que caer en la humillación. El mensaje es claro: Benny es un jugador, de momento, superior. En Medio juego, el cuarto episodio, Beth amplia aquello que resultaba casi inevitable dado su historial infantil y su entorno familiar posterior: tras su primera, y desastrosa, experiencia sexual vive su primera sesión de drogas y alcohol. Un estadio de desenfreno que a Beth le resulta familiar: vive con ello desde que cada noche yacía en la cama completamente colocada (hasta el punto de sufrir abstinencia) con las pastillas verdes mientras rehacía mentalmente las partidas de ajedrez que jugaba con Shibel.
En este episodio nos vamos hasta Ciudad de México donde tiene lugar un torneo internacional en el que podrá, al fin, enfrentarse a los jugadores que más admira y teme: los soviéticos. Y aunque la trama no incide posteriormente en ello debemos recalcar como Beth gana a un prodigio infantil utilizando distracciones, digamos, visuales. Concedemos que queda claro que ese chaval tenía, por lo menos, una buena posibilidad de vencer a Beth en otras circunstancias. Pero en este punto Beth es ya una bestia. Así lo atesora el campeón mundial Borgov (Marcin Dorocinski), y su prole cuando Beth -que ha aprendido algo de ruso anticipándose- escucha una charla en la que coinciden en que deben vencerla ahora, o en París, antes de que sea demasiado fuerte. Borgov nos dedica un resumen relevante de esta mini serie: es huérfana, una superviviente. Es como nosotros, perder no es una opción para ella. Sino, ¿qué sería de su vida? Otro punto a favor de esta serie: no necesitan demonizar a Borgov como un rival inhumano o provisto de maldad. Es una apuesta narrativa y de elección de personajes que confiere al espectador cierta seguridad.
Beth pierde la final ante otro rival más fuerte como es Borgov: la victoria es simple y llanamente limpia, Shibel vuelve a aparecerse en el momento que Beth, fría pero cabreada, sabe que ha perdido. Poco después, en la habitación del hotel, sufre otra pérdida: la de su madre. En el avión, casi como en un movimiento de ajedrez, Beth absorbe la pieza colateral, no intrusiva pero necesaria, que era su madre.
En el quinto episodio, Ataque doble, una solitaria Beth recibe clases y orientación deportiva de su antiguo rival Beltik (Harry Melling), totalmente enamorado de ella (hasta se ha arreglado la dentadura por ella). Es un proceder curioso en la narrativa: a estas alturas Beth no parece necesitar aprender, y menos de un rival inferior, pero Beltik está ahí para limar los defectos que el juego agresivo y visceral de Beth deja en evidencia. Beth vuelve a vivir una experiencia sexual insatisfactoria (tiene su miga el modo en el que nos anticipamos a dichos fracasos). Toda esta fase, casera, sigue explorando el personaje de Beth y su particular gestión vital: invita a Beltik a vivir con ella (intuimos que lejos de ninguna atracción, no quiere vivir sola) y cede a su torpe ataque por mera relativización del asunto carnal. En el siguiente campeonato Beth, fortalecida por esta segunda etapa de aprendizaje/maestro, derrota a todos sus oponentes hasta que, en la cafetería, pierde múltiples veces contra Benny en el ajedrez rápido. En la final, sin embargo, derrota a Benny en sólo treinta movimientos.
En el sexto episodio, Aplazamiento, saltamos a Nueva York donde Beth vivirá su primera gran aventura urbana y aumentará sus prestaciones con un rival al que supera en condiciones legales pero no en experiencia y amplitud de miras. Es la versión Gambito de dama del viaje de Rocky a Los Angeles en Rocky III para entrenarse con Apollo Creed y su entorno. En la ciudad Beth no sólo convive con Benny sino que conoce a su prole de amantes del ajedrez, a una modelo francesa y, por fin, conoce lo que es el buen sexo cuando ella y Benny tienen su momento. De ahí enlazamos con el prólogo en París en el que conocemos la identidad de la persona que yace en la cama de Beth cuando despierta, resacosa, antes de su gran final con Borgov: la modelo francesa. Beth es nuevamente derrotada por Borgov. ¿Por qué? Si algo negativo podemos decir de Gambito de dama es que su sector central adolece levemente en comparación a su inicio y final, pero el camino es esencial para su culminación en Moscú.
Antes, inevitablemente, cae en una espiral de alcohol y drogas, mancillando lo único que era robusto en su vida (por supuesto, el ajedrez) hasta que su camino empieza a conectar con su pasado: la aparición de Jolene, su compañera en el orfanato, es clave. En el séptimo episodio, Final de partida, Jolene y Beth acuden al orfanato tras el funeral de Shibel y en ese momento se produce la única concesión dramática significativa de Gambito de dama: Beth visita por última vez el sótano hasta toparse con el mural que Shibel hizo durante años con recortes de periódico sobre sus victorias y logros. Se fija especialmente en la nota que le mandó para poder obtener los 5 dólares del torneo de Kentucky y especialmente en la fotografía que una revista les hizo cuando ella tenía 9 años. Beth colapsa en lágrimas. Esa es la victoria de Scott Frank: es la primera vez que vemos a Beth derrotada por una circunstancia no deportiva. Sin que medie diálogo, ni apenas pistas en el guión, uno puede adivinar que Beth siente profundamente no haber visitado a Shibel o, simplemente, se siente conmovida hacia ese amor casi paternal, pese a la ausencia, que Shibel demostró con ese mural.
El tramo final de Gambito de dama tiene lugar en Moscú: no hay oponentes accesibles y a cada victoria Beth, sin duda exótica para el público soviético, se torna más famosa, la esperan a la salida de las partidas, firma autógrafos e incluso consigue vencer a uno de sus ídolos de infancia. En la final contra Borgov media un aplazamiento en el que se se da otra de las resoluciones de un guión consecuente: en compañía de Townes (Jacob Fortune-Lloyd), desplazado como periodista a Moscú, recibe una llamada grupal en la que participan Benny, Beltik y toda la prole. Con ello se enlaza con lo que Beltik le contó sobre los rusos vs los estadounidenses. Unos trabajan en grupo, se ayudan; los otros son individualistas. Ahora Beth tiene a su grupo, cosechado a su manera durante años, y su emoción cuando recibe las instrucciones es la nuestra.
Pero hay más: en el momento decisivo, una vez se reanuda la partida, Beth mira al techo. Borgov está vencido. Beth va a ganar. Lo sabe ella, Borgov, nosotros y todo el engranaje musical y de edición, con planos luminosos de una Beth Harmon triunfal sin apenas margen para aspavientos faciales. El trámite final, la victoria sobre un oponente al que no deseábamos vencer por ninguna maldad en especial, la victoria de una protagonista que dista eones de un ejemplo a seguir más allá de lo deportivo, es también la victoria del libreto y dirección de Scott Frank y de la sobresaliente interpretación de Anya Taylor Joy. No olviden este triunfo emocional merced a un personaje que, en esencia, no tiene demasiado interés en la vida común más allá del ajedrez. Se nos antoja una miniserie, en conjunto, modélica.