La miniserie El Desorden Que Dejas se estrena el próximo viernes en Netflix y promete no pasar desapercibida. Está basada en el libro homónimo de Carlos Montero, creador de Élite y Física o Química y se ambienta en un instituto igual de polémico que los anteriores.
El desorden que dejas tiene como protagonista a Raquel, una profesora de literatura que se incorpora en el instituto Novariz para cubrir la ausencia de Viruca, la anterior profesora. Cargada de ilusión ve este puesto como una oportunidad de desprenderse de un pasado doloroso, sin embargo, todo se complica al descubrir que el motivo de su suplencia es el suicidio de su antecesora. La abrumadora sombra de Viruca la atrapa hasta el punto de acabar envuelta en la peligrosa trama que la llevó a la muerte.
Lo primero que inevitablemente llama la atención de esta nueva ficción es el elenco, encabezado ni más ni menos que por Inma Cuesta y Bárbara Lennie, dos actrices en mayúsculas que son sinónimo de calidad. El reparto tiene otros atractivos, como Roberto Enríquez, Tamar Novas o Arón Piper, nombres que sumados a los anteriores y al de su creador suenan a éxito.
Montero mantiene la fórmula que lo catapultó, un instituto con alumnos polémicos que se ven envueltos en problemas, pero no estamos ante el típico drama adolescente. A pesar de verse implicados, los protagonistas de las tramas son los adultos, aunque si nos ponemos críticos, adultos lo son todos, porque la edad de los actores queda lejos de la adolescencia, algo que pasa mucho en las ficciones de instituto y que saca un poco de situación.
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Cada uno se destruye como quiere y El desorden que dejas es un gran ejemplo de ello. Este trepidante thriller está repleto de misterio e intriga y sus personajes con tendencias compulsivas abordan temas complejos como la muerte, el duelo, la culpa y la corrupción – en todos los sentidos de la palabra-. Sexo, excesos, drogas e infidelidades son un constante, dando pie a triángulos amorosos, bueno, a todas las figuras geométricas. Con una mirada superficial puede parecer un popurrí de clichés propios del género adolescente, pero según evoluciona la trama se vuelve de todo menos simple.
Como se ha dicho siempre en un pueblo pequeño todos se conocen y todo se sabe, y Novariz no iba a ser menos. Las más extrañas relaciones son posibles y todo está conectado de una manera u otra, formando un peculiar rompecabezas. Nada es lo que parece -si es que en algún momento el espectador llega a especular algo entre tanta conexión- y nadie se libra de estar bajo sospecha.
Los personajes están llenos de matices, son una suma de luces y sombras. No hay ni buenos ni malos, ni víctimas ni verdugos, los hay mejores y peores, eso sí, pero quién esté libre de pecado que tire la primera piedra. Además de la complejidad psicológica, el vestuario ayuda a definir sus identidades de una forma bastante conseguida.
Viruca y Raquel, Raquel y Viruca. Vemos sus vidas en paralelo en un juego bien articulado a dos tiempos. Algunas escenas son especialmente atractivas por las transiciones utilizadas, las vemos compartir lugares e incluso situaciones, pero no espacio temporal. Es una forma de narrar interesante que consigue captar la atención del espectador. El paralelismo se ve también reflejado en sus personalidades, la oposición de dos mujeres con un gran mundo interior, con métodos y formas de entender la vida totalmente diferentes.
Lo técnico y lo artístico se funden en una bonita armonía. La paleta de colores ocres tirando a sepia matiza el predominante verde gallego, en este caso lejano a la esperanza, que se ve perfectamente retratado por la fotografía. Los planos elegidos y la música le dan el movimiento y el ambiente que la ficción necesita.
Sin duda uno de los éxitos de esta miniserie es la localización, contar este suspense en Galicia, el lugar ideal gracias a su clima y sus características. Supone además descentralizar, conocer más rincones de España, más acentos y escuchar el gallego, algo poco habitual en el panorama nacional.
En conclusión, esta miniserie de naturaleza adictiva muestra a personajes víctimas de sus propias circunstancias y nos recuerda que la verdad nunca llega del todo tarde. El desorden que dejas empuja al espectador a un laberinto mental en el que desconfiará de todo y de todos, se sentirá angustiado y desconcertado y sacará al detective que lleva dentro. Es la opción ideal para un maratón.