Este viernes 25 de agosto Netflix lanzaba su versión de Death Note, una adaptación del famoso manga dirigida por Adam Wingard; ya la hemos visto y estas son nuestras impresiones.
El director de The Guest se lanza a dirigir una nueva película basada en Death Note, el manga escrito y dibujado por Tsugumi Ōba y Takeshi Obata, y consigue una cinta desprovista de la profundidad moral que el material de partida suscita y que la convierten, por tanto, en otra propuesta innecesaria, que además nadie pedía por otra parte.
Sería injusto quedarse sólo con esto, pues la película se construye a partir de una idea estética que huye de su homónima oriental y que arriesga proponiendo un tratamiento propio de la imagen que se acerca más al clasicismo que al barroco predominante en una historia que puede tender a la hipérbole.
una estructura mal compuesta, soluciones elípticas mal ejecutadas y algunos avances en la trama que se producen porque sí
Narrativamente la historia es sencilla por momentos, pero tremendamente perdida en su propio universo suponiendo que el espectador sabe más de lo que se le está contando y dotando a la trama de una sencillez que no debería; se conjuga una estructura mal compuesta, soluciones elípticas mal ejecutadas y algunos avances en la trama que se producen porque sí, pero esto deduzco que se debe a que 90 minutos se antojan cortos para una telaraña tan compleja de asimilar.
Los actores son viejos conocidos por el público teen, Nat Wolff y Margaret Qualley forman la pareja que tiene el Death Note en sus manos, Willem Dafoe hace la veces de Ryuk, especialmente acertado este último, siempre es un seguro por otro lado; además de un diseño digital del personaje especialmente inquietante.
Una película que no aporta nada al universo Death Note, y que, sin ser una pérdida de tiempo su visionado, no se aconseja habiendo películas en cartelera como La Seducción.
Y recordad, no se puede jugar a ser Dios sin conocer al diablo.