Existen momentos en la vida en los que hay que dar un paso al frente. Bien para situarnos en un marco laboral que beneficie nuestro futuro económico y social; o bien para consolidar una relación amorosa que resulte saludable para nuestro devenir existencial. En Animales Nocturnos, Tom Ford, enfatiza en las consecuencias de dichas acciones.
Situaciones cruciales que se nos presentan y marcarán nuestro periplo vital. La vida es caprichosa y nos pone a prueba continuamente. Como el personaje de Match Point, Chris Wilton, que se ve envuelto entre la pasión de una chica de clase media que le despierta el deseo, y el boyante estatus social y económico que le aporta la familia de su mujer. Un dilema moral que el director Woody Allen escenifica con meticulosidad para mostrarnos lo que somos: imperfectos.
En Animales Nocturnos el personaje de Susan Morrow ya eligió. Actualmente su vida gira entre eventos del mundo del arte y su relación, inexistente, con su esposo. Una vida infeliz que le impide conciliar el sueño por las noches. Un día recibe el borrador de una novela escrita por su ex-marido y tras intentar abrir el paquete se corta con el papel; una señal nada halagüeña que simboliza el marco conceptual que cohabita en el filme: herida consecuencia de la debilidad.
El director Tom Ford se basa en la novela Tony and Susan de Austin Wright de 1993, para componer un relato a dos bandas en el que la lectura se articula como emplazamiento de parte de la trama y, a la vez, se erige como vehículo para agitar la consciencia. Por un lado tenemos la vida real de Susan -interpretada por una melancólica Amy Adams- y por el otro, el de la ficción, donde el personaje interpretado por un camaleónico Jake Gyllenhaal adquiere todo el protagonismo. El relato, en este punto, indaga en la debilidad manifestada del escritor al construir una historia orquestada en base a fatalidad y a la venganza. Una mezcla entre road movie y western, que contrasta con la estética nocturna, fría y elegante del mundo de Susan.
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Somos la suma de nuestras decisiones y experiencias, y ello nos ha llevado a lo que somos, para bien o para mal. La lectura de la novela por parte de Susan resulta una introspección mental; una inmersión al dolor, que le empuja irremediablemente a recordar las situaciones por las que ha tenido que pasar para llegar a su actual modelo de vida.
Somos la suma de nuestras decisiones y experiencias
La narración fragmentada en dos escenarios se construye de forma muy diferenciada bajo la batuta del director de fotografía, Seamus McGarvey. Un minucioso trabajo que retrata la superficialidad y vacuidad desde un estilo oscuro, distante y frío, ese que impera en el microcosmos de Susan, donde el propio director de la cinta se mueve como pez en el agua. Y que no duda en recalcar durante parte del metraje como un mundo absurdo. La antítesis de ese plano es la incursión a la carnalidad y violencia inherente a la novela, donde predomina una fotografía cálida de grandes espacios. Universos antagónicos, pero que tienen un denominador común: la soledad.
Y no se puede obviar la banda sonora, que conjuga de forma primorosa con las imágenes. El compositor Abel Korzeniowski crea una partitura de suspense con un marcado tono elegante y sensual. El resultado, sumando todos los elementos, es único. Una película a la que se le puede achacar de pomposa, pero ¿qué se puede esperar de un modista? Su estética, magnética, con aires de Lynch, resulta fascinante desde el primer hasta el último fotograma.