6 de enero de 2020. Noche de los globos de Oros. Contra todo pronóstico, Sam Mendes se hace con el galardón a mejor director y mejor película con 1917. De un plumazo le arrebata a Scosese el título de favorito a los Oscars. Vuelve a ganar en los Bafta y el gremio de productores y directores lo coronan como el mejor del año. ¿Qué hay en esta película que ha encandilado a Hollywood?

Contracrítica de 1917 a la de mi compañero Francisco G. Rodriguez.

1917 no es espectacular, es lo siguiente. Puede que sea la cinta más apabullante que hayas visto y verás en bastante tiempo. Pero también es más fría que el prospecto de un medicamento, algo incomprensible en el que es un homenaje a su propio abuelo. ¿Cómo puede ser?

El plano secuencia tiene la capacidad de impresionar al espectador por dos razones. La primera es que no se han podido equivocar. No hay nada que el montaje solucione luego. Lo que ves se ha milimetrado hasta la extenuación para que salga perfecto, pero no sólo deslumbra en cuanto a maestría técnica se refiere, hay un componente emocional.

El plano secuencia deja sin aliento al espectador. Al ir todo de un tirón, no da tregua. No hay una pausa para dejarte descansar de lo que has visto, para parpadear, para respirar siquiera. Es un caudal de imágenes e información que el director no deja que repose. Por esa razón se suele escoger para momentos claves de la película. Mendes lo hace en todo el metraje. ¿Qué consigue? Que el espectador se sienta el tercer soldado que acompaña a los protagonistas, y una sensación de agobio sin par. Ahora bien, el plano secuencia tiene un peligro, pues no estás utilizando el lenguaje de planos como tal. Me explico.

Al principio de los tiempos, los directores sabían que la imagen podía contra una historia, pero no que eligiendo una u otra lograbas un impacto emocional. Esto es lo que se conoce como lenguaje de planos y lo descubrió Griffith. El nacimiento de una nación es la primera película en la que hay planos generales, medios y primeros planos con una intención narrativa y emocional. Si en un plano general con varios personajes pasas a un primer plano en el que sólo muestras a uno de ellos, estás dirigiendo al espectador hacia ese personaje en concreto. Eisestein perfeccionó la «fórmula» pocos años después dando forma definitiva al montaje. El acorazado Potemkin es la primera película con un montaje «moderno».

Todo el cine que se ha hecho posteriormente se basa en estos dos pilares: Griffith y Eisestein. ¿Y qué se hacía antes? Planos secuencia. Para ser más precisos, lo que se ha llamado «cuadro viviente»: Un gran plano general en el que todo pasa. Obviamente un plano secuencia actual está infinitamente más elaborado que uno de 1900, y más ahora tras la irrupción del digital… pero en gran medida se está renunciando al lenguaje cinematográfico como tal. Es cierto que si el personaje se acerca a cámara (o al contrario) estás pasando de un plano medio a un primer plano, pero aun hay algo de «cuadro viviente» en el plano secuencia.

Supongo que no sería tanto problema en 1917 si el guion fuera más elaborado. Pero no, es tan simple que parece escrito por el letrista de Nicky Jam. La historia se limita a ir del punto A al punto B saltando obstáculos. En eso no hay nada que lo diferencie de una pantalla de Super Mario Bros. Tampoco hay ningún diálogo memorable y el desarrollo de los personajes bastante plano, con lo que empatizas con ellos más por la situación en la que están que por los personajes en si.

1917

Vale que al Salvar al soldado Ryan o War Horse se le veían todas las costuras. Spielberg nunca ha sido lo que se dice sutil, pero sabe que con ello logra toda la emotividad del mundo. Y Mendes nos cuenta la historia de su abuelo sin la más mínima carga sentimental. ¿Qué es se decisión? Por supuesto. ¿Qué funciona? Pues depende del día. ¿Qué 1917 es espectacular? Fuckingmente espectacular.

Reseña
1917
8
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Redactor de cinefilosfrustrados.com - Iba para DaVinci pero me quedé en Christian Gálvez
contracritica-1917cara-del-soldado-ryann lo más crudo de la Primera Guerra Mundial, dos jóvenes soldados británicos, Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman) reciben una misión aparentemente imposible. En una carrera contrarreloj, deberán atravesar el territorio enemigo para entregar un mensaje que evitará un mortífero ataque contra cientos de soldados, entre ellos el propio hermano de Blake.