Cada día tenemos más ganas de ver El Irlandés, que llega a Netflix el día 27, pero mientras seguimos adelante con nuestro ciclo Scorsese, deteniéndonos esta vez en El Color del Dinero, una de sus cintas menos «convencionales» en su filmografía.
El Color del Dinero nos presenta a Paul Newman retomando su papel como «Fast» Eddie Felson, su característico personaje de El Buscavidas que, años después, se siente de nuevo atraído hacia el billar y todo lo que le rodea cuando conoce a un joven talento (Tom Cruise). Y es que sí, El Color del Dinero es una secuela.
Segundas Partes
Estamos ante uno de esos raros casos en los que una secuela supera la obra original, incluso siendo esta muy buena, como es el caso. Casi se pueden contar con los dedos de una mano las ocasiones en las que segundas partes fueron mejores y que El Color del Dinero sea la película que es se debe, en buena parte, a la buena mano de Scorsese en la dirección de la cinta.
El director nos presenta a un envejecido Eddie Felson que cambió el billar por los licores, aunque sin perder sus costumbres de fulero. Vive una vida relativamente tranquila cuando se topa con un joven con talento en el billar, pero con una personalidad demasiado exuberante y, en muchos sentidos, cándida.
Junto a él, como no, hay una mujer: una joven mucho más avispada que, en connivencia con el personaje de Newman, manipulan a Vincent (Tom Cruise) para emprender la ruta por salas de billar hacia el torneo de Atlantic City, buscando el dinero rápido y fácil que pueden ganar con el talento del joven al billar y los conocimientos y contactos de Felson.
El Color del Dinero es al mismo tiempo un camino hacia la madurez y una carretera hacia el redescubrimiento personal y, en cierto modo, la redención. A medida que avanzamos en la cinta vamos encontrándonos con un Vincent que parece no prestar atención y que solo consigue ciertos objetivos por estar controlado por sus dos acompañantes. Mientras, Eddie siente renacer en él las ganas de jugar, de ganar, de sentirse nuevamente vivo con un taco en la mano.
La película alcanza un momento álgido cuando Eddie decide ir por su cuenta a uno de estos salones de billar y probarse de nuevo. Juega algunas partidas y empieza a ganar. Mientras, se toma unas copas. Todo parece funcionar como antaño. Pero aparece un nuevo personaje, Amos, interpretado por Forest Whitaker. Un chico majo que juega con Eddie y le da algo de conversación. Y ahí todo se tuerce: Eddie empieza a perder una partida tras otra, un billete tras otros. Porque Amos es un buscavidas, un estafador y le ha “hecho el lío”.
Recuperando a «Fast» Eddie
Eddie se da cuenta de que se ha dejado ir: se ha perdido a si mismo con el paso de los años. Abandona a sus dos compañeros, dejándoles el dinero suficiente para llegar hasta Atlantic City y continuar con el plan. Y el vuelve a sus orígenes, empieza a jugar desde cero y, cediendo finalmente a la realidad de la edad, se gradúa la vista.
La película nos muestra una sucesión de escenas en las que vemos a Eddie ir recuperando su toque poco a poco, perfeccionándose de nuevo, hasta inscribirse él mismo en el torneo de Atlantic City. Allí se reencuentra con sus antiguos compañeros, aunque las cosas ya no son iguales: Vincent ha crecido y ahora es todo un experto en el arte de timar con el billar. Ha aprendido los trucos, ha inventado otros nuevos y sabe oler el dinero. Está ahí para conseguir el objetivo que los tres buscaban al principio: conseguir el máximo dinero y beneficio posible.
Sin embargo ahora el objetivo de Felson ha cambiado: él está ahí para demostrarse a sí mismo que sigue siendo el mejor. Que puede ser el hombre que el destino le negó ser en su juventud. Por supuesto, no haré spoilers del final de la historia, pero sí quiero señalar algunos detalles más relacionados con el tratamiento de la misma.
El Color del Dinero: Camino de Resurreción
Scorsese hizo un gran trabajo en El Color del Dinero, y consigue que nueve bolas y unos fajos de billetes, o más bien cómo se tratan estos, sirvan de símbolo y ejemplo de la evolución de un personaje, de su cambio de mentalidad. La escena en la que Eddie observa jugar a Vincent en completo silencio mientras este desoye sus indicaciones de perder, la noche antes de abandonar el grupo, es fantástica.
Le vemos sentado en la silla, observando, y sobre él un reflejo de su propio rostro, en un plano más cercano superpuesto. Es su dualidad, su doble sentimiento hacia el juego y el momento en el que se da cuenta de que, más que el dinero, lo que añora y desea es la emoción del juego y la sensación de victoria al ganar una partida. Y es una escena que resume a la perfección el cine de Scorsese en esta cinta.